LA
DOBLE HERENCIA DE NIETZSCHE.- (C) (75)
Una tesis que no merece siquiera ser
refutada. El mundo occidental se caracteriza, precisamente, no por envejecer
deprisa, sino, al contrario, por una extraordinaria longevidad debida a la
constante renovación y ampliación de sus minorías dirigentes.
La defensa evangélica de las víctimas es
más humana, ciertamente, que el nietzscheanismo, sin que haya que ver en ello
una excepción a la "dura verdad". Es el cristianismo el que posee la
verdad frente a la locura nietzscheana.
Con su demencial condena de la verdadera
grandeza de nuestro mundo, Nietzsche no sólo se autodestruyó, sino que propuso
y alentó también las terribles destrucciones del nacionalsocialismo.
Para apresurar la disgregación y muerte
del judeocristianismo, los nazis comprendieron bien que no bastaba con la
"genealogía" nietzscheana. Tras su conquista del poder, disponía de
recursos muy superiores, sin duda, de los que pudiera disponer un infortunado
filósofo medio loco.
Enterrar la moderna preocupación por las
víctimas bajo innumerables cadáveres era la manera nacionalsocialista de ser
nietzscheano. Una interpretación, se dirá, que habría horrorizado al
infortunado Nietzsche. Es probable. Compartía con muchos intelectuales de su
tiempo y del nuestro la pasión por las exageraciones irresponsables. Para su
desgracia, los filósofos no están solos en el mundo. Los rodean auténticos
orates que a veces les juegan la peor de todas las pasadas: los creen a pies
juntillas.
Desde la Segunda Guerra Mundial, una nueva
ola intelectual hostil al nazismo, pero, sin embargo, más nihilista que nunca,
y más que nunca tributaria de Nietzsche, ha venido acumulando montañas de
sofismas para descargar a su pensador favorito de cualquier responsabilidad en
la aventura nacionalsocialista. Pero no por ello Nietzsche deja de ser el autor
de los únicos textos capaces de aclarar la monstruosidad nazi. Si existe una
esencia espiritual de ese movimiento, es él quien la expresa.
Los intelectuales de la posguerra han
escamoteado alegremente los textos que acabo de citar. Para lo cual se sentían
de algún modo autorizados por el verdadero sucesor de Nietzsche, el intérprete
semioficial de su pensamiento a ojos de las sempiternas vanguardias, Martin
Heidegger. Desde antes de la guerra este profundo espíritu había ya lanzado un
prudente interdicto sobre la versión nietzscheana del neopaganismo filosófico.
Había rechazado la reflexión sobre Dionisio y el Crucificado denunciando en
ella, no sin picardía, una simple rivalidad mimética entre Nietzsche y el
"monoteísmo judío".
Heidegger prohibió el estudio de esos
textos sin llegar nunca a desautorizar su contenido. Estigmatizar la
inhumanidad de lo que ocurría a su alrededor no fue su fuerte, como es bien
sabido. Pero su autoridad no por ello se resintió. Durante la segunda mitad del
siglo XX ha sido tan grande que, hasta estos últimos años, nadie osó infringir
su interdicto sobre la problemática religiosa de Nietzsche.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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