SINGULARIDAD
DE LOS EVANGELIOS.- (B) (54)
Así pues, desde una perspectiva
"estrictamente" monoteísta, el cristianismo da la impresión de una
recaída en la mitología: en él, una vez más, lo victimario y lo divino se unen.
En cambio, desde nuestra perspectiva
antropológica, comprobamos que los evangelios mantienen la conquista esencial
de la Biblia: la relación entre víctimas y perseguidores no recuerda en
absoluto a la de los mitos, y lo que prevalece es la relación bíblica, es
decir, la que acabamos de descubrir en la historia de José. Como en la Biblia, los
evangelios rehabilitan a las víctimas de la colectividad y denuncian a sus
perseguidores.
Jesús es inocente y culpables son quienes
le crucifican. Juan Bautista es inocente y culpables son quienes mandan
decapitarlo. Entre la Biblia judaica y las Escrituras judeocristianas hay una continuidad
real, sustancial. Y sobre esa continuidad se basa el rechazo de la tesis de
Marción, que intenta separar los evangelios de la Biblia hebraica. La tesis
ortodoxa hace de los dos Testamentos una sola y única revelación.
Las divinizaciones míticas se explican, ya
lo hemos visto, por la operación del ciclo mimético. Se basan en la aptitud de
las víctimas para polarizar la violencia, proporcionar a los conflictos ese
absceso de fijación que los resorbe y aplaca. Si la transferencia que demoniza
a la víctima es muy pujante, la reconciliación es tan repentina y perfecta que,
aparentemente, resulta milagrosa y suscita una segunda transferencia
superpuesta a la primera, la transferencia de la divinización mitológica.
Detrás de la divinidad de Cristo no hay
demonización previa. Los cristianos no aprecian en Jesús ninguna culpabilidad.
Y su divinidad no puede, por tanto, basarse en el mismo proceso que las
divinizaciones míticas. Al contrario de lo que ocurre en los mitos, quien
considera a Jesús Hijo de Dios y Dios al mismo tiempo no es la multitud unánime
de los perseguidores, sino una minoría contestataria, un pequeño grupo de
disidentes que se separa de la comunidad y, al separarse, destruye su
unanimidad. Un grupo constituido por la comunidad de los primeros testigos de
la resurrección, los apóstoles y todos aquellos, hombres y mujeres, que los
rodean. Una minoría contestataria que no tiene equivalente alguno en los mitos.
En las divinizaciones míticas no hay ninguna comunidad que se escinda en dos
grupos desiguales de los cuales sólo uno, el minoritario, proclame la divinidad
de Dios. La estructura de la revelación cristiana es única.
Y los evangelios no sólo son reveladores
en el sentido de los grandes relatos bíblicos, sino que, evidentemente, van aún
más lejos en la revelación de la propia ilusión mítica. Esto se verifica en
varios niveles.
Ese mimetismo violento que los mitos no
revelan en absoluto, si lo ponen de manifiesto, en cambio, la historia de José
y otros textos de la Biblia. Lo describen, por ejemplo con una sola palabra al
acusar de "celos" a los hermanos de José.
Los evangelios añaden a esa palabra las
largas digresiones que he evocado en los primeros capítulos: la palabra ‘escándalo’, ya lo hemos visto, teoriza
por primera vez el conflicto mimético y sus consecuencias. El personaje de
Satán o el Diablo es aún más revelador: no sólo teoriza todo lo que teoriza el
escándalo, sino, además, el poder generador del mimetismo conflictivo desde el
ángulo de lo religioso mítico.
En ninguna parte, ni siquiera en nuestros
días, existe una descripción del todos contra uno mimético y sus efectos tan
completa como en los evangelios. Y por una razón: contiene indicaciones únicas
sobre lo que hace posible la revelación.
Para que un mecanismo victimario pueda
describirse de manera exacta, verídica, es preciso que consiga, o casi, la
unanimidad. Y eso es lo que ocurre en primer lugar en los relatos de la Pasión,
gracias a los momentos de flaqueza de los discípulos. Es preciso también que a
continuación haya una ruptura de esa unanimidad, lo bastante pequeña para no
destruir el efecto mítico, pero, en todo caso, suficiente para asegurar la
revelación posterior y su difusión por todo el mundo. Y eso es también lo que
encontramos en el caso de la crucifixión.
Hace falta que esas exigencias se vean
igualmente satisfechas en el caso del AT, en los relatos que revelan el
mecanismo de unanimidad violenta; pero sobre esta cuestión los textos no
contienen una información precisa. Tenemos que contentarnos con especulaciones,
sobre todo la referida a la noción de ‘resto’ fiel, que debe designar a las minorías reveladoras
correspondientes al grupo de los apóstoles en los evangelios...
Los relatos evangélicos son los únicos
textos en los que la quiebra de la unanimidad ocurre, por así decirlo, ante
nuestros ojos. Una ruptura que forma parte de un dato revelado. Y que resulta
tanto más asombrosa cuanto que sucede, repito, tras los momentos de flaqueza de
los discípulos, tras la demostración de la extrema fuerza del mimetismo
violento incluso en el caso de los apóstoles, y a pesar de la enseñanza
prodigada por Jesús.
Los cuatro relatos de la Pasión nos hacen
ver los efectos del apasionamiento mimético no sólo sobre la multitud y las
autoridades judías y romanas, sino sobre los dos pobres crucificados con Jesús
y los propios discípulos, es decir, sobre todos los testigos, sin excepción
(salvo algunas mujeres, cuyo testimonio carece de valor).
Los evangelios revelan, por tanto, la
verdad plena y total sobre la génesis de los mitos, sobre el poder de ilusión
de los apasionamientos miméticos, sobre todo lo que los mitos no pueden revelar
por cuanto están siempre sumidos en el engaño.
De ahí que haya comenzado este libro con
la exposición de nociones extraídas de los evangelios, la imitación de Cristo,
la teoría del escándalo y la teoría de Satán. Sólo así podría proveerme de lo
que necesitaba para mostrar que la noción evangélica de revelación, lejos de
ser una ilusión o una superchería, corresponde a una formidable realidad
antropológica.
Lo más asombroso es que la Resurrección y
la divinización de Jesús por los cristianos corresponden muy exactamente en el
plano estructural a las divinizaciones míticas cuya falsedad revelan. Lejos de
suscitar una transfiguración, desfiguración, falsificación u ocultación de los
procesos miméticos, la resurrección de Cristo reintroduce a la luz de la
verdad aquello que desde siempre había permanecido oculto a los hombres. Sólo
ella revelaba por completo lo que está escondido desde la fundación misma del
mundo, inseparable de ese secreto de Satán nunca desvelado desde el inicio de
la cultura humana: el asesinato fundador y la génesis de esa cultura.
Sólo, en fin, la revelación evangélica me
ha permitido llegar a una interpretación coherente de los sistemas míticos
rituales y de la cultura humana en su conjunto. Trabajo al que he dedicado las
dos primeras partes de la presente obra.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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