ES
PRECISO QUE LLEGUE EL ESCÁNDALO.- (D) (8)
Las
rivalidades miméticas pueden acabar resultando tan intensas que los rivales se
desacrediten recíprocamente, se arrebaten sus posesiones, seduzcan a sus
respectivas esposas y, llegado el caso, no retrocedan ni ante el asesinato.
Acabo
otra de vez de mencionar, como el lector habrá observado, aunque esta vez en el
orden inverso al del decálogo, las cuatro grandes violencias prohibidas por los
cuatro mandamientos que preceden al décimo, y que ya he citado al principio de
este capítulo.
Si
el decálogo dedica su último mandamiento a prohibir el deseo de los bienes del
prójimo, es porque reconoce en él, lúcidamente, al responsable de las
violencias prohibidas en los cuatro mandamientos anteriores.
Si
no se desearan los bienes del prójimo, nadie sería nunca culpable de homicidio,
ni de adulterio, ni de robo, ni de falso testimonio. Si se respetara el décimo
mandamiento, los cuatro anteriores serían superfluos.
En
lugar de comenzar por la causa y continuar por las consecuencias, como se haría
en una exposición filosófica, el decálogo sigue el orden inverso. Se previene
primero frente a lo que más prisa corre: para alejar la violencia, prohíbe las
acciones violentas. Y se vuelve a continuación hacia la causa, y descubre que
es el deseo inspirado por el prójimo. Y lo prohíbe a su vez, aunque sólo puede
hacerlo en la medida en que los objetos deseados son legalmente poseídos por
uno de los dos rivales. Pues no puede desalentar ‘todas’ las rivalidades del deseo.
(René
Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)
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