EL CICLO DE LA VIOLENCIA
MIMÉTICA.- (C) (16)
Para
comprender por qué y cómo el mimetismo que divide y fragmenta las comunidades
muda súbitamente en un mimetismo que las reagrupa y las reunifica contra una
víctima única, hay que analizar de qué manera evolucionan los conflictos
miméticos. Más allá de cierto umbral de frustración, los antagonistas no se
contentan ya con los objetos que se disputan. Mutuamente exasperados por el
obstáculo vivo, el escándalo, que cada uno representa entonces para los demás,
los ‘dobles’ miméticos olvidan
el objeto de su discordia y se vuelven, rabiosos, unos contra otros. Cada uno
de ellos se encarniza con su rival mimético.
Pero
esta clase de rivalidad no destruye la reciprocidad de las relaciones humanas,
sino, al contrario, la hace más perfecta que nunca; por supuesto, en la esfera
de las represalias, no en lo referente a los tratos pacíficos. Cuanto más
desean diferenciarse los antagonistas, más idénticos resultan. La identidad se
realiza en el odio de lo idéntico. Es éste el momento paroxístico que encarnan
los mellizos o los hermanos enemigos de la mitología, como Rómulo y Remo. Yo lo
llamo el enfrentamiento de los ‘dobles’.
Y
si al principio los antagonistas ocupan posiciones fijas en el interior de
conflictos cuyo encarnizamiento asegura su estabilidad, cuanto más se obstinan,
más los va transformando el proceso de los escándalos en una ‘masa’ de seres intercambiables. Los
impulsos miméticos, al no encontrar ya en esa masa homogénea obstáculo alguno,
se propagan a toda velocidad. Evolución que, a su vez, favorece los cambios
súbitos de opinión y, por ende, los cambios de rivalidad más extraños, así como
las alianzas más inesperadas.
Al
principio, los escándalos parecen rígidos, inmutablemente centrados en el mismo
antagonista, separados a perpetuidad entre sí por el odio recíproco. Sin
embargo, en los estadios avanzados del proceso, hay sustituciones y cambios de
antagonistas. Los escándalos se vuelven "oportunistas". Se dejan
fascinar fácilmente por otro escándalo cuya fuerza de atracción mimética es
superior a la suya. En suma, los escandalizados se alejan de su adversario
inicial, del que parecían inseparables, para adoptar el escándalo de sus
vecinos.
El
número y prestigio de los escandalizados determina la fuerza de atracción de
los escándalos. Los pequeños escándalos tienden a fundirse con los grandes, y
éstos, a su vez, se contaminan mutuamente hasta que los más fuertes absorben a
los más débiles. Se establece así una competencia mimética de escándalos, que
prosigue hasta que el más polarizador se queda solo en la escena. Es el momento
en que toda la sociedad se moviliza contra un solo individuo.
En
la Pasión ese individuo es Jesús. Lo cual explica por qué recurre al
vocabulario del escándalo para nombrarse a sí mismo como víctima de todos y
para nombrar a cuantos se polarizan contra él. Clama: "Felices aquellos
para quienes no soy causa de escándalo". A todo lo largo de la historia
cristiana hay una tendencia de los propios cristianos a tomar a Jesús como
escándalo de recambio, una tendencia a perderse y fundirse en la masa de los
perseguidores. De ahí que, para Pablo, la Cruz sea el escándalo por excelencia.
Obsérvese, en este sentido, el simbolismo de la cruz tradicional, que con sus
dos maderos atravesados hace visible la contradicción interna del escándalo.
Los
propios discípulos no constituyen una excepción a esta ley común. Cuando Jesús
se convierte en el escándalo universal, todos ellos se ven influidos, en grados
diversos, por la hostilidad universal. Y de ahí que, poco antes de la Pasión,
Jesús, con el vocabulario del escándalo, les haga una advertencia especial para
alertarlos contra los momentos de flaqueza que les esperan, quizá para suavizar
sus remordimientos llegado el instante en que comprendan la cobardía de su
mimetismo individual y colectivo: "Para
todos vosotros seré motivo de escándalo".
Frase
que no significa, simplemente, que los discípulos vayan a asentirse confundidos
y afligidos por la Pasión. Cuando Jesús dice algo que parece trivial, hay que
desconfiar. Aquí, como en otros lugares, debemos dar a la palabra
"escándalo" su significado más profundo, que remite a lo mimético.
Jesús avisa a sus discípulos de que, en mayor o menor medida, todos sucumbirán
al contagio que se ha apoderado de la masa, que todos participarán en cierta
medida en la Pasión ‘del lado de
los perseguidores’.
Los
escándalos entre individuos son como pequeños riachuelos que desembocan en los
grandes ríos de la violencia colectiva. Cabe entonces hablar de un ‘apasionamiento mimético’ que agrupa en
un único haz, contra la misma víctima, todos los escándalos antes independientes
entre sí. Como un enjambre de abejas alrededor de su reina, los escándalos
confluyen contra la víctima única y la acorralan.
La
fuerza que suelda entre sí los escándalos es un mimetismo redoblado. Aunque
pueda parecer que la palabra ‘escándalo’
se aplica a cosas muy diferentes, en realidad se trata siempre de diferentes
momentos de un único proceso mimético, o de ese proceso en su totalidad.
Cuanto
más asfixiantes resultan los escándalos personales, más ganas tienen los
escandalizados de ahogarlos en un nuevo y gran escándalo. Algo que puede
observarse muy bien en las pasiones llamadas políticas, o en ese frenesí del
escándalo que se ha apoderado del mundo hoy globalizado. Cuando un escándalo
muy atractivo está a su alcance, los escandalizados se ven irresistiblemente
tentados de "aprovecharse" de él y gravitar a su alrededor.
La
condensación de todos los escándalos separados en un escándalo único constituye
el paroxismo de un proceso que comienza con el deseo mimético y sus
rivalidades. Al multiplicarse, éstas suscitan una crisis mimética, la violencia
de ‘todos contra todos’, que
acabará por aniquilar a la comunidad si, al final, no se transforma de manera espontánea,
automáticamente, en un todos contra uno gracias al cual se rehace la unidad.
(René
Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)
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