XIV.-
LA DOBLE HERENCIA DE NIETZSCHE
LA
DOBLE HERENCIA DE NIETZSCHE.- (A) (73)
Siguiendo con nuestra pesada de almas,
analicemos ahora el platillo de la balanza donde están nuestros fracasos,
nuestras culpas, nuestros fallos. Si el hecho de sentirnos liberados mediante
los chivos expiatorios y los ritos sacrificiales nos procura grandes ventajas,
es también motivo de opresiones e innumerables persecuciones, así como fuente
de peligros, amenaza de destrucción.
Desde hace siglos, si ese plus de justicia
que debemos a la preocupación por las víctimas libera nuestras energías y
aumenta nuestra fuerza, también nos somete a tentaciones en las que solemos
caer: las conquistas coloniales (de los imperios depredadores, tan lejanas de
los imperios generadores), los abusos de poder, las monstruosas guerras del
siglo XX, el pillaje del planeta, etcétera.
De todos los desastres de los dos últimos
siglos, el más significativo, desde nuestra perspectiva, es la destrucción
sistemática del pueblo judío por el nacionalsocialismo alemán. Nada más
corriente, sin duda, en la historia humana, que las matanzas. Casi siempre
concebidas en el fuego de la acción, expresan una venganza inmediata, una
ferocidad espontánea, y cuando son premeditadas responden a objetivos fácilmente
identificables.
Pero el genocidio hitleriano es algo
distinto. Y aunque remita sin duda a la larga historia de las persecuciones
antisemitas en el Occidente cristiano, esa nefasta tradición no lo
explica todo. En el proyecto de aniquilación tan minuciosamente
concebido y realizado por los nazis hay algo que escapa a los criterios
habituales. La inmensa matanza no favorecía, sino todo lo contrario, los fines
de guerra alemanes.
El genocidio hitleriano contradice de
forma tan flagrante la tesis expuesta en el capítulo anterior, la de un mundo
occidental y moderno en el que impera la preocupación por las víctimas, que, o
bien tengo que renunciar a ella, o bien tengo que hacer de esa contradicción el
centro mismo de mi interpretación. Creo que la segunda solución es la buena. El
objetivo espiritual del hitlerismo era -en mi opinión- erradicar primero de
Alemania, y a continuación de Europa, esa vocación asignada por su tradición
religiosa: la preocupación por las víctimas.
Por razones tácticas evidentes, durante la
guerra el nazismo intentó ocultar el genocidio. Pero si hubiera triunfado, creo
que lo habría hecho público, para demostrar que, gracias a él, la preocupación
por las víctimas no constituía ya el sentido irrevocable que había representado
en nuestra historia.
Suponer, como supongo, que los nazis
habían descubierto con toda claridad que la inquietud por las víctimas
constituye el valor dominante de nuestro mundo, ¿no será acaso sobreestimar su
perspicacia en el orden espiritual? No lo creo. Se apoyaban para ello en el
pensador que descubre la vocación victimaria del cristianismo en el plano
antropológico: Friedrich Nietzsche.
Nietzsche fue el primer filósofo que
comprendió que la violencia colectiva de los mitos y los ritos (todo lo que él
llamaba "Dionisio") es del mismo tipo que la violencia de la Pasión.
La diferencia, según él, no estriba en los ‘hechos’, que son los mismos en ambos casos, sino en su
interpretación.
Los etnólogos eran demasiado positivistas
para comprender la distinción entre los hechos y su interpretación, su ‘representación’. En nuestros días los
"deconstructores" invierten el error positivista. Para ellos sólo
existe la interpretación. Quieren ser más nietzscheanos que Nietzsche. Y en
lugar de eliminar los problemas de interpretación, como hacían los
positivistas, eliminan los hechos.
En algunos inéditos de su último período, Nietzsche salva el doble error, positivista y postmoderno al descubrir esa verdad que, tras él, vengo repitiendo y que domina el presente libro: en la ‘pasión’ dionisíaca y en la ‘pasión’ de Jesús late la misma violencia colectiva, pero difiere su interpretación:
«Dionisio contra el "crucificado": ésta es realmente la oposición. No se trata de una diferencia respecto al martirio, pero éste tiene su sentido diferente. La propia vida, su eterna fecundidad, su eterno retorno, determina el tormento, la destrucción, la voluntad de aniquilar. En el otro caso, el sufrimiento, el "crucificado", en tanto que inocente, sirve de argumento contra esa vida, de fórmula para su condena». (Obras Completas, vol. XIV, pág.63)
Entre Dionisio y Jesús "no se trata
de una diferencia respecto al martirio". Dicho de otra forma, los relatos
de la Pasión cuentan el mismo tipo de drama que los mitos. Lo diferente es el
sentido. Mientras Dionisio aprueba y organiza el linchamiento de la víctima
única, Jesús y los evangelios lo desaprueban.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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