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miércoles, 20 de enero de 2021

SATÁN.- (D) (24)


SATÁN.- (D) (24)    

Tanto el Satán de los evangelios sinópticos como el Diablo del evangelio de Juan encarnan el mimetismo conflictivo, mecanismo victimario incluido. Puede tratarse de la totalidad del proceso o de una sola de sus etapas. Para los exegetas modernos, ciegos ante el ciclo mimético, la palabra Satán parece significar tantas cosas, que, en realidad, no significa nada. Pero se trata de una impresión engañosa. Si se retoman una a una las propuestas que he analizado anteriormente, y si se compara el Satán de los sinópticos con el Diablo de Juan, se ve enseguida la coherencia de esa doctrina y que el paso de un vocabulario a otro no la afecta en absoluto.

Lejos de ser demasiado absurdo para merecer nuestra atención, el tema evangélico contiene un saber sin parangón sobre las relaciones entre los hombres y las sociedades resultantes de esas relaciones. Todo lo que he dicho sobre Satán concuerda perfectamente con lo que el análisis anterior de los escándalos nos había permitido formular.

Cuando el desorden provocado por Satán resulta demasiado grande, al igual que ocurre con el escándalo, el propio Satán se convierte de alguna manera en su antídoto, pues suscita el apasionamiento mimético y el todos contra uno reconciliador, con lo que la calma vuelve a la comunidad

La gran parábola de los vendimiadores homicidas presenta con claridad el ciclo satánico o mimético. Cada vez que el propietario de la viña envía un mensajero a los vendimiadores, desencadena una crisis que éstos resuelven poniéndose de acuerdo contra el mensajero, unánimemente expulsado. Este acuerdo unánime es el apasionamiento mimético. Cada expulsión violenta es el cumplimiento de un ciclo mimético. El último mensajero es el Hijo, expulsado y asesinado de la misma forma que todos los enviados anteriores.

Una parábola que confirma la definición de la crucifixión que anteriormente ha dado. El suplicio de Jesús es un ejemplo, entre muchos otros, del mecanismo victimario. Lo que convierte al ciclo mimético de Jesús en único no es la violencia, sino la identidad de la víctima, el hecho de ser Hijo de Dios. Pero aunque desde el punto de vista de nuestra redención, por supuesto, sea eso lo esencial, desdeñar en demasía el fundamento antropológico de la Pasión menoscaba la verdadera teología de la Encarnación, que necesita de la antropología evangélica para fundamentarse.

Las nociones de ciclo mimético y mecanismo victimario dan un contenido concreto a una idea de Simone Weil según la cual, antes incluso de ser una "teoría de Dios", una teología’, los evangelios son una "teoría del hombre", una antropología’.

Puesto que el desencadenamiento del mecanismo victimario es inseparable de la culminación del desorden, el Satán que expulsa y restablece el orden es perfectamente idéntico al Satán que fomenta el desorden: la fórmula de Jesús "Satán expulsa a Satán" es insustituible.

El recurso supremo del Príncipe de este mundo, su primer y principal juego de manos, tal vez el único, es ese todos contra el uno mimético o mecanismo victimario, la unanimidad mimética que, en el paroxismo del desorden, restablece el orden en las comunidades humanas.

Gracias a ese juego de manos -que hasta la revelación judaica y cristiana ha permanecido siempre oculto y, hasta cierto punto, sigue estándolo en el interior mismo de la revelación-, las comunidades humanas deben a Satán el muy relativo orden del que gozan. Lo que significa que están siempre en deuda con él y no pueden liberarse por sus propios medios.

Satán imita el mismo modelo que Jesús, es decir, Dios, pero con un espíritu de arrogancia y rivalidad por el poder. Ha logrado perpetuar su reino, durante la mayor parte de la historia humana, gracias a la contemporización de Dios: la misión de Jesús, enviado de Dios, señala el principio del fin de esa contemporización. El reino de Satán corresponde a esa parte de la historia humana que se extiende detrás de Cristo,  la cual está totalmente gobernada por el mecanismo victimario y las falsas divinidades.

La concepción mimética de Satán permite al Nuevo Testamento referir al mal un papel a la medida de su importancia sin darle el peso ontológico que haría de este personaje una especie de dios del mal. Satán no sólo es incapaz de crear nada por sus propios medios, sino que no tiene otra forma de perpetuarse que parasitando el ser creado por Dios, imitándolo de manera celosa, grotesca perversa; justo lo contrario de la imitación recta y dócil de Jesús. Satán es imitador, repito, en el sentido competitivo del término. Su reino es una caricatura del de Dios. Satán es el mono de Dios.

Afirmar que Satán no es, negarle el ser, como hace la teología cristiana, es decir, entre otras cosas, que el cristianismo no nos obliga a ver en él a "un ser que realmente exista". La interpretación que reconoce en Satán el mimetismo conflictivo permite por primera vez no minimizar al Príncipe de este mundo sin tener para ello que dotarlo de un ser’ personal que la teología tradicional, con razón, le niega.

En los evangelios los fenómenos miméticos y victimarios pueden organizarse a partir de dos nociones diferentes: la primera, un principio impersonal, el escándalo; la segunda, a través de ese personaje misterioso al que Juan llama el Diablo y los evangelios sinópticos, Satán.

Como ya hemos visto, en los evangelios sinópticos hay una disertación de Jesús sobre el escándalo, pero ninguna sobre Satán. Mientras que en Juan, al contrario, no aparece ninguna disertación sobre el escándalo, pero sí una sobre el Diablo -la que acabo de analizar-.

Aunque el escándalo y Satán sean básicamente una misma cosa, entre ambos pueden, sin embargo, observarse dos diferencias importantes. El peso principal de las dos nociones se distribuye de manera diferente. En el escándalo se subraya, sobre todo, el proceso conflictivo en sus comienzos, las relaciones entre los individuos, y no tanto los fenómenos colectivos, aunque éstos, como hemos visto, no dejen también de estar presentes. Se perfila, sí, el ciclo mimético, pero no de forma tan clara como en el caso del Satán de los sinópticos y del Diablo de Juan. Aunque sugerido, el mecanismo victimario no acaba de definirse.

Pienso que no podría llegarse realmente a una explicación plena del mecanismo victimario y de la significación antropológica de la cruz partiendo únicamente del escándalo. Aunque eso sea lo que hace Pablo al definir la Cruz como el escándalo por excelencia. Pero sin recurrir al ciclo mimético para interpretarlo, esa definición resulta parcialmente ininteligible.

Al contrario, con la expulsión satánica de Satán el ciclo mimético queda verdaderamente concluso y el proceso se cierra: el mecanismo victimario resulta definido de manera explícita.

Pero ¿por qué Satán no se presenta como un principio impersonal, a la manera de los escándalos? Porque designa la consecuencia principal de los mecanismos victimarios, la aparición de una falsa trascendencia y de numerosas divinidades que la representan. Satán es siempre alguien’. He aquí lo que los capítulos siguientes nos harán comprender.

(René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)

 

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