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miércoles, 20 de enero de 2021

EL CICLO DE LA VIOLENCIA MIMÉTICA.- (A) (14)

II.- EL CICLO DE LA VIOLENCIA MIMÉTICA

EL CICLO DE LA VIOLENCIA MIMÉTICA.- (A) (14)

Aún favorable a Jesús en el momento de su entrada en Jerusalén, la masa se vuelve súbitamente contra él, y su hostilidad se hace tan contagiosa que se propaga a los más diversos individuos. En los tres primeros evangelios, sobre todo, en los relatos de las Pasión predomina la uniformidad de las reacciones de los testigos, es decir, la omnipotencia de lo colectivo, o dicho de otra forma, la actitud mimética.

Toda la temática de los evangelios conduce a la Pasión. Y los escándalos desempeñan en ellos un papel demasiado importante para escapar a esa ley de convergencia hacia la crucifixión. Tiene, pues, que haber una relación entre esas dos formas de mimetismo violento, por ajenas que a primera vista parezcan entre sí.

Pedro constituye el ejemplo más espectacular del contagio mimético. Su amor por Jesús, tan sincero como profundo, es indiscutible. Y, sin embargo, una vez se halla el apóstol en un medio hostil a Jesús, es incapaz de no imitar su hostilidad. Y si el primero de sus discípulos, la roca sobre la cual se edificará la Iglesia, sucumbe a la presión colectiva, ¿cómo esperar que en torno a Pedro la humanidad media resista?

Para anunciar que Pedro renegará de él, Jesús se refiere expresamente al papel desempeñado por el escándalo -es decir, el mimetismo conflictivo- en la existencia del apóstol. Los evangelios lo muestran como una marioneta accionada por su propio mimetismo, incapaz de resistir las sucesivas presiones que en cada momento se ejercen sobre él.

Quienes buscan las causas de su triple abjuración sólo en su "temperamento", o en su "psicología", toman, me parece, un camino equivocado. No ven nada en ese episodio que sobrepase al individuo Pedro. Y les parece posible, por lo tanto, realizar un "retrato" del apóstol. Al atribuirle un "temperamento especialmente influenciable", o mediante otras fórmulas semejantes, destruyen la ejemplaridad del acontecimiento y minimizan su alcance.

Al sucumbir a un mimetismo del que ninguno de los testigos de la Pasión escapa, Pedro no se diferencia de sus vecinos en el sentido en que toda explicación psicológica distingue a quien es objeto de ella.

El recurso a esta clase de explicación no es tan inocente como parece. Si se rechaza la interpretación mimética y se intenta explicar ese momento en que Pedro flaquea por causas puramente individuales, se intenta demostrar, aunque de forma, sin duda inconsciente, que, en su lugar, uno habría reaccionado de forma diferente, no habría renegado de Jesús.

Se trata de una versión más antigua de esa misma maniobra que Jesús reprocha a los fariseos cuando los ve alzar tumbas a los profetas que sus padres han asesinado. Tras las espectaculares demostraciones de piedad por las víctimas de nuestros predecesores a menudo se oculta una voluntad de justificarse a sus expensas. "Si hubiéramos vivido en tiempos de nuestros padres", piensan los fariseos, "no nos habríamos unido a ellos para verter la sangre de los profetas".

Los hijos repiten los crímenes de sus padres precisamente porque se creen superiores a ellos desde el punto de vista moral. Esta falsa diferencia es la base de la ilusión mimética del individualismo moderno, de la resistencia hasta el paroxismo a la concepción mimética repetitiva, de las relaciones entre los hombres. Y es esta resistencia, paradójicamente, la causa de la repetición.

(René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)

 

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