EL CICLO DE LA VIOLENCIA
MIMÉTICA.- (G) (20)
Tanto
en la muerte de Juan el Bautista como en la de Jesús, los evangelios nos
muestran un proceso cíclico de desorden y de restablecimiento del orden que
culmina y concluye en un mecanismo de unanimidad victimaria. Empleo la palabra
"mecanismo" para señalar la naturaleza automática del proceso y de
sus resultados, así como la incomprensión e incluso la inconsciencia de quienes
participan en él.
Un
mecanismo también detectable en ciertos textos bíblicos. Los más interesantes,
desde el punto de vista del proceso victimario, son aquellos que los propios
evangelios comparan con la vida y la muerte de Jesús, los que nos cuentan la
vida y la muerte del personaje llamado el Siervo de Yhwh o Siervo Sufriente.
El
Siervo es un gran profeta del que se habla en la segunda parte del Libro de
Isaías, que se inicia en el capítulo 40, (Deutero-Isaías). Los pasaje que
rememoran la vida y la muerte de este profeta difieren lo suficiente de los que
los rodean para que puedan agruparse en cuatro fragmentos separados que evocan
cuatro grandes poemas, los Cantos del Siervo de Yhwh. Aunque el principio del
capítulo 40 no forma parte de esos cantos, por diferentes razones, pienso que
debería ser incorporado a ellos:
«Oigo
que se grita: "En el desierto despejad
el
camino de Yhwh,
enderezad
en la estepa
una
calzada para nuestro Dios.
Todo
valle sea alzado
y
toda montaña y colina sean rebajadas,
y
lo quebrado se convierta en terreno llano
y
los cerros en vega.
Entonces
la gloria de Yhwh se manifestará,
y
toda criatura la verá a una,
pues la boda de Yhwh ha hablado"». (Is 40,3-5)
Para
los exegetas modernos, este nivelamiento, esta universal allanación, aludiría a
la construcción de un camino para Ciro, el rey de Persia, el monarca que
permitió a los judíos volver a Jerusalén.
Una
explicación, ciertamente, razonable, pero un poco simple. El texto habla de
allanación, eso está claro, pero no chatamente. Lo convierte en un asunto tan
grandioso que limitar su alcance a la construcción de un camino, por amplio que
sea, para el más grande de todos los reyes, me parece un poco mezquino,
demasiado pobre.
Uno
de los temas del Segundo Isaías es el fin del exilio babilónico felizmente
concluido por el famoso edicto de Ciro. Pero hay otros temas que se entrelazan
con el del retorno, en especial los referentes al Siervo de Yhwh que acabamos
de mencionar.
Más
que a trabajos emprendidos con un fin determinado, el citado texto nos lleva a
pensar en una erosión geológica y habría que considerarlo, creo, una
representación imaginada de esas crisis miméticas cuyo rasgo esencial, ya lo
hemos visto, es le desaparición de las diferencias, la transformación de los
individuos en ‘dobles’ cuyo
perpetuo enfrentamiento destruye la cultura. Nuestro texto equipara ese proceso
de allanamiento de las montañas y al rellenado de los valles en una región
montañosa. Así como las rocas se transforman en arena, así también el pueblo se
transforma en una masa amorfa incapaz de oír al que grita que se despeje un
camino en el desierto y siempre dispuesta, en cambio, a recortar las alturas y
a cegar de arena las profundidades, permaneciendo así en la superficie de todas
las cosas, rechazando así toda grandeza y verdad.
Por
inquietante que resulte ese alisado de las diferencias, esa inmensa victoria de
lo superficial y lo uniforme, su invocación por parte del profeta se debe a la
contrapartida extraordinariamente positiva que, sin embargo, prepara, una
decisiva epifanía de Yhwh:
«Entonces
la gloria de Yhwh se manifestará y toda criatura la verá a una, pues la boca de
Yhwh ha hablado».
Epifanía
que es aquí profetizada. Y que se realiza, sin lugar a dudas, doce capítulos
después, en el asesinato colectivo que pone fin a la crisis, el asesinato del
Siervo Sufriente. Pese a su bondad y amor a los hombres, el Siervo no es amado
por sus hermanos, y en el cuarto y último canto sucumbe a manos de una masa
histérica unida contra él, víctima de un verdadero linchamiento.
Para
comprender cabalmente el Segundo Isaías, creo que hay que trazar un gran arco
desde la nivelación inicial, la violenta indiferenciación, hasta el relato de
la muerte a mano airada del Siervo, en los capítulos 52 y 53. Un arco de
círculo, en suma, que enlace la descripción de la crisis mimética con su más
importante consecuencia: ‘el linchamiento del Siervo Sufriente’.
Asesinato colectivo del gran profeta rechazado por el pueblo, esa muerte es el equivalente
de la Pasión en los evangelios. Y, como en éstos, el asesinato del profeta por
la multitud y la revelación de Yhwh se confunden en un único acontecimiento.
Una
vez captada la estructura de la crisis y la del linchamiento colectivo del
Segundo Isaías, se comprende también que el conjunto, como en el caso de la
vida y muerte de Jesús en los evangelios, constituye lo que podría llamarse, me
parece, un ‘ciclo mimético’.
Tarde o temprano, la proliferación inicial de escándalos desemboca en una
crisis aguda que, en su paroxismo, desencadena la violencia unánime contra la
víctima única, la víctima seleccionada al final por toda la comunidad. Un
acontecimiento que restablece el orden antiguo o establece uno nuevo a su vez
destinado, un día u otro, a entrar también en crisis, y así sucesivamente.
Como
en todos los ciclos miméticos, el conjunto constituye una epifanía divina, una
manifestación de Yhwh. En el Segundo Isaías dicho ciclo aparece representado
con todo el característico esplendor de los grandes textos proféticos. Como
todos los ciclos miméticos, se asemeja a los anteriores y a los siguientes por
su dinamismo y su estructura fundamental. Al mismo tiempo, por supuesto,
implica numerosos rasgos que sólo a él pertenecen y cuya enumeración no es necesaria.
El
hecho de que en los cuatro evangelios volvamos a encontrar la descripción de la
crisis mimética, la descripción del Segundo Isaías que líneas más arriba he
citado, y que constituye lo esencial de la profecía del Juan Bautista sobre
Jesús, prueba que se trata, en efecto, de la misma secuencia que aparece en la
vida y muerte de éste, según los cuatro evangelistas. Recordar a los hombres
ese capítulo de Isaías, hacerles pensar en esa descripción de la crisis y en
ese anuncio de una epifanía divina, es lo mismo que profetizar a Jesús, es
anunciar que la vida y la muerte de Jesús serán ‘semejantes’ a la vida y muerte del profeta de antaño. Es aludir a
lo que he llamado un nuevo ciclo mimético, una nueva erupción de desorden
coronada por la violencia unánime del ‘todos contra uno’ mimético.
Juan
Bautista se identifica con el que grita que se abra un camino en el desierto, y
su anuncio profético se resume por entero en la cita del capítulo 40 de Isaías.
Lo que el profeta entiende por profetizar puede resumirse como sigue: «Una vez
más nos encontramos ante una gran crisis, la cual se resolverá con el asesinato
colectivo de un nuevo enviado de Dios, Jesús. Una muerte violenta que será
ocasión para Yhwh de una nueva y suprema revelación».
(René
Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)
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