EL HORRIBLE MILAGRO DE
APOLONIO DE TIANA.- (B) (26)
Por
fantástica que parezca la conclusión, el relato de Filóstrato es demasiado rico
en detalles concretos para ser pura invención.
El
milagro consiste en desencadenar un contagio mimético tan intenso que acaba
polarizando a toda la población de la ciudad contra el infortunado mendigo. La
negativa inicial de los efesios es el único rayo de luz en este tenebroso
texto, pero Apolonio hace todo lo que puede para apagarlo, y lo logra. Los
efesios se ponen a lapidar a su víctima con tal rabia, que acaban por ver en
ella lo que Apolonio les pide que vean: el culpable de todos sus males, el
"demonio de la peste", ese demonio del que primero han de librarse si
quieren curar a la ciudad.
Para
describir el comportamiento de los efesios tras el inicio de la lapidación, se
siente la tentación de recurrir a una expresión moderna, muy manida, sin duda,
quizá debido a su exactitud: la de ‘liberación’.
Cuanto más obedecen los efesios a su gurú, más se transforman en una multitud
histérica y más logran ‘liberarse’
a costa del desgraciado mendigo.
Otra
fórmula clásica viene enseguida a la mente, tan manida como la primera, y tan
exacta también: ‘absceso de
fijación’, una expresión muy utilizada en los buenos tiempos del
comparatismo religioso.
Al
canalizar hacia un blanco universalmente aceptado el contagio violento que ha
desencadenado entre los efesios, Apolonio satisface un apetito de violencia que
tarda algún tiempo en despertarse, pero que, cuando lo hace, sólo puede
aplacarse a base de pedradas contra la víctima designada por el gurú. Una vez
"liberados", después de que el "absceso de fijación" haya
desempeñado su papel, los efesios descubren que ha terminado la epidemia.
Pero
hay una tercera metáfora, esta vez no moderna, sino antigua, la de la ‘catarsis’ o purificación, empleada por
Aristóteles para describir el efecto de las tragedias sobre los espectadores. Y
que designa, en primer lugar, el efecto sobre los participantes de los
sacrificios rituales, las sangrientas inmolaciones...
El
milagro está preñado de una enseñanza propiamente religiosa que se nos
escaparía si lo consideráramos imaginario. Lejos de ser un fenómeno aberrante,
ajeno a todo lo que sabemos respecto al mundo griego, la lapidación del mendigo
recuerda ciertos antecedentes religiosos muy clásicos, los sacrificios de ‘pharmakói’, por ejemplo, verdaderos
asesinatos colectivos de individuos semejantes al mendigo de Éfeso. Volveremos
enseguida sobre esto.
El
prestigio de Apolonio es tanto mayor porque no es consecuencia de una simple
superchería. La lapidación se considera milagrosa porque pone fin a las quejas
de los efesios. Pero de lo que aquí se trata, dirá el lector, es de la peste.
¿Cómo el asesinato de un mendigo, por muy unánimemente que se haya realizado,
puede terminar con una epidemia semejante?
Estamos
en un mundo, el antiguo, en el que la palabra "peste" se emplea a
menudo en un sentido que no es el estrictamente médico. Casi siempre el término
implica una dimensión social. Hasta el Renacimiento, allí donde surgen las
"verdaderas" epidemias, éstas perturban las relaciones sociales. Y
allí donde las relaciones sociales se ven perturbadas, la idea de epidemia
puede surgir. La confusión es tanto más fácil porque ambas "pestes"
son igual de contagiosas.
Si
Apolonio hubiera intervenido en un contexto de peste bacteriana, la lapidación
no habría tenido ningún resultado frente a la "epidemia". El astuto
gurú se había informado antes y sabía que la ciudad era presa de tensiones
internas que podían descargarse sobre lo que hoy llamamos un chivo expiatorio. Esta cuarta metáfora designa a una víctima
sustitutoria, un inocente que ocupa el lugar de los antagonismos reales. Y hay
en la Vida de Apolonio de Tiana, justo antes del milagro propiamente dicho, un
pasaje que confirma nuestra conjetura.
(René
Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)
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