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jueves, 21 de enero de 2021

INTRODUCCIÓN.- (D) (4)

INTRODUCCIÓN.- (D) (4) 

Los mitos invierten sistemáticamente la verdad. Absuelven a los perseguidores y condenan a las víctimas. Son siempre engañosos, porque nacen de un engaño, y, a diferencia de lo que les ocurrió a los discípulos de Emaús tras la Resurrección, nada ni nadie’ acude en su ayuda para iluminarlos.

Representar la violencia colectiva de manera exacta, como hacen los evangelios, es negarle el valor religioso positivo que los mitos le conceden, es contemplarla en su horror puramente humano, moralmente culpable. Es liberarse de esa ilusión mítica que, o bien transforma la violencia en acción loable, sagrada en cuanto útil para la comunidad, o bien la elimina totalmente, como en nuestros días hace la investigación científica sobre la mitología.

Desde el punto de vista antropológico’, la singularidad y la verdad que la tradición judeocristiana reivindican son perfectamente reales, e incluso evidentes. Para apreciar la fuerza, o la debilidad, de esa tesis, no basta la presente introducción; hay que leer la demostración entera. En la tercera y última parte de este libro (capítulos XI-XIV) la absoluta singularidad de cristianismo será plenamente confirmada, y ello no a pesar de su perfecta simetría con la mitología. Mientras que la divinidad de los héroes míticos resulta de la ocultación violenta de la violencia, la atribuida a Cristo hunde sus raíces en el poder revelador de sus palabras y, sobre todo, de su muerte libremente aceptada y que pone de manifiesto no sólo su inocencia sino la de todos los "chivos expiatorios" de la misma clase.

Como puede apreciarse mi análisis no es religioso, sino que desemboca en lo religioso. De ser exacto, sus consecuencias religiosas son incalculables.

El presente libro constituye, en última instancia, lo que antes se llamaba una apología del cristianismo. Su autor no oculta ese aspecto apologético, sino que, al contrario, lo reivindica sin vacilación. Sin embargo, esta defensa "antropológica" del cristianismo no tiene nada que ver ni con las viejas "pruebas de la existencia de Dios", ni con el "argumento ontológico", ni con el temblor "existencial" que ha sacudido brevemente la inercia espiritual del siglo XX. Cosas todas excelentes, en su lugar y en su momento, pero que desde un punto de vista cristiano presentan el gran inconveniente de no tener relación alguna con la Cruz: son más deístas que específicamente cristianas.

Si la Cruz desmitifica toda mitología más eficazmente que los automóviles y la electricidad de Bultmann, si nos libera de ilusiones que se prolongan de modo indefinido en nuestras filosofías y en nuestras ciencias sociales, no podemos prescindir de ella. Así pues, lejos de estar definitivamente pasada de moda y superada, la religión de la Cruz, en su integridad, constituye esa perla de elevado precio cuya adquisición justifica más que nunca el sacrificio de todo lo que poseemos.

(René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)

 

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