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lunes, 18 de enero de 2021

LA DOBLE HERENCIA DE NIETZSCHE.- (C) (75)


LA DOBLE HERENCIA DE NIETZSCHE.- (C) (75)   

Una tesis que no merece siquiera ser refutada. El mundo occidental se caracteriza, precisamente, no por envejecer deprisa, sino, al contrario, por una extraordinaria longevidad debida a la constante renovación y ampliación de sus minorías dirigentes.

La defensa evangélica de las víctimas es más humana, ciertamente, que el nietzscheanismo, sin que haya que ver en ello una excepción a la "dura verdad". Es el cristianismo el que posee la verdad frente a la locura nietzscheana.

Con su demencial condena de la verdadera grandeza de nuestro mundo, Nietzsche no sólo se autodestruyó, sino que propuso y alentó también las terribles destrucciones del nacionalsocialismo.

Para apresurar la disgregación y muerte del judeocristianismo, los nazis comprendieron bien que no bastaba con la "genealogía" nietzscheana. Tras su conquista del poder, disponía de recursos muy superiores, sin duda, de los que pudiera disponer un infortunado filósofo medio loco.

Enterrar la moderna preocupación por las víctimas bajo innumerables cadáveres era la manera nacionalsocialista de ser nietzscheano. Una interpretación, se dirá, que habría horrorizado al infortunado Nietzsche. Es probable. Compartía con muchos intelectuales de su tiempo y del nuestro la pasión por las exageraciones irresponsables. Para su desgracia, los filósofos no están solos en el mundo. Los rodean auténticos orates que a veces les juegan la peor de todas las pasadas: los creen a pies juntillas.

Desde la Segunda Guerra Mundial, una nueva ola intelectual hostil al nazismo, pero, sin embargo, más nihilista que nunca, y más que nunca tributaria de Nietzsche, ha venido acumulando montañas de sofismas para descargar a su pensador favorito de cualquier responsabilidad en la aventura nacionalsocialista. Pero no por ello Nietzsche deja de ser el autor de los únicos textos capaces de aclarar la monstruosidad nazi. Si existe una esencia espiritual de ese movimiento, es él quien la expresa.

Los intelectuales de la posguerra han escamoteado alegremente los textos que acabo de citar. Para lo cual se sentían de algún modo autorizados por el verdadero sucesor de Nietzsche, el intérprete semioficial de su pensamiento a ojos de las sempiternas vanguardias, Martin Heidegger. Desde antes de la guerra este profundo espíritu había ya lanzado un prudente interdicto sobre la versión nietzscheana del neopaganismo filosófico. Había rechazado la reflexión sobre Dionisio y el Crucificado denunciando en ella, no sin picardía, una simple rivalidad mimética entre Nietzsche y el "monoteísmo judío".

Heidegger prohibió el estudio de esos textos sin llegar nunca a desautorizar su contenido. Estigmatizar la inhumanidad de lo que ocurría a su alrededor no fue su fuerte, como es bien sabido. Pero su autoridad no por ello se resintió. Durante la segunda mitad del siglo XX ha sido tan grande que, hasta estos últimos años, nadie osó infringir su interdicto sobre la problemática religiosa de Nietzsche.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

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