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miércoles, 20 de enero de 2021

EL CICLO DE LA VIOLENCIA MIMÉTICA.-(G) (20)

EL CICLO DE LA VIOLENCIA MIMÉTICA.- (G) (20) 

Tanto en la muerte de Juan el Bautista como en la de Jesús, los evangelios nos muestran un proceso cíclico de desorden y de restablecimiento del orden que culmina y concluye en un mecanismo de unanimidad victimaria. Empleo la palabra "mecanismo" para señalar la naturaleza automática del proceso y de sus resultados, así como la incomprensión e incluso la inconsciencia de quienes participan en él.

Un mecanismo también detectable en ciertos textos bíblicos. Los más interesantes, desde el punto de vista del proceso victimario, son aquellos que los propios evangelios comparan con la vida y la muerte de Jesús, los que nos cuentan la vida y la muerte del personaje llamado el Siervo de Yhwh o Siervo Sufriente.

El Siervo es un gran profeta del que se habla en la segunda parte del Libro de Isaías, que se inicia en el capítulo 40, (Deutero-Isaías). Los pasaje que rememoran la vida y la muerte de este profeta difieren lo suficiente de los que los rodean para que puedan agruparse en cuatro fragmentos separados que evocan cuatro grandes poemas, los Cantos del Siervo de Yhwh. Aunque el principio del capítulo 40 no forma parte de esos cantos, por diferentes razones, pienso que debería ser incorporado a ellos:

«Oigo que se grita: "En el desierto despejad

el camino de Yhwh,

enderezad en la estepa

una calzada para nuestro Dios.

Todo valle sea alzado

y toda montaña y colina sean rebajadas,

y lo quebrado se convierta en terreno llano

y los cerros en vega.

Entonces la gloria de Yhwh se manifestará,

y toda criatura la verá a una,

pues la boda de Yhwh ha hablado"». (Is 40,3-5)

Para los exegetas modernos, este nivelamiento, esta universal allanación, aludiría a la construcción de un camino para Ciro, el rey de Persia, el monarca que permitió a los judíos volver a Jerusalén.

Una explicación, ciertamente, razonable, pero un poco simple. El texto habla de allanación, eso está claro, pero no chatamente. Lo convierte en un asunto tan grandioso que limitar su alcance a la construcción de un camino, por amplio que sea, para el más grande de todos los reyes, me parece un poco mezquino, demasiado pobre.

Uno de los temas del Segundo Isaías es el fin del exilio babilónico felizmente concluido por el famoso edicto de Ciro. Pero hay otros temas que se entrelazan con el del retorno, en especial los referentes al Siervo de Yhwh que acabamos de mencionar.

Más que a trabajos emprendidos con un fin determinado, el citado texto nos lleva a pensar en una erosión geológica y habría que considerarlo, creo, una representación imaginada de esas crisis miméticas cuyo rasgo esencial, ya lo hemos visto, es le desaparición de las diferencias, la transformación de los individuos en dobles’ cuyo perpetuo enfrentamiento destruye la cultura. Nuestro texto equipara ese proceso de allanamiento de las montañas y al rellenado de los valles en una región montañosa. Así como las rocas se transforman en arena, así también el pueblo se transforma en una masa amorfa incapaz de oír al que grita que se despeje un camino en el desierto y siempre dispuesta, en cambio, a recortar las alturas y a cegar de arena las profundidades, permaneciendo así en la superficie de todas las cosas, rechazando así toda grandeza y verdad.

Por inquietante que resulte ese alisado de las diferencias, esa inmensa victoria de lo superficial y lo uniforme, su invocación por parte del profeta se debe a la contrapartida extraordinariamente positiva que, sin embargo, prepara, una decisiva epifanía de Yhwh:

«Entonces la gloria de Yhwh se manifestará y toda criatura la verá a una, pues la boca de Yhwh ha hablado».

Epifanía que es aquí profetizada. Y que se realiza, sin lugar a dudas, doce capítulos después, en el asesinato colectivo que pone fin a la crisis, el asesinato del Siervo Sufriente. Pese a su bondad y amor a los hombres, el Siervo no es amado por sus hermanos, y en el cuarto y último canto sucumbe a manos de una masa histérica unida contra él, víctima de un verdadero linchamiento.

Para comprender cabalmente el Segundo Isaías, creo que hay que trazar un gran arco desde la nivelación inicial, la violenta indiferenciación, hasta el relato de la muerte a mano airada del Siervo, en los capítulos 52 y 53. Un arco de círculo, en suma, que enlace la descripción de la crisis mimética con su más importante consecuencia: ‘el linchamiento del Siervo Sufriente’. Asesinato colectivo del gran profeta rechazado por el pueblo, esa muerte es el equivalente de la Pasión en los evangelios. Y, como en éstos, el asesinato del profeta por la multitud y la revelación de Yhwh se confunden en un único acontecimiento.

Una vez captada la estructura de la crisis y la del linchamiento colectivo del Segundo Isaías, se comprende también que el conjunto, como en el caso de la vida y muerte de Jesús en los evangelios, constituye lo que podría llamarse, me parece, un ciclo mimético’. Tarde o temprano, la proliferación inicial de escándalos desemboca en una crisis aguda que, en su paroxismo, desencadena la violencia unánime contra la víctima única, la víctima seleccionada al final por toda la comunidad. Un acontecimiento que restablece el orden antiguo o establece uno nuevo a su vez destinado, un día u otro, a entrar también en crisis, y así sucesivamente.

Como en todos los ciclos miméticos, el conjunto constituye una epifanía divina, una manifestación de Yhwh. En el Segundo Isaías dicho ciclo aparece representado con todo el característico esplendor de los grandes textos proféticos. Como todos los ciclos miméticos, se asemeja a los anteriores y a los siguientes por su dinamismo y su estructura fundamental. Al mismo tiempo, por supuesto, implica numerosos rasgos que sólo a él pertenecen y cuya enumeración no es necesaria.

El hecho de que en los cuatro evangelios volvamos a encontrar la descripción de la crisis mimética, la descripción del Segundo Isaías que líneas más arriba he citado, y que constituye lo esencial de la profecía del Juan Bautista sobre Jesús, prueba que se trata, en efecto, de la misma secuencia que aparece en la vida y muerte de éste, según los cuatro evangelistas. Recordar a los hombres ese capítulo de Isaías, hacerles pensar en esa descripción de la crisis y en ese anuncio de una epifanía divina, es lo mismo que profetizar a Jesús, es anunciar que la vida y la muerte de Jesús serán semejantes’ a la vida y muerte del profeta de antaño. Es aludir a lo que he llamado un nuevo ciclo mimético, una nueva erupción de desorden coronada por la violencia unánime del todos contra uno’ mimético.

Juan Bautista se identifica con el que grita que se abra un camino en el desierto, y su anuncio profético se resume por entero en la cita del capítulo 40 de Isaías. Lo que el profeta entiende por profetizar puede resumirse como sigue: «Una vez más nos encontramos ante una gran crisis, la cual se resolverá con el asesinato colectivo de un nuevo enviado de Dios, Jesús. Una muerte violenta que será ocasión para Yhwh de una nueva y suprema revelación».

(René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)

                                                         

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