CONCLUSIÓN.-
(E) (83)
Para subrayar el papel del Espíritu Santo
en la defensa de las víctimas, quizá no resulte inútil destacar, finalmente, el
paralelismo de las dos magníficas conversiones que tienen como causa la
Resurrección.
La primera, representada por el
arrepentimiento de Pedro tras su negación de Jesús, tan importante, que puede
ser considerada una nueva, y más profunda, conversión. La segunda, la
conversión de Pablo, el famoso "camino de Damasco".
Dos acontecimientos en apariencia
totalmente desconectados entre sí: no figuran en los mismos textos, y uno se
sitúa al principio y el otro totalmente al final del período crucial del
naciente cristianismo. Sus circunstancias son muy diferentes. Ambos hombres son
muy distintos. Pero ello no impide que el sentido profundo de ambas
experiencias sea idéntico.
Ambos conversos son ahora, gracias a su
conversión, capaces de comprender lo que nos hace a todos participar en la
crucifixión, ese gregarismo violento del que ninguno de los dos se sabía
poseído.
Justo después de su tercera negación,
Pedro oye cantar un gallo y se acuerda de la predicción de Jesús. Y entonces
descubre el fenómeno de masas en el que ha participado. Creía orgullosamente
estar inmunizado frente a toda deslealtad respecto a Jesús. A todo lo largo de
los Evangelios sinópticos, Pedro es juguete ignorante de escándalos que, sin él
saberlo, lo manipulan. Al dirigirse días más tarde a la multitud de la Pasión,
insistirá en la ‘ignorancia’
de los seres poseídos por el mimetismo violento. Habla con conocimiento de
causa.
En su Evangelio, Lucas, en el instante
decisivo, hace atravesar a Jesús el patio bajo la custodia de sus guardianes y
ambos hombres, Jesús y Pedro, intercambian una mirada que traspasa el corazón
de éste.
Ésta es la pregunta que Pedro lee en esa
mirada: "¿Por qué me persigues?" La misma que Pablo oirá de la propia
boca de Jesús: "Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?". Una palabra,
persecución, que aparece igualmente en la segunda frase de Jesús cuando éste
responde a la pregunta planteada por Pablo: "¿Quién eres, Señor?".
"Soy Jesús, a quien tú persigues" (Hch 9,1-5).
La conversión cristiana se refiere siempre
a esa cuestión planteada por el propio Cristo. Por el solo hecho de vivir en un
mundo estructurado mediante procesos miméticos y victimarios de los que todos,
sin saberlo, nos beneficiamos, todos somos cómplices de la crucifixión.
La Resurrección hace comprender a Pedro y
a Pablo, y a todos los creyentes por medio de ellos, que cualquier
manifestación de violencia sagrada es violencia contra Cristo. El hombre no es
nunca víctima de Dios, siempre es Dios la víctima del hombre.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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