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martes, 19 de enero de 2021

EL ASESINATO FUNDADOR.- (D) (41)

EL ASESINATO FUNDADOR.- (D) (41)   

Nuestras instituciones son, seguramente, la conclusión de un lento proceso de secularización inseparable de una especie de "racionalización" y "funcionalización". Y hace ya mucho tiempo que la investigación moderna habría descubierto la verdadera génesis de ese proceso de no haber estado lastrada por su, en el fondo, irracional hostilidad respecto a lo religioso.

Hay que considerar la posibilidad de que todas las instituciones humanas y, por tanto, la propia humanidad hayan sido modeladas por lo religioso. En efecto, para escapar del instinto animal y tener acceso al deseo, con todos sus peligros de conflictos miméticos, el hombre necesita disciplinar ese deseo, algo que sólo puede hacer mediante los sacrificios. La humanidad surge de lo religioso arcaico por medio de los "asesinatos fundadores" y los ritos que de ellos se derivan.

La voluntad moderna de minimizar lo religioso podría ser, aunque parezca paradójico, el vestigio supremo de lo propiamente religioso en su forma arcaica, que, en primer lugar, consiste en mantenerse a una respetuosa distancia de lo sagrado, en un último esfuerzo por ocultar lo que está en juego en todas las instituciones humanas: evitar la violencia entre los miembros de una misma comunidad.

La idea del asesinato fundador pasa por ser una extraña invención, una aberración reciente, un capricho de intelectuales modernos tan ajenos a la razón como a las realidades culturales. Y, sin embargo, se trata de una idea común a todos los grandes relatos sobre los orígenes, una idea que aparece primero en la Biblia y finalmente en los evangelios. Resulta más creíble que cualquiera de las tesis modernas sobre el origen de las sociedades, todas las cuales, de una forma u otra, remiten a alguna variante de una absurdidad que parece imposible de desarraigar: el "contrato social".

Para rehabilitar la tesis religiosa del asesinato fundador y hacerla científicamente plausible, basta con añadir a ese asesinato los efectos acumulativos de los ritos, siempre a lo largo de un período de tiempo extremadamente largo, dada la plasticidad de éstos.

La ritualización del asesinato es la primera y más fundamental de las instituciones, la madre de todas las demás, el momento decisivo en la invención de la cultura humana.

El poder de hominización reside en la repetición de los sacrificios realizados con un espíritu de colaboración y armonía al que deben su fecundidad. Tesis que otorga a la antropología la dimensión temporal que le falta y concuerda con todas las religiones respecto a los orígenes de las sociedades.

Los conflictos miméticos debieron de surgir con la máxima violencia a partir del momento en que la criatura prehumana cruzó cierto umbral de mimetismo y los mecanismos animales de protección frente a la violencia (dominance patterns) se hundieron. Pero esos conflictos produjeron enseguida su antídoto y dieron origen a mecanismos victimarios, divinidades y ritos sacrificiales que no sólo moderaron la violencia en el seno de los grupos humanos, sino que canalizaron sus energías en direcciones positivas, humanizadoras.

Dado el mimetismo de nuestros deseos, éstos se asemejan y se reúnen en pertinaces, estériles y contagiosos sistemas de oposición. Son los escándalos. Y éstos, al multiplicarse y concentrarse, sumen a las comunidades en crisis que van exasperándose progresivamente hasta llegar al instante paroxístico en el que la unánime polarización frente a una víctima única suscita el escándalo universal, el "absceso de fijación", que apacigua la violencia y recompone el conjunto descompuesto.

La exasperación de las rivalidades miméticas habría impedido la formación de sociedades humanas si, en el momento de su paroxismo, no hubieran producido su propio remedio. Dicho con otras palabras, si no hubiera actuado el mecanismo victimario o mecanismo del chivo expiatorio. Así pues, este mecanismo, del que a nuestro alrededor sólo podemos ver hoy atenuadas supervivencias, tuvo realmente que reconciliar a las comunidades dotándolas de un orden ritual y, a continuación, institucional que les asegurara la permanencia en el tiempo y una relativa estabilidad. Las sociedades humanas, pues, tuvieron que ser hijas de lo religioso. Y el propio Homo sapiens’ tuvo también que ser hijo de formas aún rudimentarias del proceso que acabo de describir.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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