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martes, 19 de enero de 2021

SINGULARIDAD DE LA BIBLIA.- (G) (52)

SINGULARIDAD DE LA BIBLIA.- (G) (52)  

Creo que las mismas razones que, en un mito, habrían motivado la divinización de la víctima por parte de sus perseguidores están presentes en la historia de José durante el episodio del reencuentro de los diez hermanos con su víctima, aureolada de esplendor faraónico.

Cuando los diez hermanos expulsan a José, parecen sentirse tentados de demonizarlo, y en el momento del reencuentro, de divinizarlo. Después de todo se trata de un dios vivo, como ese faraón de quien tan cerca está.

Sin embargo, los diez hermanos resisten la tentación de la idolatría. Son judíos, y no hacen dioses de las criaturas humanas. Los héroes míticos tienen siempre algo de rígido y hierático. Demonizados primero, a continuación son divinizados. José es humanizado. Se baña en una cálida luminosidad impensable en la mitología. No se trata de una cuestión de "talento literario": ‘el genio del texto consiste en su renuncia a la idolatría’.

La negativa a divinizar a las víctimas es inseparable de otro aspecto de la revelación bíblica, el más importante de todos: ‘lo divino deja ya de ser victimizado’. Por primera vez en la historia humana lo divino y la violencia colectiva se separan. La Biblia rechaza a los dioses fundados en la violencia sacralizada. Y si en ciertos textos bíblicos, en los libros históricos, sobre todo, hay restos de violencia sagrada, se trata de vestigios sin continuidad.

La crítica del mimetismo colectivo es una crítica de la máquina de fabricar dioses. El mecanismo victimario es una abominación puramente humana. Lo que no quiere decir que lo divino desaparezca o se debilite. Lo bíblico es, ante todo, descubrimiento de una forma de lo divino que no es la de los ídolos colectivos de la violencia.

Al separarse de la violencia, lo divino no se debilita, sino que, al contrario, adquiere más importancia que nunca en la persona del Dios único, Yhwh, que monopoliza esa divinidad de forma total sin depender para nada de lo que ocurre entre los hombres. El Dios único es el que reprocha a los hombres su violencia y se apiada de sus víctimas, el que sustituye el sacrificio de los recién nacidos por la inmolación de animales y más tarde condena incluso estas oblaciones.

Al revelar el mecanismo victimario, la Biblia nos hace comprender qué clase de universo proyecta el politeísmo a su alrededor. Un mundo que en su superficie parece más armonioso que el nuestro: en él las rupturas de la armonía suelen soldarse mediante el desencadenamiento de un mecanismo victimario y el surgimiento posterior de un nuevo dios que impide a la víctima aparecer en tanto que tal.

La indefinida multiplicación de los dioses arcaicos y paganos es considerada en nuestros días una amable fantasía, creación gratuita -"lúdica" debería decir, para estar a la moda- de la que el monoteísmo, muy serio, en absoluto lúdico, intentaría malvadamente privarnos. En realidad, lejos de ser lúdicas, las divinidades arcaicas y paganas son fúnebres. Antes de prestar demasiada confianza a Nietzsche, nuestra época hubiera debido meditar sobre una de las frases más fulgurantes de Heráclito: "Dioniso es lo mismo que Hades". Dioniso, en suma, es lo mismo que el infierno, lo mismo que Satán, lo mismo que la muerte, lo mismo que el linchamiento: el mimetismo violento es lo que éste tiene de más destructor.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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