EL
ASESINATO FUNDADOR.- (D) (41)
Nuestras instituciones son, seguramente,
la conclusión de un lento proceso de secularización inseparable de una especie
de "racionalización" y "funcionalización". Y hace ya mucho
tiempo que la investigación moderna habría descubierto la verdadera génesis de
ese proceso de no haber estado lastrada por su, en el fondo, irracional
hostilidad respecto a lo religioso.
Hay que considerar la posibilidad de que
todas las instituciones humanas y, por tanto, la propia humanidad hayan sido
modeladas por lo religioso. En efecto, para escapar del instinto animal y tener
acceso al deseo, con todos sus peligros de conflictos miméticos, el hombre
necesita disciplinar ese deseo, algo que sólo puede hacer mediante los
sacrificios. La humanidad surge de lo religioso arcaico por medio de los
"asesinatos fundadores" y los ritos que de ellos se derivan.
La voluntad moderna de minimizar lo
religioso podría ser, aunque parezca paradójico, el vestigio supremo de lo
propiamente religioso en su forma arcaica, que, en primer lugar, consiste en
mantenerse a una respetuosa distancia de lo sagrado, en un último esfuerzo por
ocultar lo que está en juego en todas las instituciones humanas: evitar la
violencia entre los miembros de una misma comunidad.
La idea del asesinato fundador pasa por
ser una extraña invención, una aberración reciente, un capricho de
intelectuales modernos tan ajenos a la razón como a las realidades culturales.
Y, sin embargo, se trata de una idea común a todos los grandes relatos sobre
los orígenes, una idea que aparece primero en la Biblia y finalmente en los
evangelios. Resulta más creíble que cualquiera de las tesis modernas sobre el
origen de las sociedades, todas las cuales, de una forma u otra, remiten a
alguna variante de una absurdidad que parece imposible de desarraigar: el
"contrato social".
Para rehabilitar la tesis religiosa del
asesinato fundador y hacerla científicamente plausible, basta con añadir a ese
asesinato los efectos acumulativos de los ritos, siempre a lo largo de un
período de tiempo extremadamente largo, dada la plasticidad de éstos.
La ritualización del asesinato es la
primera y más fundamental de las instituciones, la madre de todas las demás, el
momento decisivo en la invención de la cultura humana.
El poder de hominización reside en la
repetición de los sacrificios realizados con un espíritu de colaboración y
armonía al que deben su fecundidad. Tesis que otorga a la antropología la
dimensión temporal que le falta y concuerda con todas las religiones respecto a
los orígenes de las sociedades.
Los conflictos miméticos debieron de
surgir con la máxima violencia a partir del momento en que la criatura prehumana
cruzó cierto umbral de mimetismo y los mecanismos animales de protección frente
a la violencia (dominance patterns)
se hundieron. Pero esos conflictos produjeron enseguida su antídoto y dieron
origen a mecanismos victimarios, divinidades y ritos sacrificiales que no sólo
moderaron la violencia en el seno de los grupos humanos, sino que canalizaron
sus energías en direcciones positivas, humanizadoras.
Dado el mimetismo de nuestros deseos,
éstos se asemejan y se reúnen en pertinaces, estériles y contagiosos sistemas
de oposición. Son los escándalos. Y éstos, al multiplicarse y concentrarse,
sumen a las comunidades en crisis que van exasperándose progresivamente hasta
llegar al instante paroxístico en el que la unánime polarización frente a una
víctima única suscita el escándalo universal, el "absceso de
fijación", que apacigua la violencia y recompone el conjunto descompuesto.
La exasperación de las rivalidades
miméticas habría impedido la formación de sociedades humanas si, en el momento
de su paroxismo, no hubieran producido su propio remedio. Dicho con otras
palabras, si no hubiera actuado el mecanismo victimario o mecanismo del
chivo expiatorio. Así pues, este mecanismo, del que a nuestro alrededor
sólo podemos ver hoy atenuadas supervivencias, tuvo realmente que reconciliar a
las comunidades dotándolas de un orden ritual y, a continuación, institucional
que les asegurara la permanencia en el tiempo y una relativa estabilidad. Las
sociedades humanas, pues, tuvieron que ser hijas de lo religioso. Y el propio ‘Homo sapiens’ tuvo también que ser hijo
de formas aún rudimentarias del proceso que acabo de describir.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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