CONCLUSIÓN.-
(D) (82)
¿Cuál es la fuerza que triunfa sobre el
mimetismo violento? Los Evangelios responden que el Espíritu de Dios, la
tercera persona de la Trinidad cristiana, el Espíritu Santo. Es él,
evidentemente, quien se encarga de todo. Y sería falso, por ejemplo, decir de
los discípulos que "se recuperan": es el Espíritu de Dios quien los
recupera y ya no los suelta.
El nombre que ese Espíritu recibe en el
Evangelio de Juan describe admirablemente el poder que arranca a los discípulos
del contagio hasta entonces todopoderoso: ‘el Paráclito’. Un
término que ya he comentado en otros ensayos. Pero su importancia para la
significación de este libro es tan grande que tengo que volver a él. El sentido
principal de ‘parákleitos’ es
el de abogado ante un tribunal, el defensor de un acusado. En lugar de buscar
perífrasis y escapatorias para evitar esta traducción, hay que preferirla a
cualquier otra, maravillarse de su pertinencia. Es preciso tomar al pie de la
letra la idea de que el Espíritu ilumina a los perseguidores respecto a sus
propias persecuciones. El Espíritu revela a los individuos la verdad literal de
lo que Jesús dice durante su crucifixión: "No
saben lo que están haciendo". Y pensemos también en ese Dios al que
Job llama "mi Defensor".
El nacimiento del cristianismo representa
una victoria del Paráclito frente a su contrincante, Satán, cuyo nombre
significa originariamente acusador ante un tribunal, encargado de probar la
culpabilidad de los procesados. Una de las razones esgrimidas por los
Evangelios para hacer de Satán el responsable de toda la mitología.
El hecho de que los relatos de la Pasión
se atribuyan al poder espiritual que defiende a las víctimas injustamente
acusadas se corresponde de manera maravillosa con el contenido humano de la
revelación, tal como el mimetismo permite captarlo.
La revelación antropológica no es, en
absoluto, obstáculo para la revelación teológica, ni compite con ella. Al
contrario, es inseparable de ella. Una fusión que el dogma de la Encarnación,
el misterio de la doble naturaleza de Jesucristo, divina y humana a la vez,
exige.
La lectura "mimética" permite
realizar mejor esa fusión. Como bien ha visto James Alison, lejos de eclipsar
la teología, el desarrollo antropológico, al concretar la idea demasiado
abstracta de pecado original, hace manifiesta su pertinencia.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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