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lunes, 18 de enero de 2021

CONCLUSIÓN.- (E) (83)

CONCLUSIÓN.- (E) (83)

Para subrayar el papel del Espíritu Santo en la defensa de las víctimas, quizá no resulte inútil destacar, finalmente, el paralelismo de las dos magníficas conversiones que tienen como causa la Resurrección.

La primera, representada por el arrepentimiento de Pedro tras su negación de Jesús, tan importante, que puede ser considerada una nueva, y más profunda, conversión. La segunda, la conversión de Pablo, el famoso "camino de Damasco".

Dos acontecimientos en apariencia totalmente desconectados entre sí: no figuran en los mismos textos, y uno se sitúa al principio y el otro totalmente al final del período crucial del naciente cristianismo. Sus circunstancias son muy diferentes. Ambos hombres son muy distintos. Pero ello no impide que el sentido profundo de ambas experiencias sea idéntico.

Ambos conversos son ahora, gracias a su conversión, capaces de comprender lo que nos hace a todos participar en la crucifixión, ese gregarismo violento del que ninguno de los dos se sabía poseído.

Justo después de su tercera negación, Pedro oye cantar un gallo y se acuerda de la predicción de Jesús. Y entonces descubre el fenómeno de masas en el que ha participado. Creía orgullosamente estar inmunizado frente a toda deslealtad respecto a Jesús. A todo lo largo de los Evangelios sinópticos, Pedro es juguete ignorante de escándalos que, sin él saberlo, lo manipulan. Al dirigirse días más tarde a la multitud de la Pasión, insistirá en la ignorancia’ de los seres poseídos por el mimetismo violento. Habla con conocimiento de causa.

En su Evangelio, Lucas, en el instante decisivo, hace atravesar a Jesús el patio bajo la custodia de sus guardianes y ambos hombres, Jesús y Pedro, intercambian una mirada que traspasa el corazón de éste.

Ésta es la pregunta que Pedro lee en esa mirada: "¿Por qué me persigues?" La misma que Pablo oirá de la propia boca de Jesús: "Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?". Una palabra, persecución, que aparece igualmente en la segunda frase de Jesús cuando éste responde a la pregunta planteada por Pablo: "¿Quién eres, Señor?". "Soy Jesús, a quien tú persigues" (Hch 9,1-5).

La conversión cristiana se refiere siempre a esa cuestión planteada por el propio Cristo. Por el solo hecho de vivir en un mundo estructurado mediante procesos miméticos y victimarios de los que todos, sin saberlo, nos beneficiamos, todos somos cómplices de la crucifixión.

La Resurrección hace comprender a Pedro y a Pablo, y a todos los creyentes por medio de ellos, que cualquier manifestación de violencia sagrada es violencia contra Cristo. El hombre no es nunca víctima de Dios, siempre es Dios la víctima del hombre.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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