LA
DOBLE HERENCIA DE NIETZSCHE.- (F) (78)
Lo que hace un siglo yal vez exigiera,
para poder ser descubierto, toda la perspicacia de un Nietzsche, es hoy algo
que cualquier niño puede descubrir. La constante ambición por ir cada vez más
lejos transforma la preocupación por las víctimas en una conminación
totalitaria, una permanente Inquisición. Los propios medios se dan cuenta de
ello y se burlan de la "victimología", sin prejuicio de que la
exploten.
El hecho de que nuestro mundo se haga
masivamente anticristiano, al menos en sus clases dirigentes, no impide, pues,
que la preocupación por las víctimas se perpetúe y refuerce, a menudo con
formas aberrantes.
La majestuosa inauguración de la era
"postcristiana" es una broma. Estamos en un momento de
ultracristianismo caricaturesco que intenta escapar de la órbita judeocristiana
"radicalizando" la preocupación por las víctimas en un sentido
anticristiano.
Las falsas trascendencias se están
disolviendo en un mundo sometido al afecto de la revelación cristiana.
Disolución que, un poco en todas partes, trae consigo un retroceso de lo
religioso y, paradójicamente, un retroceso del propio cristianismo, durante
tanto tiempo contaminado de supervivencias "sacrificiales" que sigue
siendo vulnerable a los ataques de multitud de adversarios.
La influencia de Nietzsche está muy
presente en nuestro mundo. Cuando se vuelven hacia la Biblia o el Nuevo
Testamento, muchos intelectuales pretenden ventear en esos textos -por supuesto
con una repugnancia tomada de Nietzsche- lo que llaman "resabios del chivo
expiatorio", siempre calificado por ellos de "nauseabundos",
supongo que en recuerdo del chivo original.
Nunca estos finos sabuesos ejercen la
exquisita delicadeza de su olfato desde el lado de Dionisio y Edipo. Como
ustedes pueden observar, en los mitos nadie detecta nunca malos olores de
cadáveres mal enterrados. Nunca los mitos son objeto de la menor sospecha.
Desde el primer Renacimiento, el pagano
viene gozando entre nuestros intelectuales de una reputación de transparencia,
salud y sensatez que nada puede quebrar. Siempre se lo compara, ventajosamente
para él, con todo lo que el judaísmo y el cristianismo tendrían, al contrario,
de "malsano".
Hasta el "nazismo", el judaísmo
fue la víctima preferencial de ese sistema de chivo expiatorio. El cristianismo
aparecía en segundo lugar. Desde el holocausto, en cambio, nadie se atreve a
atacar ya al judaísmo, con lo que el cristianismo queda promovido al papel
principal de chivo expiatorio. Todo el mundo se extasía con el oreado carácter,
sanamente deportivo, de la civilización griega, frente a la atmósfera cerrada,
suspicaz, hosca, represiva, del mundo judaico y el cristiano. Algo elemental en
la universidad, y que constituye también el verdadero nexo de unión entre los
dos nietzscheanismos del siglo XX: su hostilidad común a nuestra tradición
religiosa.
Para que nuestro mundo se libre realmente
del cristianismo, tendría que renunciar de verdad a la preocupación por las
víctimas, y así lo comprendieron Nietzsche y el nazismo. Contaban con
relativizar el cristianismo, revelar en él una religión como las demás,
susceptible de ser reemplazada bien por el ateísmo, bien por una religión
realmente nueva, ajena por completo a la Biblia. Heidegger no perdió nunca la
esperanza de una total extinción de la influencia cristiana y un nuevo inicio
desde cero, un nuevo ciclo mimético. Y este es el sentido, en mi opinión, de la
más célebre de todas las frases de la entrevista considera como su testamento y
publicada en ‘Der Spiegel’
después de la muerte del filósofo: "Sólo un dios puede salvarnos".
La tentativa de hacer olvidar a los
hombres la preocupación por las víctimas, tanto la de Nietzsche como la de
Hitler, se saldó con un fracaso que parece definitivo, al menos por el momento.
Sin embargo, no es el cristianismo el que se aprovecha en nuestro mundo del
triunfo de esa preocupación, sino lo que hay que llamar el ‘otro totalitarismo’, el más hábil de los
dos, el más cargado, evidentemente, tanto de futuro como de presente, ese que
en lugar de oponerse abiertamente a las aspiraciones judeocristianas las
reivindica como algo suyo impugnando la autenticidad de la preocupación por las
víctimas entre los cristianos (no sin cierta apariencia de razón en lo que
respecta a la acción concreta, la encarnación histórica del cristianismo real
en el curso de la historia).
Así, en lugar de oponerse de manera franca
al cristianismo, este otro totalitarismo lo desborda por la izquierda.
A todo lo largo del siglo XX, la fuerza
mimética más poderosa no ha sido el nazismo ni las ideologías con él
emparentadas, todas las que se oponen abiertamente a la preocupación por las
víctimas por reconocer en ella su origen judeocristiano. En efecto, el
movimiento anticristiano más poderoso es el que resume y "radicaliza"
esa preocupación para paganizarla. Las potestades y los principados pretenden
ahora ser "revolucionarios" reprochando al cristianismo no defender a
las víctimas con suficiente vehemencia y sin ver en el pasado cristiano otra
cosa que persecuciones, opresiones, inquisiciones.
Este otro totalitarismo se presenta como
liberador de la humanidad. Para usurpar el lugar de Cristo, las potestades lo
imitan emulativamente, denunciando en la preocupación cristiana por las
víctimas una hipócrita y pálida imitación de la auténtica cruzada contra la
opresión y la persecución, de la que ellas serán punta de lanza.
Utilizando el lenguaje simbólico del Nuevo
Testamento cabe decir que, para intentar restablecer y triunfar de nuevo, Satán
adopta el lenguaje de las víctimas. Imita a Cristo cada vez mejor y pretende
superarlo. Una imitación usurpadora presente ya desde hace mucho tiempo en el
mundo cristianizado, pero que en nuestra época se refuerza enormemente. Es el
proceso rememorado por el Nuevo Testamento en el lenguaje del ‘Anticristo’. Un término que, para
comprenderlo, hay que desdramatizar primero, puesto que corresponde a una
realidad muy cotidiana y prosaica.
El Anticristo pretende aportar a los
hombres esa paz y tolerancia que el cristianismo les promete, pero que no les
atrae. Sin embargo, en realidad, lo que la radicalización de la victimología
contemporánea aporta es un muy efectivo regreso a todo tipo de costumbres
paganas: el aborto, la eutanasia, la indiferenciación sexual, juegos de manos
innumerables, aunque sin víctimas reales gracias a las simulaciones
electrónicas.
El neopaganismo quiere convertir el
decálogo y toda la moral judeocristiana en una intolerable violencia. Y su
completa eliminación constituye el primero de sus objetivos. La fiel
observancia de la ley moral es considerada como una complicidad con las fuerzas
persecutorias, que, esencialmente, serían religiosas.
Como las Iglesias cristianas sólo han
tomado muy tarde conciencia de sus fallos respecto a la caridad, de su
connivencia con el orden establecido, tanto en el mundo de ayer como en el de
hoy, que sigue siendo "sacrificial", resultan especialmente
vulnerables a ese permanente chantaje al que el neopaganismo contemporáneo las
somete.
Un neopaganismo para el que la felicidad
consiste en la ilimitada satisfacción de los deseos y, por tanto, en la
supresión de todas las prohibiciones. Idea que adquiere cierto tinte de
verosimilitud en el limitado ámbito de los bienes de consumo, cuya prodigiosa
multiplicación, efecto del progreso técnico, atenúa ciertas rivalidades
miméticas y confiere una apariencia de plausibilidad a la tesis según la cual
toda ley moral no es más que un puro instrumento de represión y persecución.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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