VI.-
SACRIFICO
SACRIFICO.-
(A) (34)
Gracias al talento de Filóstrato, la violencia
de los efesios, al principio emocionados por un movimiento de compasión
respecto a su víctima, aparece expuesta con un realismo tan moderno que no
podemos de ninguna manera eludirla. Por enamorado de los mitos que se esté, es
imposible no darse cuenta del papel desempeñado por la unanimidad violenta en
la ilusión mitológica.
La génesis de lo sagrado arcaico, antiguo,
es, sin duda, fruto de un apasionamiento mimético y de un mecanismo victimario
en el sentido que se desprende de los evangelios. Las comunidades apaciguadas y
reconciliadas por medio de sus propias víctimas son demasiado conscientes de su
impotencia para reconciliarse por sí mismas, demasiado modestas en suma, para
atribuirse a sí mismas el mérito de su reconciliación, el cual no puede ser
otro que esa misma víctima que antes les trajo el mal y ahora les trae el bien.
En el milagro de Apolonio la experiencia
no es lo bastante intensa para producir la segunda transfiguración. Y de ahí
que haya que recurrir, para sostener el milagro, a un dios del panteón
tradicional. Si la experiencia mimética fuera más intensa, los perseguidores
atribuirían la liberación directamente a su víctima, que acumularía así los
papeles de ‘demonio maléfico y divinidad benéfica’.
Cuando la potencia transfiguradora se
debilita, la segunda transfiguración es la primera en desaparecer, porque es la
más precaria y frágil de las dos. Encubre lo demoníaco y oculta a la mirada de
los hombres lo que Filóstrato nos obligaba a contemplar: la proyección de todos
los escándalos sobre el infortunado mendigo, la violencia mimética, la base
subyacente de lo religioso arcaico en su conjunto.
Filóstrato no se halla sensibilizado ante la violencia en el sentido en que nuestra época histórica nos obliga a estarlo. Su insensibilidad, por chocante que hoy nos parezca, es uno de los problemas que nuestros análisis ayudan a comprender mejor.
Pienso que la doble transfiguración de lo
sagrado arcaico explica la fractura lógica característica de muchos mitos. Al
principio, el héroe es tan sólo un peligroso malhechor. Tras la violencia
destinada a inutilizarlo como tal, cuando el mito concluye, ese mismo malhechor
aparece como salvador divino sin que semejante cambio de identidad llegue en
ningún momento a justificarse y ni siquiera a comentarse. Al final del mito, el
malhechor inicial, debidamente divinizado, preside, en efecto, la
reconstrucción del sistema cultural que se supone que había destruido en la
fase inicial, cuando era objeto de una proyección hostil, cuando era chivo
expiatorio.
Ayer se calificaba a lo religioso de
"onírico" y "fantasmagórico"; hoy se lo exalta como
"creación lúdica". La mitología mundial está, realmente, muy próxima
al tipo de fabulación del que las violencias colectivas han sido siempre objeto
en todas las sociedades arcaicas y aun en la Edad Media, durante los grandes ‘pánicos’ ocasionados por calamidades
tales como la peste negra. Las víctimas eran entonces los judíos, los leprosos,
los extranjeros, los lisiados, los marginados de todo tipo, los excluidos, como
hoy se dice.
En los fenómenos medievales la
transfiguración mítica es aún más débil que en el texto de Filóstrato, y la
desmitificación que propongo, lejos de escandalizar a nadie, parece tan
evidente que no sólo es recomendable, sino que resulta obligatoria.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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