ES
PRECISO QUE LLEGUE EL ESCÁNDALO.- (F) (10)
La
revolución que anuncia y prepara el décimo mandamiento se consuma plenamente en
los evangelios. Si Jesús no habla nunca en términos de prohibiciones y, en
cambio, lo hace siempre en términos de modelos e imitación, es porque llega
hasta el fondo de la lección del décimo mandamiento. Y cuando nos recomienda
que lo imitemos, no es por narcisismo, sino para alejarnos de las rivalidades
miméticas.
¿En
qué debe centrarse, exactamente, la imitación de Jesucristo? No en su manera de
ser o en sus hábitos personales: nunca en los evangelios se dice esto. Tampoco
Jesús propone una regla de vida ascética en el sentido de Tomás de Kempis y su
célebre ‘Imitación de Cristo’,
por muy admirable que esta obra sea. Lo que Jesús nos invita a imitar es su
propio deseo, el impulso que lo lleva
a él, a Jesús, hacia el fin que se ha fijado: parecerse lo más posible a Dios
Padre.
La
invitación a imitar el deseo de Jesús puede parecer paradójica puesto que Jesús
no pretende poseer un deseo propio, un deseo específicamente "suyo".
Contrariamente a lo que nosotros pretendemos, no pretende "ser él
mismo", no se vanagloria de "obedecer sólo a sus propios
deseos". Su objetivo es llegar a ser la ‘imagen’ perfecta de Dios. Y por eso dedica todas sus fuerzas a
imitar a ese Padre. Y al invitarnos a imitarlo nos invita a imitar su propia
imitación.
Una
invitación que, lejos de paradójica, es más razonable que la de nuestros
modernos gurús, que nos invitan a hacer lo contrario de lo que ellos hacen o,
al menos, pretenden hacer. Cada uno de ellos pide, en efecto, a sus discípulos
que imiten en él al gran hombre que no imita a nadie. Por el contrario, Jesús
nos invita a hacer lo que él hace, a que nos convirtamos, exactamente como él,
en imitadores de Dios Padre.
(René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario