ES
PRECISO QUE LLEGUE EL ESCÁNDALO.- (C) (7)
La
naturaleza mimética del deseo explica el mal funcionamiento habitual de las
relaciones humanas. Nuestras ciencias sociales deberían considerar un fenómeno
que hay que calificar de ‘normal’,
mientras que, al contrario, se obstina en estimar la discordia como algo
accidental, tan imprevisible, por consiguiente, que es imposible tenerla en
cuenta en el estudio de la cultura.
No
sólo nos mostramos ciegos ante las rivalidades miméticas en nuestro mundo, sino
que las ensalzamos cada vez que celebramos la pujanza de nuestros deseos. Nos
congratulamos de ser portadores de un deseo que posee la capacidad de
"expansión de las cosas infinitas", pero no vemos, en cambio, lo que
esa infinitud oculta: la idolatría por el prójimo, forzosamente asociada a la idolatría
por nosotros mismos, pero que hace muy malas migas con ella.
Los
inextricables conflictos que resultan de nuestra doble idolatría constituyen la
fuente principal de la violencia humana. estamos tanto más abocados a sentir
por nuestro prójimo una adoración que se transforme en odio cuanto más
desesperadamente nos adoramos a nosotros mismos, cuanto más
"individualistas" nos creemos. De ahí el famoso mandamiento del
Levítico, para cortar por lo sano con todo esto: "Amarás al prójimo ‘como’ a ti mismo", es decir, lo
amarás ni más ni menos que a ti mismo.
La
rivalidad de los deseos no sólo tiende a exasperarse, sino que, al hacerlo, se
expande por los alrededores, se transmite a unos terceros tan ávidos de falta
de infinitud como nosotros. La fuente principal de la violencia entre los
hombres es la rivalidad mimética. No es accidental, pero tampoco es fruto de un
"instinto de agresión" o de una "pulsión agresiva".
(René
Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)
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