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lunes, 18 de enero de 2021

LA DOBLE HERENCIA DE NIETZSCHE.- (F) (78)

LA DOBLE HERENCIA DE NIETZSCHE.- (F) (78)   

Lo que hace un siglo yal vez exigiera, para poder ser descubierto, toda la perspicacia de un Nietzsche, es hoy algo que cualquier niño puede descubrir. La constante ambición por ir cada vez más lejos transforma la preocupación por las víctimas en una conminación totalitaria, una permanente Inquisición. Los propios medios se dan cuenta de ello y se burlan de la "victimología", sin prejuicio de que la exploten.

El hecho de que nuestro mundo se haga masivamente anticristiano, al menos en sus clases dirigentes, no impide, pues, que la preocupación por las víctimas se perpetúe y refuerce, a menudo con formas aberrantes.

La majestuosa inauguración de la era "postcristiana" es una broma. Estamos en un momento de ultracristianismo caricaturesco que intenta escapar de la órbita judeocristiana "radicalizando" la preocupación por las víctimas en un sentido anticristiano.

Las falsas trascendencias se están disolviendo en un mundo sometido al afecto de la revelación cristiana. Disolución que, un poco en todas partes, trae consigo un retroceso de lo religioso y, paradójicamente, un retroceso del propio cristianismo, durante tanto tiempo contaminado de supervivencias "sacrificiales" que sigue siendo vulnerable a los ataques de multitud de adversarios.

La influencia de Nietzsche está muy presente en nuestro mundo. Cuando se vuelven hacia la Biblia o el Nuevo Testamento, muchos intelectuales pretenden ventear en esos textos -por supuesto con una repugnancia tomada de Nietzsche- lo que llaman "resabios del chivo expiatorio", siempre calificado por ellos de "nauseabundos", supongo que en recuerdo del chivo original.

Nunca estos finos sabuesos ejercen la exquisita delicadeza de su olfato desde el lado de Dionisio y Edipo. Como ustedes pueden observar, en los mitos nadie detecta nunca malos olores de cadáveres mal enterrados. Nunca los mitos son objeto de la menor sospecha.

Desde el primer Renacimiento, el pagano viene gozando entre nuestros intelectuales de una reputación de transparencia, salud y sensatez que nada puede quebrar. Siempre se lo compara, ventajosamente para él, con todo lo que el judaísmo y el cristianismo tendrían, al contrario, de "malsano".

Hasta el "nazismo", el judaísmo fue la víctima preferencial de ese sistema de chivo expiatorio. El cristianismo aparecía en segundo lugar. Desde el holocausto, en cambio, nadie se atreve a atacar ya al judaísmo, con lo que el cristianismo queda promovido al papel principal de chivo expiatorio. Todo el mundo se extasía con el oreado carácter, sanamente deportivo, de la civilización griega, frente a la atmósfera cerrada, suspicaz, hosca, represiva, del mundo judaico y el cristiano. Algo elemental en la universidad, y que constituye también el verdadero nexo de unión entre los dos nietzscheanismos del siglo XX: su hostilidad común a nuestra tradición religiosa.

Para que nuestro mundo se libre realmente del cristianismo, tendría que renunciar de verdad a la preocupación por las víctimas, y así lo comprendieron Nietzsche y el nazismo. Contaban con relativizar el cristianismo, revelar en él una religión como las demás, susceptible de ser reemplazada bien por el ateísmo, bien por una religión realmente nueva, ajena por completo a la Biblia. Heidegger no perdió nunca la esperanza de una total extinción de la influencia cristiana y un nuevo inicio desde cero, un nuevo ciclo mimético. Y este es el sentido, en mi opinión, de la más célebre de todas las frases de la entrevista considera como su testamento y publicada en Der Spiegel’ después de la muerte del filósofo: "Sólo un dios puede salvarnos".

La tentativa de hacer olvidar a los hombres la preocupación por las víctimas, tanto la de Nietzsche como la de Hitler, se saldó con un fracaso que parece definitivo, al menos por el momento. Sin embargo, no es el cristianismo el que se aprovecha en nuestro mundo del triunfo de esa preocupación, sino lo que hay que llamar el otro totalitarismo’, el más hábil de los dos, el más cargado, evidentemente, tanto de futuro como de presente, ese que en lugar de oponerse abiertamente a las aspiraciones judeocristianas las reivindica como algo suyo impugnando la autenticidad de la preocupación por las víctimas entre los cristianos (no sin cierta apariencia de razón en lo que respecta a la acción concreta, la encarnación histórica del cristianismo real en el curso de la historia).

Así, en lugar de oponerse de manera franca al cristianismo, este otro totalitarismo lo desborda por la izquierda.

A todo lo largo del siglo XX, la fuerza mimética más poderosa no ha sido el nazismo ni las ideologías con él emparentadas, todas las que se oponen abiertamente a la preocupación por las víctimas por reconocer en ella su origen judeocristiano. En efecto, el movimiento anticristiano más poderoso es el que resume y "radicaliza" esa preocupación para paganizarla. Las potestades y los principados pretenden ahora ser "revolucionarios" reprochando al cristianismo no defender a las víctimas con suficiente vehemencia y sin ver en el pasado cristiano otra cosa que persecuciones, opresiones, inquisiciones.

Este otro totalitarismo se presenta como liberador de la humanidad. Para usurpar el lugar de Cristo, las potestades lo imitan emulativamente, denunciando en la preocupación cristiana por las víctimas una hipócrita y pálida imitación de la auténtica cruzada contra la opresión y la persecución, de la que ellas serán punta de lanza.

Utilizando el lenguaje simbólico del Nuevo Testamento cabe decir que, para intentar restablecer y triunfar de nuevo, Satán adopta el lenguaje de las víctimas. Imita a Cristo cada vez mejor y pretende superarlo. Una imitación usurpadora presente ya desde hace mucho tiempo en el mundo cristianizado, pero que en nuestra época se refuerza enormemente. Es el proceso rememorado por el Nuevo Testamento en el lenguaje del Anticristo’. Un término que, para comprenderlo, hay que desdramatizar primero, puesto que corresponde a una realidad muy cotidiana y prosaica.

El Anticristo pretende aportar a los hombres esa paz y tolerancia que el cristianismo les promete, pero que no les atrae. Sin embargo, en realidad, lo que la radicalización de la victimología contemporánea aporta es un muy efectivo regreso a todo tipo de costumbres paganas: el aborto, la eutanasia, la indiferenciación sexual, juegos de manos innumerables, aunque sin víctimas reales gracias a las simulaciones electrónicas.

El neopaganismo quiere convertir el decálogo y toda la moral judeocristiana en una intolerable violencia. Y su completa eliminación constituye el primero de sus objetivos. La fiel observancia de la ley moral es considerada como una complicidad con las fuerzas persecutorias, que, esencialmente, serían religiosas.

Como las Iglesias cristianas sólo han tomado muy tarde conciencia de sus fallos respecto a la caridad, de su connivencia con el orden establecido, tanto en el mundo de ayer como en el de hoy, que sigue siendo "sacrificial", resultan especialmente vulnerables a ese permanente chantaje al que el neopaganismo contemporáneo las somete.

Un neopaganismo para el que la felicidad consiste en la ilimitada satisfacción de los deseos y, por tanto, en la supresión de todas las prohibiciones. Idea que adquiere cierto tinte de verosimilitud en el limitado ámbito de los bienes de consumo, cuya prodigiosa multiplicación, efecto del progreso técnico, atenúa ciertas rivalidades miméticas y confiere una apariencia de plausibilidad a la tesis según la cual toda ley moral no es más que un puro instrumento de represión y persecución.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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