III.- SATÁN
SATÁN.- (A) (21)
Para
confirmar la presencia en los evangelios de lo que he denominado el "ciclo
mimético", hay que tener en cuenta una noción, o más bien un personaje,
que es desdeñado en nuestros días, incluso por los cristianos. Los evangelios
sinópticos lo designan por su nombre hebreo, Satán. El evangelio de Juan le da
un nombre griego, el Diablo.
En
la época en que, guiados por el teólogo Rudolf Bultmann, todos los teólogos a
la última se dedicaban a "desmitologizar" desenfrenadamente las
Escrituras, éstos ni siquiera se dignaban incluir al Príncipe de este mundo en
su programa. Hasta ese honor le negaban. A pesar del considerable papel que
desempeña en los evangelios, el cristianismo moderno apenas lo tiene en cuenta.
Si
se estudian las propuestas evangélicas sobre Satán a la luz de nuestro
análisis, se observa que no merecen el olvido en que han caído.
Como
Jesús, Satán quiere que lo imiten, aunque no de la misma manera ni por las
mismas razones. En primer lugar, quiere seducir. El Satán seductor es el único
Satán que el mundo moderno se digna recordar, por supuesto, para bromear sobre
él.
Satán
también se propone como modelo para nuestros deseos, y, evidentemente, resulta
más fácil de imitar que Cristo, puesto que nos aconseja que nos dejemos llevar
por todas nuestras inclinaciones, despreciando la moral y sus prohibiciones.
Al
escuchar a este muy amable y muy moderno profesor, en principio uno se siente
muy liberado. Pero esa impresión dura poco, ya que, si le escuchamos, no
tardaremos en ser privados de todo aquello que protege del mimetismo
conflictivo. Así, en lugar de avisarnos sobre las trampas que nos aguardan,
Satán nos hace caer en ellas. Aplaude la idea de que las prohibiciones no
sirven para nada y que su transgresión no implica peligro alguno.
El
camino al que Satán nos lanza es ancho y fácil, la gran autopista de la crisis
mimética. Mas hete aquí que, de pronto, entre nosotros y el objeto de nuestro
deseo surge un obstáculo inesperado y, misterio entre los misterios, cuando
pensábamos haberlo dejado muy atrás, ese mismo Satán, o uno de sus secuaces,
nos corta el camino.
Es
la primera de sus numerosas metamorfosis: el ‘seductor’ inicial se transforma rápidamente en un repelente ‘adversario’, un obstáculo más serio que
todas las prohibiciones aún no transgredidas. El secreto de esta desagradable
metamorfosis es fácil de descubrir: el segundo Satán no es otra cosa que la
conversión del modelo mimético en obstáculo y en rival, la génesis de los
escándalos.
Puesto
que desea lo mismo que nos empuja a desear, nuestro modelo se opone a nuestro
deseo. Así pues, más allá de las transgresiones se alza un obstáculo más
coriáceo que todas las prohibiciones, aunque en principio oculto bajo la
protección que éstas procuran mientras son respetadas.
No
soy yo solo quien equipara a Satán con los escándalos. Lo hace el propio Jesús
en su apóstrofe vehemente a Pedro: "Pasa detrás de mí, Satán, pues
tú eres para mí un escándalo".
Pedro
es objeto de esta regañina por haber reaccionado negativamente al primer
anuncio de la Pasión. Decepcionado por lo que considera excesiva resignación
por parte de Jesús, se esfuerza en insuflarle su propio deseo, su propia
ambición mundana. En suma, Pedro invita a Jesús a que lo tome por modelo de su
deseo. Si Jesús se alejara de su Padre para seguir a Pedro, Pedro y el propio
Jesús no tardarían en caer en la rivalidad mimética y la aventura del Reino de
Dios se hundiría en irrisorias querellas. Pedro se convierte aquí en sembrador
de escándalos, en el Satán que aleja a los hombres de Dios en beneficio de los
modelos de rivalidad. Satán siembra los escándalos y recoge las tempestades de
las crisis miméticas. Es la ocasión para él de demostrar lo que es capaz de
hacer. Las grandes crisis desembocan en el verdadero misterio de Satán, en su
más extraño poder, el de autoexpulsarse y traer de nuevo el orden a las
comunidades humanas.
El
texto esencial sobre la expulsión satánica de Satán es la respuesta de Jesús a
quienes lo acusan de expulsar a Satán por mediación de Belcebú, el príncipe de
los demonios:
«¿Cómo puede Satán expulsar a Satán? Si
un reino se divide contra sí mismo, no puede mantenerse en pie; y si una casa
se divide contra sí misma, no podrá sostenerse; y si el Adversario se alzó
contra sí mismo y se dividió, no puede sostenerse, sino que está tocando a su
fin» (Mc 3,24-26).
Acusar
a un exorcista rival de expulsar a los demonios por medio de Satán debía de ser
en esa época una acusación trivial. Muchos debían de hacerlo maquinalmente.
Jesús quiere que se reflexione sobre sus implicaciones. Si es cierto que Satán
expulsa a Satán, ¿cómo puede ser, cómo es posible proeza tal?
Lejos
de negar la realidad de la autoexpulsión satánica, ese texto la afirma. La
prueba de que Satán pose ese poder es, precisamente, la afirmación, a menudo
repetida, de que está llegando a su fin. La inmediata caída de Satán,
profetizada por Cristo, se funde así con el fin de su poder de autoexpulsión.
Tanto
en Mateo como en Marcos, en lugar de sustituir el segundo Satán por un
pronombre y decir "¿Cómo puede Satán expulsarse a sí mismo?", Jesús
repite el nombre, Satán: "¿Cómo
puede Satán expulsar a Satán?". La proposición interrogativa de Marcos
se transforma en una proposición condicional, pero la fórmula no cambia:
"(...) y si Satán se alzó contra Satán (...)".
La
repetición de la palabra Satán es más elocuente de lo que sería sus sustitución
por un pronombre, sin duda. Pero lo que la inspira no es el gusto por el
lenguaje elegante, sino el deseo de subrayar la paradoja fundamental de Satán.
Es un principio de orden tanto como de desorden.
El
Satán expulsado es el que fomenta y exaspera las rivalidades miméticas hasta el
punto de transformar la comunidad en una hoguera de escándalos. Y el Satán que
expulsa es esa misma hoguera una vez alcanzado el punto de incandescencia
suficiente para desencadenar el mecanismo victimario. Para impedir la
destrucción de su reino, Satán hace de su propio desorden, en el momento de su
paroxismo, un medio de expulsarse a sí mismo.
Y
es ese poder extraordinario lo que lo convierte en príncipe de este mundo. Si
no pudiera proteger su dominio de los intentos que amenazan con aniquilarlo, y
que son esencialmente los suyos, no merecería ese título de Príncipe que los
evangelios le conceden, y no a la ligera. Si fuera puramente destructor, hace
ya tiempo que Satán habría perdido su imperio. Para comprender lo que lo hace
dueño de todos los reinos de este mundo, hay que tomar al pie de la letra lo
que dice Jesús, a saber: que el desorden expulsa el desorden, o, dicho de otra
forma, que Satán expulsa realmente a Satán. Y mediante esa proeza nada
corriente ha conseguido hacerse indispensable y que su poder continúe siendo
muy grande.
(René
Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)
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