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martes, 19 de enero de 2021

EL TRIUNFO DE LA CRUZ.- (B) (61)

EL TRIUNFO DE LA CRUZ.- (B) (61)    

La idea del triunfo de la Cruz se explica a las mil maravillas de forma racional, sin necesidad de recurrir a hipótesis psicológicas. Corresponde a una realidad indudable, como no tardaremos en comprobar. La Cruz ha transformado de verdad el mundo y su fuerza puede interpretarse sin recurrir a la fe religiosa. Es perfectamente posible dar un sentido al triunfo de la Cruz sin salirse de un contexto puramente racional.

La mayor parte de los hombres, cuando reflexiona sobre la Cruz, no ven más que su aspecto brutal, esa muerte terrible de Jesús cumplida, al parecer, de forma tal que habría infligido al "triunfalismo" de la referida Epístola el más severo de los desmentidos.

 Sin embargo, junto al acontecimiento en sí, inmediatamente ventajoso para los principados y las potestades, puesto que los desembaraza de Jesús, existe otra historia desconocida por los historiadores y, no obstante, tan real, tan objetiva como la de esos historiadores: no la historia de los acontecimientos en sí mismos, sino la de su representación’.

Y esa otra historia situada tras los mitos y que al mismo tiempo los gobierna sin que ellos, desfigurándola y transfigurándola, nos permitan por eso recibirla, está representada’, repito, en los evangelios. Representada tal cual es, en toda su verdad, una verdad hasta entonces nunca descubierta por los hombres y que los evangelios ponen a disposición de toda la humanidad.

Al margen de los relatos de la Pasión y los Cantos del Siervo de Yhwh, si bien visibles en su esplendor externo, los principados y las potestades resultan invisibles y desconocidos en su origen violento y vergonzoso. El envés del decorado no aparece nunca y, justamente, es esa Cruz de Cristo la que por primera vez lo muestra a los hombres.

En todo lo que afecta a su falsa gloria, las potestades se encargan de su propia publicidad. Pero lo que la Cruz revela es la vergüenza de su origen violento, algo que debería permanecer oculto para impedir así su hundimiento.

Tal es lo que expresa la imagen de los principados y las potestades "exhibidos públicamente" e incorporados al "cortejo triunfal" de Cristo.

Al clavar a Cristo en la Cruz, las potestades se imaginaban que estaban haciendo lo que habitualmente hacen -desencadenar el mecanismo victimario-, y que de esa forma evitaba la amenaza de una revelación, sin pensar siquiera que, a fin de cuentas, al actuar así decían todo lo contrario: trabajaban por su propio aniquilamiento clavándose, en alguna medida, a sí mismas en la Cruz, cuyo poder revelador no sospechaban.

Al privar al mecanismo victimario de las tinieblas de las que necesita rodearse para poder gobernarlo todo, la Cruz transforma radicalmente el mundo. Su luz priva a Satán de su principal poder, el de expulsar a Satán. Una vez iluminado en su totalidad por la Cruz, ese sol negro no podrá ya limitar su capacidad de destrucción. Satán destruirá su reino y se destruirá a sí mismo.

Comprender esto es comprender por qué Pablo considera a la Cruz como fuente de todo saber tanto sobre el mundo y sobre los hombres como sobre Dios. Cuando Pablo afirma que no quiere conocer nada fuera de Cristo crucificado, no está haciendo "antiintelectualismo". No muestra con ello ningún desprecio al conocimiento. Cree literalmente que no hay saber superior al de Cristo crucificado. Al adoptar esta posición se sabrá, a la vez, más sobre Dios y los hombres de lo que puede saberse con arreglo a cualquier otra fuente de saber.

El sufrimiento de la Cruz es el precio que Jesús acepta pagar por ofrecer a la humanidad esa representación de su verdadero origen, ese origen del que ha quedado prisionera, y a la larga privar de su eficacia al mecanismo victimario.

Si en el triunfo de un general victorioso la exhibición humillante del vencido es sólo un consecuencia de la victoria, esa victoria constituye aquí la propia revelación del origen violento. Las potestades no son exhibidas espectacularmente por haber sido derrotadas, sino que son derrotadas al ser exhibidas.

De ahí la ironía existente en le metáfora del triunfo militar. Y la enjundia de esa ironía está en el hecho de que Satán y sus cohortes sólo respetan la fuerza bruta. No piensan más que en términos de triunfo militar. Y son, sin embargo, vencidos por un ejército cuya eficacia resulta para ellos inconcebible y contradice todas sus creencias, todos sus valores. Pues, en efecto, es la más radical de las impotencias lo que triunfa sobre el poder de autoexpulsión satánico.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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