ES
PRECISO QUE LLEGUE EL ESCÁNDALO.- (B) (6)
El
deseo mimético no siempre es conflictivo, pero suele serlo, y ello por razones
que el décimo mandamiento hace evidentes. El objeto que deseo, siguiendo el modelo
de mi prójimo, éste quiere conservarlo, reservarlo para su propio uso, lo que
significa que no se lo dejará arrebatar sin luchar. Así contrarrestado mi
deseo, en lugar de desplazarse entonces hacia otro objeto, nueve de cada diez
veces persistirá y se reforzará imitando más que nunca el deseo de su modelo.
La
oposición exaspera el deseo, sobre todo, cuando procede de quien lo inspira. Y
si al principio no procede de él, pronto lo hará, puesto que si la imitación de
deseo del prójimo crea la rivalidad, ésta, a su vez, origina la imitación.
La
aparición de un rival parece confirmar lo bien fundado del deseo, el valor
inmenso del objeto deseado. La imitación se refuerza en el seno de la
hostilidad, aunque los rivales hagan todo lo que puedan por ocultar a los
otros, y a sí mismos, la causa de ese reforzamiento.
Lo
contrario es también verdad. Al imitar su deseo, doy a mi rival la impresión de
que no le faltan buenas razones para desear lo que desea, para poseer lo que
posee, con lo que la intensidad de su deseo se duplica.
Como
regla general, la posesión tranquila debilita el deseo. Al dar a mi modelo un
rival, en algún modo le restituyo el deseo que me presta. Doy un modelo a mi
propio modelo, y el espectáculo de mi deseo refuerza el suyo justo en el momento
en que, al oponérseme, refuerza el mío. Ese hombre cuya esposa deseo, por
ejemplo, quizá hacía tiempo que había dejado de desearla. Su deseo estaba
muerto, y al contacto con el mío, que está vivo, ha resucitado...
(René
Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)
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