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miércoles, 20 de enero de 2021

SATÁN.- (A) (21)

III.- SATÁN

SATÁN.- (A) (21)

Para confirmar la presencia en los evangelios de lo que he denominado el "ciclo mimético", hay que tener en cuenta una noción, o más bien un personaje, que es desdeñado en nuestros días, incluso por los cristianos. Los evangelios sinópticos lo designan por su nombre hebreo, Satán. El evangelio de Juan le da un nombre griego, el Diablo.

En la época en que, guiados por el teólogo Rudolf Bultmann, todos los teólogos a la última se dedicaban a "desmitologizar" desenfrenadamente las Escrituras, éstos ni siquiera se dignaban incluir al Príncipe de este mundo en su programa. Hasta ese honor le negaban. A pesar del considerable papel que desempeña en los evangelios, el cristianismo moderno apenas lo tiene en cuenta.

Si se estudian las propuestas evangélicas sobre Satán a la luz de nuestro análisis, se observa que no merecen el olvido en que han caído.

Como Jesús, Satán quiere que lo imiten, aunque no de la misma manera ni por las mismas razones. En primer lugar, quiere seducir. El Satán seductor es el único Satán que el mundo moderno se digna recordar, por supuesto, para bromear sobre él.

Satán también se propone como modelo para nuestros deseos, y, evidentemente, resulta más fácil de imitar que Cristo, puesto que nos aconseja que nos dejemos llevar por todas nuestras inclinaciones, despreciando la moral y sus prohibiciones.

Al escuchar a este muy amable y muy moderno profesor, en principio uno se siente muy liberado. Pero esa impresión dura poco, ya que, si le escuchamos, no tardaremos en ser privados de todo aquello que protege del mimetismo conflictivo. Así, en lugar de avisarnos sobre las trampas que nos aguardan, Satán nos hace caer en ellas. Aplaude la idea de que las prohibiciones no sirven para nada y que su transgresión no implica peligro alguno.

El camino al que Satán nos lanza es ancho y fácil, la gran autopista de la crisis mimética. Mas hete aquí que, de pronto, entre nosotros y el objeto de nuestro deseo surge un obstáculo inesperado y, misterio entre los misterios, cuando pensábamos haberlo dejado muy atrás, ese mismo Satán, o uno de sus secuaces, nos corta el camino.

Es la primera de sus numerosas metamorfosis: el seductor’ inicial se transforma rápidamente en un repelente adversario’, un obstáculo más serio que todas las prohibiciones aún no transgredidas. El secreto de esta desagradable metamorfosis es fácil de descubrir: el segundo Satán no es otra cosa que la conversión del modelo mimético en obstáculo y en rival, la génesis de los escándalos.

Puesto que desea lo mismo que nos empuja a desear, nuestro modelo se opone a nuestro deseo. Así pues, más allá de las transgresiones se alza un obstáculo más coriáceo que todas las prohibiciones, aunque en principio oculto bajo la protección que éstas procuran mientras son respetadas.

No soy yo solo quien equipara a Satán con los escándalos. Lo hace el propio Jesús en su apóstrofe vehemente a Pedro: "Pasa detrás de mí, Satán, pues tú eres para mí un escándalo".

Pedro es objeto de esta regañina por haber reaccionado negativamente al primer anuncio de la Pasión. Decepcionado por lo que considera excesiva resignación por parte de Jesús, se esfuerza en insuflarle su propio deseo, su propia ambición mundana. En suma, Pedro invita a Jesús a que lo tome por modelo de su deseo. Si Jesús se alejara de su Padre para seguir a Pedro, Pedro y el propio Jesús no tardarían en caer en la rivalidad mimética y la aventura del Reino de Dios se hundiría en irrisorias querellas. Pedro se convierte aquí en sembrador de escándalos, en el Satán que aleja a los hombres de Dios en beneficio de los modelos de rivalidad. Satán siembra los escándalos y recoge las tempestades de las crisis miméticas. Es la ocasión para él de demostrar lo que es capaz de hacer. Las grandes crisis desembocan en el verdadero misterio de Satán, en su más extraño poder, el de autoexpulsarse y traer de nuevo el orden a las comunidades humanas.

El texto esencial sobre la expulsión satánica de Satán es la respuesta de Jesús a quienes lo acusan de expulsar a Satán por mediación de Belcebú, el príncipe de los demonios:

«¿Cómo puede Satán expulsar a Satán? Si un reino se divide contra sí mismo, no puede mantenerse en pie; y si una casa se divide contra sí misma, no podrá sostenerse; y si el Adversario se alzó contra sí mismo y se dividió, no puede sostenerse, sino que está tocando a su fin» (Mc 3,24-26).

Acusar a un exorcista rival de expulsar a los demonios por medio de Satán debía de ser en esa época una acusación trivial. Muchos debían de hacerlo maquinalmente. Jesús quiere que se reflexione sobre sus implicaciones. Si es cierto que Satán expulsa a Satán, ¿cómo puede ser, cómo es posible proeza tal?

Lejos de negar la realidad de la autoexpulsión satánica, ese texto la afirma. La prueba de que Satán pose ese poder es, precisamente, la afirmación, a menudo repetida, de que está llegando a su fin. La inmediata caída de Satán, profetizada por Cristo, se funde así con el fin de su poder de autoexpulsión.

Tanto en Mateo como en Marcos, en lugar de sustituir el segundo Satán por un pronombre y decir "¿Cómo puede Satán expulsarse a sí mismo?", Jesús repite el nombre, Satán: "¿Cómo puede Satán expulsar a Satán?". La proposición interrogativa de Marcos se transforma en una proposición condicional, pero la fórmula no cambia: "(...) y si Satán se alzó contra Satán (...)".

La repetición de la palabra Satán es más elocuente de lo que sería sus sustitución por un pronombre, sin duda. Pero lo que la inspira no es el gusto por el lenguaje elegante, sino el deseo de subrayar la paradoja fundamental de Satán. Es un principio de orden tanto como de desorden.

El Satán expulsado es el que fomenta y exaspera las rivalidades miméticas hasta el punto de transformar la comunidad en una hoguera de escándalos. Y el Satán que expulsa es esa misma hoguera una vez alcanzado el punto de incandescencia suficiente para desencadenar el mecanismo victimario. Para impedir la destrucción de su reino, Satán hace de su propio desorden, en el momento de su paroxismo, un medio de expulsarse a sí mismo.

Y es ese poder extraordinario lo que lo convierte en príncipe de este mundo. Si no pudiera proteger su dominio de los intentos que amenazan con aniquilarlo, y que son esencialmente los suyos, no merecería ese título de Príncipe que los evangelios le conceden, y no a la ligera. Si fuera puramente destructor, hace ya tiempo que Satán habría perdido su imperio. Para comprender lo que lo hace dueño de todos los reinos de este mundo, hay que tomar al pie de la letra lo que dice Jesús, a saber: que el desorden expulsa el desorden, o, dicho de otra forma, que Satán expulsa realmente a Satán. Y mediante esa proeza nada corriente ha conseguido hacerse indispensable y que su poder continúe siendo muy grande.

(René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)

 

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