ES
PRECISO QUE LLEGUE EL ESCÁNDALO.- (I) (13)
Cabría
objetar que, si la ‘rivalidad mimética’ desempeña un
papel esencial en los evangelios, ¿cómo es que Jesús no nos previene contra
ella? En realidad, si nos previene, pero no lo sabemos. Cuando dice que se
opone a nuestras ilusiones, no le entendemos. Las palabras griegas que designan
la rivalidad mimética y sus consecuencias son el sustantivo ‘skándalon’ y el verbo ‘skandalízein’. En los evangelios
sinópticos Jesús dedica al escándalo una enseñanza tan notable por su longitud
como por su intensidad.
Como
el término hebreo que traduce la versión griega de los Setenta, "escándalo"
no significa uno de esos obstáculos corrientes que pueden evitarse sin apenas
esfuerzo tras haber tropezado con ellos por primera vez, sino un
obstáculo paradójico que resulta casi imposible de evitar; en efecto, cuanto más
rechazo suscita en nosotros, más nos atrae. Cuanto más afectado está el
escandalizado por el hecho de que ha suscitado su escándalo, con más ardor
vuelve a escandalizarse.
Para
comprender este extraño fenómeno, basta con reconocer en lo que acabo de describir
el comportamiento de los rivales miméticos, que, al prohibirse mutuamente el
objeto que codician, refuerzan cada vez más su doble deseo. Al situarse ambos
de manera sistemática frente al otro para escapar así de su inexorable
rivalidad, vuelven siempre a chocar con el fascinante obstáculo que para los
dos representa su oponente.
Con
los escándalos sucede lo mismo que con la falsa infinitud de las rivalidades
miméticas. Segregan en cantidades crecientes envidia, celos, resentimiento,
odio, todas las toxinas más nocivas, y nocivas no sólo para los antagonistas
iniciales, sino para todos aquellos que se dejen fascinar por la intensidad de
los deseos emulativos.
En
la escalada de los escándalos, cada represalia suscita otra nueva, más violenta
que la anterior. Así, si no ocurre nada que la detenga, la espiral desemboca
necesariamente en las venganzas encadenadas, fusión perfecta de violencia y
mimetismo.
La
palabra griega ‘skandalizein’ procede de un verbo
que significa "cojear". ¿Qué parece un cojo? Un individuo que sigue
como a su sombra a un obstáculo invisible con el que no deja de tropezar.
"¡Desgraciado
quien trae el escándalo!" Jesús reserva su advertencia más solemne a los
adultos que arrastran a los niños a la cárcel infernal del escándalo. Cuanto
más inocente y confiada es la imitación, más fácil resulta escandalizar, y más
culpables es quien lo hace.
Los
escándalos son tan temibles que, para ponernos en guardia contra ellos, Jesús
recurre a un estilo hiperbólico poco habitual en él: "Si tu mano o tu pie,
te hace caer, córtalo [...] Y si tu ojo te hace caer, arráncalo [...]" (Mt
18,8-9).
Los
freudianos dan una explicación puramente sintomática de la palabra escándalo.
Su prejuicio hostil les impide reconocer en esa idea la definición auténtica de
lo que llaman "repetición compulsiva".
Para
hacer a la Biblia psicoanalíticamente correcta, los traductores modernos, al
parecer más intimidados por Freud que por el Espíritu Santo, se esfuerzan por
eliminar todos los términos censurados por el dogmatismo contemporáneo, y
sustituyen en sosos eufemismos esa admirable "piedra de escándalo",
por ejemplo, de nuestras antiguas Biblias, la única dimensión que captura la
dimensión repetitiva y "adictiva" de los escándalos.
Jesús
no se extrañaría al ver que se desconoce su enseñanza. No se hace ninguna
ilusión sobre la forma en que su mensaje será recibido. A la gloria procedente
de Dios, invisible en este bajo mundo, la mayoría prefiere la gloria que
procede de los hombres, la que multiplica a su paso los escándalos y que
consiste triunfar en las luchas de rivalidades miméticas tan a menudo
organizadas por los poderes de este mundo, militares, políticos, económicos,
deportivos, sexuales, artísticos, intelectuales... e incluso religiosos.
La
Frase "es preciso que llegue el
escándalo" no tiene nada que ver ni con la fatalidad antigua ni con el
"determinismo científico" moderno. Aunque de manera individual los
hombres no estén fatalmente condenados a las rivalidades miméticas, las
comunidades, por el gran número de individuos que contienen, no pueden escapar
de ellas. Desde el momento que se produce el primer escándalo, éste crea otros,
con el resultado de ‘crisis
miméticas’ que constantemente se extienden y se agravan.
(René
Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)
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