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martes, 19 de enero de 2021

SINGULARIDAD DE LOS EVANGELIOS.- (F) (58)

SINGULARIDAD DE LOS EVANGELIOS.- (F) (58)

Para reforzar la argumentación anterior, voy a comentar dos pasajes de los evangelios sinópticos que ponen de manifiesto no sólo las engañosas semejanzas entre las falsas epifanías religiosas y la verdadera, sino algo aún más notable: la existencia de un saber evangélico sobre tales semejanzas y los malentendidos que entrañan. Para los evangelistas, la equiparación de la divinidad de Cristo a una divinización mítica es hasta tal punto imposible, que la aceptación de fenómenos susceptibles de acarrear esa clase de confusión no crea en ningún caso malestar ni inquietud. Si fueran esos vulgares propagandistas en que nuestros suspicaces expertos tienden a convertirlos, Lucas, Marcos y Mateo no habrían escrito nunca los dos pasajes que voy a comentar. 

El primero de ellos, extremadamente breve, aparece en el evangelio de Lucas. He dicho antes que la muerte de Jesús aplaca a la multitud. Produce sobre ella el mismo efecto de todos los asesinatos colectivos o de inspiración colectiva, una especie de relajamiento de la tensión, una catarsis’ sacrificial que impide esa revuelta cuya explosión Pilato teme.

Por supuesto, desde el punto de vista evangélico y cristiano, ese apaciguamiento de la multitud carece de todo valor religioso. Es un fenómeno característico del mimetismo violento, de la humanidad prisionera de Satán.

En lugar de embrollar y mistificar el proceso victimario, los evangelios lo desmitifican revelando la naturaleza puramente mimética de lo que un relato mítico consideraría divino. El evangelio de Lucas contiene una prueba, muy pequeña, sí, pero reveladora de esa desmitificación, una prueba realmente preciosa para el exegeta avisado. Al final de su relato de la Pasión, Lucas añade al siguiente observación: "Y aquel día se hicieron amigos Herodes y Pilato, pues antes estaban enemistados entre sí" (23,12).

En el evangelio de Lucas, Jesús comparece un momento ante Herodes. La aproximación de éste a Pilato es fruto de la participación de ambos en la muerte de Jesús. Su reconciliación constituye uno de los efectos catárticos de que se benefician los participantes en un asesinato colectivo, los perseguidores no arrepentidos. El más característico de esos efectos, el que, si es lo bastante intenso, conduce a la divinización mítica de la víctima.

Lucas ha captado, sin duda, este efecto. Comprende muy bien que la mejora de relaciones entre Herodes y Pilato no tiene nada de cristiano. ¿Y por qué se toma entonces el trabajo de señalarnos un detalle que carece de significación cristiana? No hay que pensar, ni mucho menos, que se interese por la "política palestina". Lo que evidentemente le interesa es lo mismo de lo que ahora estoy hablando, el efecto apaciguador del asesinato colectivo. Pero ¿por qué, entonces, él, que es cristiano, se interesa por un efecto típicamente pagano?

En mi opinión, Lucas subraya esa reconciliación para que nosotros reconozcamos ahí algo que, visto desde fuera, se parece, justamente, tanto a la comunión de los primeros cristianos, que podría confundirse con ella, aunque no es así en absoluto. La reconciliación de los dos representantes de la autoridad no es, desde luego, para Lucas nada semejante a lo que ocurrirá entre los discípulos y Jesús el día de la Resurrección. Lo que asombra a Lucas es la paradoja’ de la semejanza entre lo mítico y lo cristiano, y eso es lo que no vacila en señalar sin temor a que se produzca confusión alguna. El interés de esta relación puesta de relieve entre las dos resurrecciones, la verdadera y la falsa, resulta extraordinario tanto en el plano intelectual como en el espiritual.

Ser verdaderamente fiel a los evangelios no consiste en suprimir lo que hace de la Pasión un mecanismo victimario como los demás, sino, al contrario, en tenerlo en cuenta. Y el resultado no sólo no contradice la teología tradicional, sino que, al revés, confirma su fundamento.

Todos los datos en que se basan las divinizaciones míticas están presentes en los relatos de la Pasión. Ocurre sólo que, en lugar de resultar incomprendidos y mistificados como resultarían en un mito, aparecen aquí comprendidos, desmitificados, neutralizados.

Ni Pilato ni Herodes se dan, seguramente, cuenta de que su reconciliación enraíza en la muerte de Jesús. Lucas se da cuenta por ellos. Es, de los cuatro evangelistas, quien mejor define la inconsciencia perseguidora.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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