SINGULARIDAD
DE LOS EVANGELIOS.- (G) (59)
Vamos ahora con el segundo pasaje que
quiero comentar, el más antiguo de los dos, se hemos de creer a los expertos,
puesto que aparece en los evangelios de Marcos y Mateo. Es más largo que el
primero. Se trata del relato de la falsa creencia de Herodes en una
resurrección de su víctima, el profeta Juan Bautista. Un texto que ilustra
admirablemente la cuestión de las llamativas, asombrosas semejanzas entre las
resurrecciones de tipo mítico y la resurrección de Jesús.
Como bueno cristianos que son, Marcos y
Mateo piensan que esa resurrección es falsa, a diferencia de la de Jesús, que
es auténtica.
Lo que hace extraordinario este texto es
que la verdadera muerte de Juan, y su falsa resurrección, se presenta con
apariencias extrañamente semejantes a la verdadera muerte y verdadera
resurrección de Jesús, apariencias realmente tan semejantes que, al lector
moderno, sea o no cristiano, la presencia de este texto en el Evangelio le deja
algo así como estupefacto.
Las dos creencias, la verdadera y la
falsa, enraízan en uno de esos asesinatos colectivos o de resonancias
colectivas de donde surgen las divinidades míticas. En ambos casos se da por
resucitado a un profeta venerado. En ambos casos, en fin, la resurrección
parece surgir de la violencias colectiva.
Los dos evangelios ponen en boca de
Herodes una frase que indica claramente el arraigo de la falsa creencia en el
recuerdo del asesinato: "Juan, al
que yo decapité, ése resucitó" (Mc 6,16). Frase que sitúa la falsa
resurrección en la prolongación directa de la violencia, una violencia que
aparece, por tanto, como fundadora. Y que confirma la concepción de las génesis
míticas propuesta en los capítulos anteriores. Todo el episodio constituye una
génesis mítica en miniatura, extrañamente similar a la secuencia de la Pasión y
la Resurrección.
Inmediatamente después de la frase de
Herodes, los dos evangelios remontan en el tiempo para contar el asesinato de
Juan. Lo que justifica el relato de esa ejecución no puede ser otra cosa que el
escrúpulo de explicar la falsa creencia de Herodes. Para dar cuenta de una
falsa resurrección, hay que encontrar el asesinato colectivo que lo provoca.
¿Cómo justificar, si no, la vuelta atrás de los dos evangelios, su recurso a la
técnica del ‘flash-back’, por
primera y única vez utilizada en ellos?
La función generadora del asesinato en la
creencia de Herodes es aún más marcada en Mateo que en Marcos. Para este
último, en efecto, la creencia en la resurrección no comienza con Herodes
propiamente dicho, sino con los rumores populares a los que éste se contenta
con dar crédito. Mateo suprime la cuestión de los rumores. En su evangelio la
falsa creencia no tiene otro acicate que el asesinato.
Ninguno de los dos evangelistas hace nada
para disipar la confusión en que podrían sumirse los pobres cristianos
modernizados ante la yuxtaposición de las dos resurrecciones, la falsa y la
verdadera. Es evidente que la semejanza entre ambas secuencias no suscite en
ellos el embarazo que provoca en nuestros contemporáneos. Pues si esas
semejanzas les hubieran inquietado, Marcos y Mateo habrían hecho lo que hace
Lucas: habrían suprimido un episodio que, al no estar centrado en Jesús, sólo
desempeña un papel secundario y puede por eso eliminarse sin problemas.
La fe de Marcos y Mateo es demasiado
acendrada, demasiado intensa, para que puedan inquietarse, como en nuestro
caso, por semejanzas entre la falsa y la verdadera resurrección. Por el
contrario, da la impresión de que los dos evangelistas insisten en esas semejanzas
para mostrar hasta qué punto son hábiles las imitaciones satánicas de la
verdad; hábiles, pero, finalmente, impotentes.
La fe cristiana consiste en pensar que, a
diferencia de las falsas resurrecciones míticas, realmente arraigadas en los
asesinatos colectivos, la Resurrección de Cristo no tiene nada que ver con la
violencia de los hombres. Ocurre, inevitablemente, tras la muerte de Cristo,
pero no enseguida, no hasta el tercer día, y, desde una perspectiva cristiana,
tiene su origen en el propio Dios.
Lo que separa la verdadera resurrección de
la falsa es su capacidad de revelación; no hay ninguna diferencia temática en
los dramas que las preceden, ya que ambos son muy parecidos.
Una capacidad que ya hemos verificado y
seguiremos verificando en los capítulos siguientes. Y que se opone tan
decisivamente a la capacidad de ocultación mítica, que, una vez captada esa
oposición, las semejanzas temáticas entre lo mítico y lo evangélico, todo lo
que obsesiona a la crítica llamada científica, todo lo que, al parecer,
confirma el escepticismo que antes de iniciar su trabajo trae consigo ya el
crítico, resulta ser una profecía autorrealizada, un círculo vicioso de ilusión
mimética.
Los evangelios "verifican"
siempre de manera admirable todas las posiciones que respecto a ellos se
adopten, incluso las más contrarias a su espíritu real. Hasta el punto de que
incluso se podría hablar de ironía "superior", en las verificaciones
aparentemente clamorosas y, sin embargo, ilusorias que los evangelios proporcionan
a sus lectores.
Y si Lucas ha suprimido de su evangelio el
relato de la ejecución de Juan Bautista, no es porque lo inquietara, sino
porque lo considera una lamentable digresión. Quiere centrarse exclusivamente
en Jesús.
Incluso cabe pensar que su somera frase
sobre la reconciliación de Herodes y Pilato corresponde, en el tercer
evangelio, a la falsa resurrección entre los dos primeros. La creencia en la
falsa resurrección es un toque pagano muy característico de ese representante
de las "potestades" que es Herodes. Lucas la suprime, pero la
sustituye por otro toque pagano del mismo tipo, la reconciliación de Herodes y
Pilato mediante la crucifixión. En ambos casos lo sugerido y rechazado es el
proceso de divinización mítica.
Pese a las apariencias, los evangelios y
su Resurrección se oponen a la mitología de forma aún más radical que el AT.
Los evangelistas, como vemos, muestran un conocimiento verdaderamente
extraordinario, una muy segura capacidad de distinguir las resurrecciones
míticas de la Resurrección evangélica. Los no creyentes, en cambio, confunden
ambos fenómenos.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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