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miércoles, 20 de enero de 2021

EL HORRIBLE MILAGRO DE APOLONIO DE TIANA.- (B) (26)


EL HORRIBLE MILAGRO DE APOLONIO DE TIANA.- (B) (26)

Por fantástica que parezca la conclusión, el relato de Filóstrato es demasiado rico en detalles concretos para ser pura invención.

El milagro consiste en desencadenar un contagio mimético tan intenso que acaba polarizando a toda la población de la ciudad contra el infortunado mendigo. La negativa inicial de los efesios es el único rayo de luz en este tenebroso texto, pero Apolonio hace todo lo que puede para apagarlo, y lo logra. Los efesios se ponen a lapidar a su víctima con tal rabia, que acaban por ver en ella lo que Apolonio les pide que vean: el culpable de todos sus males, el "demonio de la peste", ese demonio del que primero han de librarse si quieren curar a la ciudad.

Para describir el comportamiento de los efesios tras el inicio de la lapidación, se siente la tentación de recurrir a una expresión moderna, muy manida, sin duda, quizá debido a su exactitud: la de liberación’. Cuanto más obedecen los efesios a su gurú, más se transforman en una multitud histérica y más logran liberarse’ a costa del desgraciado mendigo.

Otra fórmula clásica viene enseguida a la mente, tan manida como la primera, y tan exacta también: absceso de fijación’, una expresión muy utilizada en los buenos tiempos del comparatismo religioso.

Al canalizar hacia un blanco universalmente aceptado el contagio violento que ha desencadenado entre los efesios, Apolonio satisface un apetito de violencia que tarda algún tiempo en despertarse, pero que, cuando lo hace, sólo puede aplacarse a base de pedradas contra la víctima designada por el gurú. Una vez "liberados", después de que el "absceso de fijación" haya desempeñado su papel, los efesios descubren que ha terminado la epidemia.

Pero hay una tercera metáfora, esta vez no moderna, sino antigua, la de la catarsis’ o purificación, empleada por Aristóteles para describir el efecto de las tragedias sobre los espectadores. Y que designa, en primer lugar, el efecto sobre los participantes de los sacrificios rituales, las sangrientas inmolaciones...

El milagro está preñado de una enseñanza propiamente religiosa que se nos escaparía si lo consideráramos imaginario. Lejos de ser un fenómeno aberrante, ajeno a todo lo que sabemos respecto al mundo griego, la lapidación del mendigo recuerda ciertos antecedentes religiosos muy clásicos, los sacrificios de pharmakói’, por ejemplo, verdaderos asesinatos colectivos de individuos semejantes al mendigo de Éfeso. Volveremos enseguida sobre esto.

El prestigio de Apolonio es tanto mayor porque no es consecuencia de una simple superchería. La lapidación se considera milagrosa porque pone fin a las quejas de los efesios. Pero de lo que aquí se trata, dirá el lector, es de la peste. ¿Cómo el asesinato de un mendigo, por muy unánimemente que se haya realizado, puede terminar con una epidemia semejante?

Estamos en un mundo, el antiguo, en el que la palabra "peste" se emplea a menudo en un sentido que no es el estrictamente médico. Casi siempre el término implica una dimensión social. Hasta el Renacimiento, allí donde surgen las "verdaderas" epidemias, éstas perturban las relaciones sociales. Y allí donde las relaciones sociales se ven perturbadas, la idea de epidemia puede surgir. La confusión es tanto más fácil porque ambas "pestes" son igual de contagiosas.

Si Apolonio hubiera intervenido en un contexto de peste bacteriana, la lapidación no habría tenido ningún resultado frente a la "epidemia". El astuto gurú se había informado antes y sabía que la ciudad era presa de tensiones internas que podían descargarse sobre lo que hoy llamamos un chivo expiatorio. Esta cuarta metáfora designa a una víctima sustitutoria, un inocente que ocupa el lugar de los antagonismos reales. Y hay en la Vida de Apolonio de Tiana, justo antes del milagro propiamente dicho, un pasaje que confirma nuestra conjetura.

(René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)

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