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lunes, 18 de enero de 2021

LA MODERNA PREOCUPACIÓN POR LAS VÍCTIMAS.- (D) (72)

LA MODERNA PREOCUPACIÓN POR LAS VÍCTIMAS.- (D) (72) 

En lo que actualmente se llaman "derechos humanos", lo esencial reside en comprender que todo individuo o grupo de individuos puede convertirse en el "chivo expiatorio" de su propia comunidad. Hacer hincapié en los derechos humanos significa esforzarse en prevenir y encauzar los apasionamientos miméticos incontrolables.

Presentimos, siquiera vagamente, la posibilidad que tiene toda comunidad de perseguir a los suyos, bien movilizándose de repente contra cualquier persona, en cualquier parte, en cualquier momento, de cualquier forma, con cualquier pretexto, bien, lo que es más frecuente, organizándose de forma permanente sobre las bases que favorecen a unos a expensas de otros y perpetuando de esa manera durante siglos, milenios incluso, formas injustas de vida social. La preocupación por las víctimas intenta protegernos contra las innumerables modalidades del mecanismo victimario.

El poder de transformación más eficaz no es la violencia revolucionaria, sino la moderna preocupación por las víctimas. Lo que informa esa preocupación, lo que la hace eficaz, es un saber verdadero sobre la opresión y la persecución. Todo ocurre como si ese saber surgiera primero muy calladamente y poco a poco, y en vista de sus primeros éxitos, se hubiera ido envalentonando. Para resumir tal saber hay que volver a los análisis del capítulo anterior; se trata de ese saber que distingue, en la expresión "chivo expiatorio", la significación ritual y su moderno significado. Un saber, en fin, que día a día se enriquece y que mañana se basará, seguramente de forma explícita, en la lectura mimética de los relatos de persecución.

La evolución que caóticamente resumo se confunde con el esfuerzo de nuestras sociedades por eliminar las estructuras permanentes de chivo expiatorio en que se basan, a medida que van tomando conciencia de su realidad. Una transformación que se presenta como imperativo moral. Sociedades que no veían antes la necesidad de transformarse, luego lo han ido haciendo poco a poco, siempre en el mismo sentido, como respuesta al deseo de reparar injusticias pasadas y fundar relaciones más "humanas" entre los hombres.

Cada vez que se franquea una nueva etapa, al principio siempre se encuentra una fuerte oposición por parte de los privilegiados cuyos intereses se ven amenazados. Pero, una vez modificada la situación, nunca los resultados son seriamente impugnados.

En los siglos XVIII y XIX se tomó conciencia de que esta evolución estaba creando un conjunto de naciones tanto más único en la historia humana cuanto que la transformación social y moral que traía consigo venía acompañada de progresos técnicos y económicos asimismo sin precedentes.

Una realidad, por supuesto, sólo advertida por las clases privilegiadas, y que sería para ellas motivo de un orgullo e insolencia tan extraordinarios que cabría, hasta cierto punto, considerar las grandes catástrofes del siglo XX como el inevitable castigo de esa actitud.

Las sociedades antiguas eran comparables entre sí, pero la nuestra es realmente única. Su superioridad en todos los terrenos es tan aplastante, tan evidente, que, paradójicamente, está prohibido mencionarla.

Una prohibición motivada por el temor a una vuelta a ese orgullo tiránico, por el temor también, de humillar a las sociedades que no forman parte del grupo privilegiado. Dicho con otras palabras: una vez más, es la preocupación por las víctimas lo que origina el silencio respecto a este tema.

Nuestra sociedad se acusa constantemente de delitos y faltas de los que, ciertamente, es culpable en sentido absoluto, pero inocente si la comparamos con los otros tipos de sociedad. Evidentemente, seguimos siendo "etnocentristas". Pero no menos evidente resulta que, de todas las sociedades, la nuestra es la que menos lo es. Somos nosotros quienes inventamos esa preocupación hace ya cinco o seis siglos; el capítulo de Montaigne sobre los "caníbales" da fe de ello. Y, para ser capaz de semejante invención, había que ser menos etnocentrista que las demás sociedades, tan exclusivamente preocupadas por sí mismas que hasta la propia noción de etnocentrismo les resultaba ajena.

Nuestro mundo no ha inventado, desde luego, la compasión, pero sí la ha universalizado. En las culturas arcaicas la compasión se ejercía sólo en el seno de grupos extremadamente reducidos. La frontera quedaba siempre señalada por las víctimas. Los mamíferos marcan su territorio con sus propios excrementos, algo que durante mucho tiempo han venido haciendo también los hombres con esa especial forma de excremento que para ellos representan los chivos expiatorios.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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