SINGULARIDAD
DE LA BIBLIA.- (G) (52)
Creo que las mismas razones que, en un
mito, habrían motivado la divinización de la víctima por parte de sus
perseguidores están presentes en la historia de José durante el episodio del
reencuentro de los diez hermanos con su víctima, aureolada de esplendor
faraónico.
Cuando los diez hermanos expulsan a José,
parecen sentirse tentados de demonizarlo, y en el momento del reencuentro, de
divinizarlo. Después de todo se trata de un dios vivo, como ese faraón de quien
tan cerca está.
Sin embargo, los diez hermanos resisten la
tentación de la idolatría. Son judíos, y no hacen dioses de las criaturas
humanas. Los héroes míticos tienen siempre algo de rígido y hierático.
Demonizados primero, a continuación son divinizados. José es humanizado. Se
baña en una cálida luminosidad impensable en la mitología. No se trata de una
cuestión de "talento literario": ‘el genio del texto consiste en
su renuncia a la idolatría’.
La negativa a divinizar a las víctimas es
inseparable de otro aspecto de la revelación bíblica, el más importante de
todos: ‘lo divino deja ya de ser victimizado’. Por primera vez en la
historia humana lo divino y la violencia colectiva se separan. La Biblia
rechaza a los dioses fundados en la violencia sacralizada. Y si en ciertos
textos bíblicos, en los libros históricos, sobre todo, hay restos de violencia
sagrada, se trata de vestigios sin continuidad.
La crítica del mimetismo colectivo es una
crítica de la máquina de fabricar dioses. El mecanismo victimario es una
abominación puramente humana. Lo que no quiere decir que lo divino desaparezca
o se debilite. Lo bíblico es, ante todo, descubrimiento de una forma de lo
divino que no es la de los ídolos colectivos de la violencia.
Al separarse de la violencia, lo divino no
se debilita, sino que, al contrario, adquiere más importancia que nunca en la
persona del Dios único, Yhwh, que monopoliza esa divinidad de forma total sin
depender para nada de lo que ocurre entre los hombres. El Dios único es el que
reprocha a los hombres su violencia y se apiada de sus víctimas, el que
sustituye el sacrificio de los recién nacidos por la inmolación de animales y
más tarde condena incluso estas oblaciones.
Al revelar el mecanismo victimario,
la Biblia nos hace comprender qué clase de universo proyecta el politeísmo a su
alrededor. Un mundo que en su superficie parece más armonioso que el nuestro:
en él las rupturas de la armonía suelen soldarse mediante el desencadenamiento
de un mecanismo victimario y el surgimiento posterior de un nuevo dios que
impide a la víctima aparecer en tanto que tal.
La indefinida multiplicación de los dioses
arcaicos y paganos es considerada en nuestros días una amable fantasía,
creación gratuita -"lúdica" debería decir, para estar a la moda- de
la que el monoteísmo, muy serio, en absoluto lúdico, intentaría malvadamente
privarnos. En realidad, lejos de ser lúdicas, las divinidades arcaicas y
paganas son fúnebres. Antes de prestar demasiada confianza a Nietzsche, nuestra
época hubiera debido meditar sobre una de las frases más fulgurantes de
Heráclito: "Dioniso es lo mismo
que Hades". Dioniso, en suma, es lo mismo que el infierno, lo
mismo que Satán, lo mismo que la muerte, lo mismo que el linchamiento: el
mimetismo violento es lo que éste tiene de más destructor.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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