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martes, 19 de enero de 2021

EL CHIVO EXPIATORIO.- (A) (65)

XII.- EL CHIVO EXPIATORIO

EL CHIVO EXPIATORIO.- (A) (65)

Los relatos de la Pasión proyectan una luz sobre la aceleración mimética que priva al mecanismo victimario de la inconsciencia necesaria para ser verdaderamente unánime y originar sistemas mítico-rituales. Así pues, la difusión de los Evangelios y la Biblia debería llevar aparejada la desaparición de las religiones arcaicas. Y, en efecto, eso es lo que ocurre. Allí donde el cristianismo penetra, los sistemas mítico-rituales se extinguen hasta desaparecer.

Más allá de la desaparición, ¿cuál es la acción del cristianismo en nuestro mundo? Tal es la cuestión que tenemos ahora que plantear.

La compleja influencia del cristianismo se extiende en forma de un saber desconocido por las sociedades precristianas y que constantemente va profundizándose. En ese saber que, según Pablo, procede de la Cruz y no tiene nada de esotérico. Para aprehenderlo, basta con que advirtamos y comprendamos con plena conciencia situaciones de opresión y persecución que las sociedades anteriores a la nuestra no advertían y consideraban inevitables.

El poder bíblico y cristiano de comprender los fenómenos victimarios se transparentaba en la significación moderna de expresiones tales como "chivo expiatorio".

Un chivo expiatorio es, en primer lugar, la víctima del rito judío que se celebraba durante las grandes ceremonias de expiación (Levítico 16,21). Un rito que debe ser muy antiguo, puesto que resulta, sin duda, ajeno a la inspiración específicamente bíblica en el sentido más arriba definido.

Consistía en expulsar al desierto un chivo cargado con todos los pecados de Israel. El gran sacerdote posaba sus manos sobre la cabeza del chivo, gesto con el que se pretendía transferir al animal todo lo que fuera susceptible de envenenar las relaciones entre los miembros de la comunidad. Se pensaba, y en esto residía la eficacia del mito, que con la expulsión del chivo se expulsaban también los pecados de la comunidad, que quedaba así liberada de ellos.

Se trataba de un rito de expulsión semejante al del pharmakós’ griego, pero mucho menos siniestro, puesto que la víctima no es humana. En el caso del sacrificio de un animal, en efecto, la injusticia resulta para nosotros menor e incluso nula. De ahí que el rito del chivo expiatorio no nos inspire la misma repugnancia que la lapidación "milagrosa" instigada por Apolonio de Tiana.

Lo cual no quiere decir que el principio de transferencia sea distinto. En la muy lejana época en que el rito era eficaz en tanto que tal, la transferencia colectiva real contra el chivo debió de verse favorecida por la mala reputación de este animal, a causa de su nauseabundo olor y embarazosa sexualidad.

En el mundo arcaico proliferaban los ritos de expulsión, que hoy nos parecen combinar un enorme cinismo con una infantil ingenuidad. En el caso del chivo expiatorio, el proceso de sustitución resulta tan transparente que lo comprendemos a primera vista. Comprensión que se expresa en el uso moderno de la expresión "chivo expiatorio", interpretación espontánea de las relaciones entre el rito judaico y las transferencias de hostilidad en nuestro mundo. Transferencias que, aunque ya no ritualizadas, siguen existiendo, por lo general en forma atenuada.

Los pueblos rituales no comprendían esos fenómenos como nosotros los comprendemos hoy, pero eran conscientes de sus efectos reconciliadores y los apreciaban. Hasta tal punto los apreciaban, que, como ya hemos visto, se esforzaban por reproducirlos sin ningún empacho, por cuanto pensaban que la operación transferencial era algo ajeno a ellos, algo en lo que, realmente, no participaban.

La comprensión moderna de los chivos expiatorios es inseparable del conocimiento cada día mayor sobre el mimetismo que rige los fenómenos victimarios. Y si nosotros hoy comprendemos, y condenamos, dichos fenómenos, es gracias a que nuestros antepasados han venido nutriéndose durante mucho tiempo de la Biblia y los Evangelios.

Pero nunca, me argüirán, recurre el Nuevo Testamento a la expresión "chivo expiatorio" para designar a Jesús como la víctima inocente de un apasionamiento mimético. Y es cierto, pues dispone de una expresión semejante y superior a la de "chivo expiatorio": la de cordero de Dios’. Una expresión que elimina los atributos negativos y antipáticos del chivo y, por ello, se ajusta mejor a la idea de víctima inocente injustamente sacrificada.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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