EL CICLO DE LA VIOLENCIA
MIMÉTICA.- (B) (15)
Pilato
se ve también dominado por el mimetismo. Le gustaría salvar a Jesús. Si los
evangelios insisten en esa preferencia, no es para sugerir que los romanos sean
superiores a los judíos, ni para hacer un distingo de buenos y malos entre los
perseguidores de Jesús. Es para subrayar la paradoja de un poder soberano que,
por temor a enfrentarse con la masa, se pierde, en cierta medida, en ella, y
pone así de manifiesto, una vez más la omnipotencia del mimetismo.
Lo
que motiva a Pilato para entregar a Jesús es el miedo a una revuelta. Da
prueba, se dice, de "habilidad política". Seguramente. Pero ¿por qué
la habilidad política ha de consistir casi siempre en abandonarse al mimetismo
colectivo?
Ni
siquiera los dos ladrones crucificados junto a Jesús constituyen una excepción
al mimetismo universal. También ellos imitan a la masa: vociferan siguiendo su
ejemplo. Los seres más humillados y más despreciados se comportan de la misma
manera que los príncipes de este mundo. Hacen leña del árbol caído. Cuanto más
abatido y degradado está alguien, más ardientemente desea contribuir al
abatimiento y la degradación de los demás.
En
suma, desde una visión antropológica, la Cruz representa el momento en que los
mil conflictos miméticos, los mil escándalos que entrechocaban violentamente
durante la crisis, se ponen de acuerdo contra un solo individuo: Jesús. Al
mimetismo que divide, descompone y fragmenta las comunidades sucede entonces un
mimetismo que agrupa a todos los escandalizados contra una víctima única
promovida al papel de escándalo universal.
Los
evangelios se esfuerzan por atraer nuestra atención sobre la prodigiosa fuerza de
ese mimetismo, pero inútilmente, tanto en el caso de los cristianos como en el
de sus adversarios. En efecto, me doy cuenta de que es en este punto donde la
resistencia de los análisis propuestos por Raymund Schwager, en ‘The Joy of Being Wrong’, califica de
"trascendental" la antropología mimética, lo que esa calificación
sugiere es la dificultad en que todos nos encontramos de percibir algo que sin
embargo ya está revelado en los evangelios.
¿Tendríamos
que rechazar esa antropología mimética en nombre de cierta teología? ¿Habría
acaso que entender la unión de todos contra Jesús como obra de Dios Padre,
quien, a semejanza de las divinidades de la ‘Ilíada’, moviliza a los hombres contra su propio Hijo para cobrar
de éste el rescate que aquellos no pueden pagar? Esta interpretación es
contraria al espíritu y a la letra de los evangelios.
Nada
hay en los evangelios capaz de sugerir que Dios sea la causa de ese
agrupamiento contra Jesús. Basta el mimetismo. Los responsables de la Pasión
son los propios hombres, incapaces de resistir el violento contagio que a todos
afecta cuando el apasionamiento mimético está a su alcance, o más bien cuando
ellos están al alcance de ese apasionamiento mimético. Y para explicarlo no es
necesario echar mano de lo sobrenatural. La transformación de ese ‘todos contra todos’ que desintegra a las
comunidades en un ‘todos contra
uno’ que las reagrupa y reunifica no se limita sólo al caso de Jesús. No
tardaremos en ver otros ejemplos.
(René
Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)
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