EL CICLO DE LA VIOLENCIA
MIMÉTICA.- (F) (19)
Para
"verificar" la doctrina de Jesús, y puesto que Juan Bautista es un
profeta, su muerte violenta deberá ‘asemejarse’
a la muerte violenta del Nazareno. Lo que significa que deberíamos encontrar
también, en el caso del Bautista, el apasionamiento mimético y los demás rasgos
esenciales de la Pasión. Y, efectivamente, los encontramos. No es difícil
observar que todos esos rasgos aparecen en los dos evangelios que contienen el
relato de la muerte del Bautista, los más antiguos, los de Marcos y Mateo.
Como
en la crucifixión, el asesinato de Juan Bautista no es directamente colectivo,
sino de inspiración colectiva. En ambos casos hay una autoridad, la única que
puede decretar la muerte y que, al final, la decreta, pese a su deseo personal
de librar a la víctima de ella: Pilato y Herodes, respectivamente. En ambos
casos, si la autoridad renuncia a su deseo y ordena en último extremo la
ejecución de la víctima, lo hace por razones miméticas, para no enfrentarse con
una multitud violenta. De mismo modo que Pilato no se atreve a enfrentarse con
la masa que exige la crucifixión, Herodes no osa enfrentarse con sus invitados,
que le piden la cabeza de Juan.
En
ambos casos el desenlace es el resultado de una crisis mimética. En el episodio
del profeta, la crisis del matrimonio de Herodes con Herodías. Juan reprocha a
Herodes la ilegalidad de su boda con la mujer de su hermano. Herodías quiere
vengarse, pero Herodes protege al Bautista. Para forzar su decisión, la esposa
amotina contra su enemigo a la muchedumbre de invitados al gran banquete de
aniversario de su esposo.
Para
azuzar el mimetismo de ese tropel y transformarlo en sanguinaria jauría,
Herodías recurre a ese arte considerado por los griegos el más mimético de
todos, el más idóneo para movilizar contra la víctima a los participantes en un
sacrificio: la danza. Herodías hace bailar a su propia hija, quien, inducida
por su madre, pide como premio a su actuación la cabeza de Juan, petición
apoyada unánimemente por los invitados.
Las
semejanzas entre este relato y la Pasión resultan notables, sin que quepa
hablar aquí de nada parecido a un "plagio". Ninguno de los dos textos
es "copia" del otro. Sus detalles son muy diferentes. Es su mimetismo
interno lo que los hace semejantes, un mimetismo representado en ambos casos
con idéntica fuerza y originalidad.
Por
tanto, en el plano antropológico, la Pasión es más típica que única:
ejemplariza el gran tema de la antropología evangélica, el mecanismo victimario
que apacigua a las comunidades humanas y, al menos provisionalmente, restablece
su tranquilidad.
(René
Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)
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