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miércoles, 20 de enero de 2021

MITOLOGÍA.- (A) (30)

V.- MITOLOGÍA     

MITOLOGÍA.- (A) (30)  

El milagro de Apolonio consiste en convertir una epidemia de rivalidades miméticas en una violencia unánime cuyo efecto "catártico" restablece la tranquilidad y afianza los lazos sociales entre los efesios. Toda la ciudad ve en la lapidación un signo sobrenatural y, para confirmar esa interpretación milagrosa, para hacerla oficial, da por supuesto una intervención de Heracles, el dios más indicado para ese papel puesto que está allí mismo, en el teatro donde tiene lugar la lapidación, representado por su estatua. En lugar de condenar la agresión criminal contra el mendigo, las autoridades municipales ratifican el milagro y Apolonio queda como un gran hombre.

Dado que el dios no ha desempañado ningún papel en el asunto, esta vinculación del suceso al paganismo oficial resulta un poco artificial. Pero la apelación a lo religioso, en principio, no es arbitraria. Entre la lapidación instada por Apolonio y los fenómenos en cuyo entorno surge lo sagrado arcaico, las afinidades son reales.

Aunque muchos mitos presenten un perfil análogo al del milagro de Apolonio, la violencia, en general, incluso en el caso en los que se reconoce el linchamiento, no se describe con el realismo ya moderno de un Filóstrato. En los textos literarios, como en Las metamorfosis’ de Ovidio, la proliferación de elementos fantásticos vela el horror de un espectáculo nunca tan verdaderamente representado’ como aparece en el relato de Filóstrato.

Los mitos principian casi siempre por un estado de extremo desorden. Un caos que las más de las veces no pretende ser "original". Y tras el cual se descubre a menudo una especie de desorganización o inconclusión, bien en la comunidad, bien en la naturaleza, bien en el cosmos.

A menudo, lo que quiebra la paz es una epidemia mal definida y semejante a la que aparece en el lapidación de Éfeso. Puede ser también, explícitamente, cierto malestar social, un conflicto cuyo carácter mimético es sugerido por el considerable papel que en los mitos desempeñan los mellizos o hermanos enemigos’. El conflicto puede desarrollarse también entre otras mil entidades más o menos fabulosas: monstruos, astros, montañas, prácticamente cualquier cosa, pero siempre entidades que entrechocan de manera simétrica a la manera de los dobles miméticos.

En lugar de desorden, en el inicio de los mitos puede actuar también una interrupción de funciones vitales causada por una especie de bloqueo, de parálisis. Claude Léví-Straus comprendió muy bien este aspecto de los comienzos míticos, aunque sin percibir su nexo con la violencia.

Puede tratarse asimismo de desastres más corrientes, como hambrunas, inundaciones, sequías destructoras y otras catástrofes naturales. Pero siempre y en todas partes la situación inicial puede resumirse como una crisis que para la comunidad y su sistema cultural supone un peligro de destrucción total. Y esta crisis se resuelve casi siempre por la violencia, que, incluso cuando no es colectiva, tiene en todo caso resonancias colectivas. La única gran excepción es la violencia dual’ que enfrenta a dos hermanos o mellizos enemigos, uno de los cuales vence al otro. Siempre hay alusión a un mimetismo conflictivo y disgregador antes’ de la violencia, reconciliador y unificador después’ de ella y gracias a ella. Todo lo cual sólo es plenamente visible a la luz de los análisis anteriores, a la luz del milagro de Apolonio, a su vez aclarado por los evangelios y la noción de ciclo mimético tal como se desprende de mis tres primeros capítulos.

En el paroxismo de la crisis se desencadena la violencia unánime. En muchos de los mitos que más arcaicos nos parecen, y que, en mi opinión, lo son, en efecto, la unanimidad violenta se presenta como un alud arrollador más sugerido que reamente descrito y que vuelve a encontrarse, de forma evidente y manifiesta, en los rituales, los cuales reproducen’ visiblemente, y sospechamos ya por qué, la violencia unánime y reconciliadora del mecanismo victimario.

En los mitos arcaicos el protagonista es la comunidad en bloque convertida en masa violenta. Al creerse amenazada por un individuo aislado, a menudo un extranjero, asesina espontáneamente a quien considera indeseable. Una violencia que volvemos a encontrar, en plena Grecia clásica, en el siniestro culto a Dionisos.

Los agresores se precipitan como un solo hombre sobre su víctima. La histeria colectiva es tal que los agresores se comportan, literalmente, como animales de presa. Destrozan a su víctima, la despedazan con las manos, las uñas, los dientes, como si la cólera o el miedo multiplicase por diez su fuerza física. A veces incluso devoran el cadáver.

Para designar esta súbita, convulsiva violencia, este puro fenómeno de masas, nuestra lengua carece de término apropiado. La palabra que nos viene a la boca es, en definitiva, un americanismo: ‘linchamiento’.

Dadas las innumerables variantes de asesinato colectivo o de inspiración colectiva existentes en los mitos y los textos bíblicos, dado el realismo de ciertas descripciones y, en fin, dados también los ritos, creo que una interpretación puramente "simbólica", la invocación de cualquier tipo de fantasmas -el "fantasma del cuerpo troceado", por ejemplo- como explicación de esas escenas de violencia está dictada por un prejuicio sistemático frente a lo real y, personalmente, la rechazo de manera tajante, aunque sólo sea por el callejón sin salida en que viene atascándose desde hace siglos el estudio de la mitología.

Puesto que destrozar a la víctima con las manos desempeña un considerable papel en los mitos arcaicos, ¿por qué no plantear la hipótesis más sencilla, las más lógica, la de una violencia real análoga a la lapidación de Éfeso, pero aún más salvaje, aún más espontánea? Y, puesto que los conflictos miméticos son reales, y concluyen, por lo general, con un estallido de violencia colectiva, ¿por qué no suponer que, tras la mayor parte de los mitos, hay una violencia real?

Si los exaltados despedazan a su víctima con sus propias manos, tienen que estar desarmados. Si tuvieran armas, las utilizarían. Si no las tienen, es que no pensaban tener necesidad de ellas. Se habían reunido por razones pacíficas, quizá para acoger a un visitante, y, de pronto, las cosas empezaron a ir mal...

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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