EL HORRIBLE MILAGRO DE
APOLONIO DE TIANA.- (D) (28)
Consciente
del daño que la ‘Vida de Apolonio
de Tiana’ hacía al cristianismo, Eusebio de Cesarea, el primer gran
historiador de la Iglesia, amigo y colaborador de Constantino, realizó una
crítica del libro. Pero los lectores modernos no encuentran en esa crítica lo
que buscan. Eusebio se dedicó, sobre todo, a demostrar que los milagros de
Apolonio no tenían nada de sensacional. Y no denuncia la monstruosa lapidación
con la profunda indignación que a nosotros nos parecería de rigor. Al igual que
los partidarios del gurú, reduce el debate a una rivalidad mimética entre
hacedores de milagros. Al leerlo, se comprende mejor por qué Jesús intenta
distraer nuestra atención de los milagros que lleva a cabo...
Eusebio
no llega a definir verdaderamente la oposición esencial entre Apolonio y Jesús.
Por lo que respecta a las lapidaciones, Jesús se sitúa en las antípodas de
Apolonio. En lugar de aprobarlas, hace todo lo que puede por impedirlas.
Eusebio nunca hace referencia a lo que para el lector moderno salta a la vista.
A fin de determinar con exactitud la diferencia que existe en ese punto entre
ambos maestros espirituales, hay que comparar el "milagro" maquinado
por Apolonio con un texto que no tiene nada de milagroso, el que narra cómo
Jesús impide la lapidación de una mujer adúltera:
«Los letrados y fariseos le presentaron una mujer sorprendida en adulterio, la colocaron en el centro, y le dijeron: -Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés ordena que dichas mujeres sean apedreadas; tú, ¿qué dices? -decían esto para ponerlo a prueba, y tener de qué acusarlo. Jesús se agachó y con el dedo se puso a escribir en el suelo. Como insistían en sus preguntas, se incorporó y les dijo: -Quien de vosotros esté sin pecado tire la primera piedra. De nuevo se agachó y seguía escribiendo en el suelo. Los oyentes se fueron retirando uno a uno, empezando por los más ancianos hasta el último. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí de pie en el centro. Jesús se incorporó y le dijo: -Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? Ella contestó: -Nadie, señor. Jesús le dijo: -Tampoco yo te condeno. Ve y en adelante no peques más» (Jn 8,3-11).
Contrariamente a los efesios, de talante
en principio pacífico, y que por ello no son favorables a la lapidación, la masa
que conduce a la mujer adúltera ante Jesús tiene un humor combativo. En ambos
textos toda la acción gira alrededor de un problema que la frase de Jesús
explicita, al contrario que en el relato de Filóstrato, donde nunca aparece
formulado con claridad: el de la primera
piedra.
En el milagro de Apolonio, es evidente que
esa primera piedra constituye la principal preocupación del gurú, puesto que
ningún efesio se decide a arrojarla. Preocupación fácil de detectar, pese a que
nunca aparezca de forma explícita. Apolonio acaba por resolver la dificultad en
el sentido deseado por él, aunque tenga que bregar para ello como estupendo
demonio que es. Jesús triunfa asimismo ante las dificultades con que tiene que
enfrentarse, pero, al contrario que el gurú, pone en juego su ascendiente
contra la violencia.
En la única frase que dirige a los
escribas y fariseos, Jesús menciona explícitamente la primera piedra, hace
hincapié en ella puesto que la nombre en último lugar, como para prolongar así
su eco durante el mayor tiempo posible en la memoria de sus oyentes: "El que de vosotros esté sin pecado,
sea el primero que le tire una piedra". Siempre escéptico y orgulloso
de su escepticismo, el lector moderno sospecha que se trata sólo de un efecto
puramente retórico: la primera piedra es proverbial, una de esas expresiones
que todo el mundo repite.
Pero ¿se trata aquí realmente de un simple
efecto de lenguaje? El texto que leemos, no hay que perderlo de vista, es la
historia de la mujer adúltera salvada de esa lapidación que ha hecho proverbial
dicha referencia a la primera piedra. Si todavía esta expresión se sigue
repitiendo en todas partes, en todas las lenguas de los pueblos cristianizados,
es a causa, sin duda, de este texto, pero también por su extraordinaria
pertinencia, justamente subrayada por el paralelismo de nuestros relatos.
Cuando Apolonio ordena a los efesios
arrojar sobre el mendigo las piedras que les había indicado que cogieran del
suelo, esas buenas gentes se niegan y Filóstrato reconoce, sencillamente, no
sólo esa negativa, sino también los argumentos que la justifican. En frío, los
efesios no pueden decidirse a asesinar a uno de sus semejantes, por miserable,
repugnante e insignificante que sea.
Los argumentos que justifican esa negativa
tienen su contrapartida en la frase de Jesús. Son el equivalente no de las
últimas palabras, sino de las primeras: "El que de vosotros esté sin
pecado...". Los efesios no se consideran con derecho a asesinar fríamente
a una criatura humana a la que no tienen nada que reprochar.
Para lograr su objetivo, Apolonio tiene
que distraer a los efesios respecto a la acción que ha solicitado de ellos,
intentar que olviden la realidad física de la lapidación. Con ridícula
grandilocuencia denuncia al mendigo como "enemigo de los dioses". Para
poder movilizar la violencia hay que demonizar a quien se quiere convertir en
víctima. Y al fin el gurú logra lo que desea, pues consigue que alguien tire la
primera piedra. Una vez lanzada ésta, Apolonio puede dormir tranquilo: la
violencia y la mentira han ganado la partida. Los mismos efesios que momentos
antes mostraban piedad por el mendigo dan ahora prueba, con su violenta
emulación, de un encarnizamiento tan contrario a su actitud inicial que suscita
a partes iguales sorpresa y tristeza.
La primera piedra no es mera
retórica, sino, todo lo contrario, algo decisivo, puesto que es la más difícil
de lanzar. ¿Por qué? Porque es la única que carece de modelo.
Cuando Jesús pronuncia su frase, la
primera piedra es el último obstáculo que se opone a la lapidación. Al atraer
la atención sobre ella, al mencionarla explícitamente, Jesús hace lo que puede
por reforzar ese obstáculo, por magnificarlo.
Cuanto más piensen quienes van a tirar la
primera piedra en la responsabilidad que asumirán si lo hacen, más posibilidades
hay de que la piedra se les caiga de las manos.
¿Hay realmente necesidad de un modelo
mimético para una acción tan sencilla como arrojar piedras? La prueba de que la
hay es la resistencia inicial de los efesios. Ciertamente, cuando Filóstrato
nos muestra esas dificultades, no lo hace llevado por un ánimo hostil respecto
a su venerado gurú. Una vez lanzada la primera piedra, encorajinados por
Apolonio, la segunda viene enseguida,
tras el ejemplo de la primera; y más deprisa aún, la tercera, puesto que cuenta
con dos modelos en lugar de uno, y así sucesivamente. Cuanto más se multiplican
los modelos, más se acelera el ritmo de la lapidación.
Salvar a la mujer adúltera de la
lapidación, como hace Jesús, impedir un apasionamiento mimético en el sentido
de la violencia, es desencadenar otro en sentido inverso, un apasionamiento
mimético no violento. Cuando un primer individuo renuncia a lapidar a la mujer
adúltera, lo sigue en esa decisión un segundo, y así sucesivamente. Hasta que,
al final, es todo el grupo, guiado por Jesús, el que renuncia a su proyecto de
lapidación.
Aunque los dos textos sean por su espíritu
lo más opuesto que quepa imaginar, se asemejan, sin embargo, de un modo
desconcertante. Su recíproca independencia hace muy significativa esa
semejanza. Nos permite comprender mejor el dinamismo de las masas, que no hay
que definir sólo por su mayor o menor violencia, sino por la imitación, el
mimetismo.
El hecho de que la frase de Jesús continúe
desempeñando entre nosotros un papel metafórico universalmente aceptado, en un
mundo en el que la lapidación ritual ya no existe, indica que el mimetismo
sigue siendo tan poderoso como en el pasado, si bien bajo formas, en general,
menos violentas. El simbolismo de la primera piedra resulta hoy inteligible
porque, pese a que el gesto físico de la lapidación ya no exista, la definición
mimética de los comportamientos colectivos continúa siendo tan válida como hace
dos mil años.
Para señalar el papel inmenso,
insospechado, que el mimetismo desempeña en la cultura humana, Jesús no recurre
a esos términos abstractos de los que nosotros difícilmente podemos prescindir:
imitación, mimetismo, mímesis, etcétera. Con la primera piedra la basta. Esta
expresión le permite subrayar el verdadero principio no sólo de las
lapidaciones antiguas, sino de todos los fenómenos de masas, antiguos y
modernos. Por eso la imagen de la primera piedra sigue viva.
Apolonio tiene que conseguir que uno u
otro de los efesios, poco importa cuál, tire la primera piedra, sí, pero sin atraer
mucho la atención sobre ella, y de ahí que evite hacerlo de manera expresa. Con
lo que da prueba de duplicidad. Se calla por razones simétricas, pero inversas,
de las que empujan a Jesús a mencionar la primera piedra explícitamente,
dándole la mayor resonancia posible.
La duda inicial y el encarnizamiento final
de los efesios son demasiado característicos del mimetismo violento para no
inducirnos a pensar que ambos relatos están de acuerdo con la dinámica, o, más
bien, con la "mimética", de la lapidación. Para favorecer la
violencia colectiva, hay que reforzar su inconsciencia, y eso es lo que hace
Apolonio. Y al contrario, para desalentar esa violencia, hay que mostrarla a
plena luz, hay que desenmascararla. Y eso es lo que hace Jesús.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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