SINGULARIDAD
DE LA BIBLIA.- (B) (47)
La cuestión es tan importante que voy a
definirla brevemente por segunda vez: cuando comparamos de manera concreta una
epifanía religiosa que los evangelios consideran falsa, mítica o satánica con
la epifanía religiosa que esos mismos evangelios consideran auténtica, no
apreciamos ninguna diferencia estructural. En ambos casos tenemos que
habérnoslas con ciclos miméticos que concluyen con chivos expiatorios y
resurrecciones.
¿Qué permite, entonces, al cristianismo
definir a las religiones paganas como satánicas o diabólicas, mientras que se
exceptúa a sí mismo de esas definiciones? Como el presente estudio pretende ser
lo más objetivo y "científico" posible, no puede, por tanto, aceptar
a pies juntillas la oposición evangélica entre Dios y Satán. Si no pudiera
mostrar al lector moderno lo que hace de esa oposición algo real y concreto,
dicho lector la rechazaría como algo tramposo, ilusorio.
Señalemos, de momento, que los ciclos
miméticos que engendran las divinidades míticas, por un lado, y el ciclo que,
por otro, desemboca en la Resurrección de Jesús y la afirmación de su
divinidad, parecen equivalentes.
En suma, podría ocurrir que la
diferenciación entre Dios y Satán fuera una ilusión producida por el deseo de
los cristianos de singularizar su religión, el deseo de proclamarse poseedores
exclusivos de una verdad ajena a la mitología. Ello es lo que en nuestros días
reprochan al cristianismo no sólo los no cristianos, sino muchos cristianos
conscientes de las similitudes entre los evangelios y los mitos. Puesto que el
ciclo mimético de los evangelios contiene los tres momentos de los ciclos
míticos -la crisis, la violencia colectiva y la epifanía divina-, desde un
punto de vista objetivo, repito, nada puede distinguirlo de un mito. ¿No
se tratará, entonces, sencillamente, de un mito de muerte y resurrección, más
sutil que otros muchos, sin duda, pero, en lo esencial, semejante?
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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