SATÁN.- (D) (24)
Tanto
el Satán de los evangelios sinópticos como el Diablo del evangelio de Juan
encarnan el mimetismo conflictivo, mecanismo victimario incluido. Puede
tratarse de la totalidad del proceso o de una sola de sus etapas. Para los
exegetas modernos, ciegos ante el ciclo mimético, la palabra Satán parece
significar tantas cosas, que, en realidad, no significa nada. Pero se trata de
una impresión engañosa. Si se retoman una a una las propuestas que he analizado
anteriormente, y si se compara el Satán de los sinópticos con el Diablo de
Juan, se ve enseguida la coherencia de esa doctrina y que el paso de un
vocabulario a otro no la afecta en absoluto.
Lejos
de ser demasiado absurdo para merecer nuestra atención, el tema evangélico
contiene un saber sin parangón sobre las relaciones entre los hombres y las
sociedades resultantes de esas relaciones. Todo lo que he dicho sobre Satán
concuerda perfectamente con lo que el análisis anterior de los escándalos nos
había permitido formular.
Cuando
el desorden provocado por Satán resulta demasiado grande, al igual que ocurre
con el escándalo, el propio Satán se convierte de alguna manera en su antídoto,
pues suscita el apasionamiento mimético y el todos contra uno reconciliador,
con lo que la calma vuelve a la comunidad
La
gran parábola de los vendimiadores homicidas presenta con claridad el ciclo
satánico o mimético. Cada vez que el propietario de la viña envía un mensajero
a los vendimiadores, desencadena una crisis que éstos resuelven poniéndose de
acuerdo contra el mensajero, unánimemente expulsado. Este acuerdo unánime es el
apasionamiento mimético. Cada expulsión violenta es el cumplimiento de un ciclo
mimético. El último mensajero es el Hijo, expulsado y asesinado de la misma
forma que todos los enviados anteriores.
Una
parábola que confirma la definición de la crucifixión que anteriormente ha
dado. El suplicio de Jesús es un ejemplo, entre muchos otros, del mecanismo
victimario. Lo que convierte al ciclo mimético de Jesús en único no es la
violencia, sino la identidad de la víctima, el hecho de ser Hijo de Dios. Pero
aunque desde el punto de vista de nuestra redención, por supuesto, sea eso lo
esencial, desdeñar en demasía el fundamento antropológico de la Pasión
menoscaba la verdadera teología de la Encarnación, que necesita de la
antropología evangélica para fundamentarse.
Las
nociones de ciclo mimético y mecanismo victimario dan un contenido concreto a
una idea de Simone Weil según la cual, antes incluso de ser una
"teoría de Dios", una ‘teología’,
los evangelios son una "teoría del hombre", una ‘antropología’.
Puesto
que el desencadenamiento del mecanismo victimario es inseparable de la
culminación del desorden, el Satán que expulsa y restablece el orden es
perfectamente idéntico al Satán que fomenta el desorden: la fórmula de Jesús "Satán
expulsa a Satán" es insustituible.
El
recurso supremo del Príncipe de este mundo, su primer y principal juego de
manos, tal vez el único, es ese todos contra el uno mimético o mecanismo
victimario, la unanimidad mimética que, en el paroxismo del desorden,
restablece el orden en las comunidades humanas.
Gracias
a ese juego de manos -que hasta la revelación judaica y cristiana ha
permanecido siempre oculto y, hasta cierto punto, sigue estándolo en el
interior mismo de la revelación-, las comunidades humanas deben a Satán el muy
relativo orden del que gozan. Lo que significa que están siempre en deuda con
él y no pueden liberarse por sus propios medios.
Satán
imita el mismo modelo que Jesús, es decir, Dios, pero con un espíritu de
arrogancia y rivalidad por el poder. Ha logrado perpetuar su reino, durante la
mayor parte de la historia humana, gracias a la contemporización de Dios: la
misión de Jesús, enviado de Dios, señala el principio del fin de esa
contemporización. El reino de Satán corresponde a esa parte de la historia
humana que se extiende detrás de Cristo,
la cual está totalmente gobernada por el mecanismo victimario y las
falsas divinidades.
La
concepción mimética de Satán permite al Nuevo Testamento referir al mal un
papel a la medida de su importancia sin darle el peso ontológico que haría de
este personaje una especie de dios del mal. Satán no sólo es incapaz de crear
nada por sus propios medios, sino que no tiene otra forma de perpetuarse que
parasitando el ser creado por Dios, imitándolo de manera celosa, grotesca
perversa; justo lo contrario de la imitación recta y dócil de Jesús. Satán es
imitador, repito, en el sentido competitivo del término. Su reino es una
caricatura del de Dios. Satán es el mono de Dios.
Afirmar
que Satán no es, negarle el ser, como hace la teología cristiana, es decir,
entre otras cosas, que el cristianismo no nos obliga a ver en él a "un ser
que realmente exista". La interpretación que reconoce en Satán el
mimetismo conflictivo permite por primera vez no minimizar al Príncipe de este
mundo sin tener para ello que dotarlo de un ‘ser’ personal que la teología tradicional, con razón, le niega.
En
los evangelios los fenómenos miméticos y victimarios pueden organizarse a
partir de dos nociones diferentes: la primera, un principio impersonal, el
escándalo; la segunda, a través de ese personaje misterioso al que Juan llama
el Diablo y los evangelios sinópticos, Satán.
Como
ya hemos visto, en los evangelios sinópticos hay una disertación de Jesús sobre
el escándalo, pero ninguna sobre Satán. Mientras que en Juan, al contrario, no
aparece ninguna disertación sobre el escándalo, pero sí una sobre el Diablo -la
que acabo de analizar-.
Aunque
el escándalo y Satán sean básicamente una misma cosa, entre ambos pueden, sin
embargo, observarse dos diferencias importantes. El peso principal de las dos
nociones se distribuye de manera diferente. En el escándalo se subraya, sobre
todo, el proceso conflictivo en sus comienzos, las relaciones entre los
individuos, y no tanto los fenómenos colectivos, aunque éstos, como hemos
visto, no dejen también de estar presentes. Se perfila, sí, el ciclo mimético,
pero no de forma tan clara como en el caso del Satán de los sinópticos y del
Diablo de Juan. Aunque sugerido, el mecanismo victimario no acaba de definirse.
Pienso
que no podría llegarse realmente a una explicación plena del mecanismo
victimario y de la significación antropológica de la cruz partiendo únicamente
del escándalo. Aunque eso sea lo que hace Pablo al definir la Cruz como el
escándalo por excelencia. Pero sin recurrir al ciclo mimético para
interpretarlo, esa definición resulta parcialmente ininteligible.
Al
contrario, con la expulsión satánica de Satán el ciclo mimético queda
verdaderamente concluso y el proceso se cierra: el mecanismo victimario resulta
definido de manera explícita.
Pero
¿por qué Satán no se presenta como un principio impersonal, a la manera de los escándalos?
Porque designa la consecuencia principal de los mecanismos victimarios, la
aparición de una falsa trascendencia y de numerosas divinidades que la
representan. Satán es siempre ‘alguien’.
He aquí lo que los capítulos siguientes nos harán comprender.
(René
Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)
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