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martes, 19 de enero de 2021

SINGULARIDAD DE LOS EVANGELIOS.- (G) (59)

SINGULARIDAD DE LOS EVANGELIOS.- (G) (59)   

Vamos ahora con el segundo pasaje que quiero comentar, el más antiguo de los dos, se hemos de creer a los expertos, puesto que aparece en los evangelios de Marcos y Mateo. Es más largo que el primero. Se trata del relato de la falsa creencia de Herodes en una resurrección de su víctima, el profeta Juan Bautista. Un texto que ilustra admirablemente la cuestión de las llamativas, asombrosas semejanzas entre las resurrecciones de tipo mítico y la resurrección de Jesús.

Como bueno cristianos que son, Marcos y Mateo piensan que esa resurrección es falsa, a diferencia de la de Jesús, que es auténtica.

Lo que hace extraordinario este texto es que la verdadera muerte de Juan, y su falsa resurrección, se presenta con apariencias extrañamente semejantes a la verdadera muerte y verdadera resurrección de Jesús, apariencias realmente tan semejantes que, al lector moderno, sea o no cristiano, la presencia de este texto en el Evangelio le deja algo así como estupefacto.

Las dos creencias, la verdadera y la falsa, enraízan en uno de esos asesinatos colectivos o de resonancias colectivas de donde surgen las divinidades míticas. En ambos casos se da por resucitado a un profeta venerado. En ambos casos, en fin, la resurrección parece surgir de la violencias colectiva.

Los dos evangelios ponen en boca de Herodes una frase que indica claramente el arraigo de la falsa creencia en el recuerdo del asesinato: "Juan, al que yo decapité, ése resucitó" (Mc 6,16). Frase que sitúa la falsa resurrección en la prolongación directa de la violencia, una violencia que aparece, por tanto, como fundadora. Y que confirma la concepción de las génesis míticas propuesta en los capítulos anteriores. Todo el episodio constituye una génesis mítica en miniatura, extrañamente similar a la secuencia de la Pasión y la Resurrección.

Inmediatamente después de la frase de Herodes, los dos evangelios remontan en el tiempo para contar el asesinato de Juan. Lo que justifica el relato de esa ejecución no puede ser otra cosa que el escrúpulo de explicar la falsa creencia de Herodes. Para dar cuenta de una falsa resurrección, hay que encontrar el asesinato colectivo que lo provoca. ¿Cómo justificar, si no, la vuelta atrás de los dos evangelios, su recurso a la técnica del flash-back’, por primera y única vez utilizada en ellos?

La función generadora del asesinato en la creencia de Herodes es aún más marcada en Mateo que en Marcos. Para este último, en efecto, la creencia en la resurrección no comienza con Herodes propiamente dicho, sino con los rumores populares a los que éste se contenta con dar crédito. Mateo suprime la cuestión de los rumores. En su evangelio la falsa creencia no tiene otro acicate que el asesinato.

Ninguno de los dos evangelistas hace nada para disipar la confusión en que podrían sumirse los pobres cristianos modernizados ante la yuxtaposición de las dos resurrecciones, la falsa y la verdadera. Es evidente que la semejanza entre ambas secuencias no suscite en ellos el embarazo que provoca en nuestros contemporáneos. Pues si esas semejanzas les hubieran inquietado, Marcos y Mateo habrían hecho lo que hace Lucas: habrían suprimido un episodio que, al no estar centrado en Jesús, sólo desempeña un papel secundario y puede por eso eliminarse sin problemas.

La fe de Marcos y Mateo es demasiado acendrada, demasiado intensa, para que puedan inquietarse, como en nuestro caso, por semejanzas entre la falsa y la verdadera resurrección. Por el contrario, da la impresión de que los dos evangelistas insisten en esas semejanzas para mostrar hasta qué punto son hábiles las imitaciones satánicas de la verdad; hábiles, pero, finalmente, impotentes.

La fe cristiana consiste en pensar que, a diferencia de las falsas resurrecciones míticas, realmente arraigadas en los asesinatos colectivos, la Resurrección de Cristo no tiene nada que ver con la violencia de los hombres. Ocurre, inevitablemente, tras la muerte de Cristo, pero no enseguida, no hasta el tercer día, y, desde una perspectiva cristiana, tiene su origen en el propio Dios.

Lo que separa la verdadera resurrección de la falsa es su capacidad de revelación; no hay ninguna diferencia temática en los dramas que las preceden, ya que ambos son muy parecidos.

Una capacidad que ya hemos verificado y seguiremos verificando en los capítulos siguientes. Y que se opone tan decisivamente a la capacidad de ocultación mítica, que, una vez captada esa oposición, las semejanzas temáticas entre lo mítico y lo evangélico, todo lo que obsesiona a la crítica llamada científica, todo lo que, al parecer, confirma el escepticismo que antes de iniciar su trabajo trae consigo ya el crítico, resulta ser una profecía autorrealizada, un círculo vicioso de ilusión mimética.

Los evangelios "verifican" siempre de manera admirable todas las posiciones que respecto a ellos se adopten, incluso las más contrarias a su espíritu real. Hasta el punto de que incluso se podría hablar de ironía "superior", en las verificaciones aparentemente clamorosas y, sin embargo, ilusorias que los evangelios proporcionan a sus lectores.

Y si Lucas ha suprimido de su evangelio el relato de la ejecución de Juan Bautista, no es porque lo inquietara, sino porque lo considera una lamentable digresión. Quiere centrarse exclusivamente en Jesús.

Incluso cabe pensar que su somera frase sobre la reconciliación de Herodes y Pilato corresponde, en el tercer evangelio, a la falsa resurrección entre los dos primeros. La creencia en la falsa resurrección es un toque pagano muy característico de ese representante de las "potestades" que es Herodes. Lucas la suprime, pero la sustituye por otro toque pagano del mismo tipo, la reconciliación de Herodes y Pilato mediante la crucifixión. En ambos casos lo sugerido y rechazado es el proceso de divinización mítica.

Pese a las apariencias, los evangelios y su Resurrección se oponen a la mitología de forma aún más radical que el AT. Los evangelistas, como vemos, muestran un conocimiento verdaderamente extraordinario, una muy segura capacidad de distinguir las resurrecciones míticas de la Resurrección evangélica. Los no creyentes, en cambio, confunden ambos fenómenos.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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