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martes, 19 de enero de 2021

SINGULARIDAD DE LOS EVANGELIOS.- (B) (54)

SINGULARIDAD DE LOS EVANGELIOS.- (B) (54)

Así pues, desde una perspectiva "estrictamente" monoteísta, el cristianismo da la impresión de una recaída en la mitología: en él, una vez más, lo victimario y lo divino se unen.

En cambio, desde nuestra perspectiva antropológica, comprobamos que los evangelios mantienen la conquista esencial de la Biblia: la relación entre víctimas y perseguidores no recuerda en absoluto a la de los mitos, y lo que prevalece es la relación bíblica, es decir, la que acabamos de descubrir en la historia de José. Como en la Biblia, los evangelios rehabilitan a las víctimas de la colectividad y denuncian a sus perseguidores.

Jesús es inocente y culpables son quienes le crucifican. Juan Bautista es inocente y culpables son quienes mandan decapitarlo. Entre la Biblia judaica y las Escrituras judeocristianas hay una continuidad real, sustancial. Y sobre esa continuidad se basa el rechazo de la tesis de Marción, que intenta separar los evangelios de la Biblia hebraica. La tesis ortodoxa hace de los dos Testamentos una sola y única revelación.

Las divinizaciones míticas se explican, ya lo hemos visto, por la operación del ciclo mimético. Se basan en la aptitud de las víctimas para polarizar la violencia, proporcionar a los conflictos ese absceso de fijación que los resorbe y aplaca. Si la transferencia que demoniza a la víctima es muy pujante, la reconciliación es tan repentina y perfecta que, aparentemente, resulta milagrosa y suscita una segunda transferencia superpuesta a la primera, la transferencia de la divinización mitológica.

Detrás de la divinidad de Cristo no hay demonización previa. Los cristianos no aprecian en Jesús ninguna culpabilidad. Y su divinidad no puede, por tanto, basarse en el mismo proceso que las divinizaciones míticas. Al contrario de lo que ocurre en los mitos, quien considera a Jesús Hijo de Dios y Dios al mismo tiempo no es la multitud unánime de los perseguidores, sino una minoría contestataria, un pequeño grupo de disidentes que se separa de la comunidad y, al separarse, destruye su unanimidad. Un grupo constituido por la comunidad de los primeros testigos de la resurrección, los apóstoles y todos aquellos, hombres y mujeres, que los rodean. Una minoría contestataria que no tiene equivalente alguno en los mitos. En las divinizaciones míticas no hay ninguna comunidad que se escinda en dos grupos desiguales de los cuales sólo uno, el minoritario, proclame la divinidad de Dios. La estructura de la revelación cristiana es única.

Y los evangelios no sólo son reveladores en el sentido de los grandes relatos bíblicos, sino que, evidentemente, van aún más lejos en la revelación de la propia ilusión mítica. Esto se verifica en varios niveles.

Ese mimetismo violento que los mitos no revelan en absoluto, si lo ponen de manifiesto, en cambio, la historia de José y otros textos de la Biblia. Lo describen, por ejemplo con una sola palabra al acusar de "celos" a los hermanos de José.

Los evangelios añaden a esa palabra las largas digresiones que he evocado en los primeros capítulos: la palabra escándalo’, ya lo hemos visto, teoriza por primera vez el conflicto mimético y sus consecuencias. El personaje de Satán o el Diablo es aún más revelador: no sólo teoriza todo lo que teoriza el escándalo, sino, además, el poder generador del mimetismo conflictivo desde el ángulo de lo religioso mítico.

En ninguna parte, ni siquiera en nuestros días, existe una descripción del todos contra uno mimético y sus efectos tan completa como en los evangelios. Y por una razón: contiene indicaciones únicas sobre lo que hace posible la revelación.

Para que un mecanismo victimario pueda describirse de manera exacta, verídica, es preciso que consiga, o casi, la unanimidad. Y eso es lo que ocurre en primer lugar en los relatos de la Pasión, gracias a los momentos de flaqueza de los discípulos. Es preciso también que a continuación haya una ruptura de esa unanimidad, lo bastante pequeña para no destruir el efecto mítico, pero, en todo caso, suficiente para asegurar la revelación posterior y su difusión por todo el mundo. Y eso es también lo que encontramos en el caso de la crucifixión.

Hace falta que esas exigencias se vean igualmente satisfechas en el caso del AT, en los relatos que revelan el mecanismo de unanimidad violenta; pero sobre esta cuestión los textos no contienen una información precisa. Tenemos que contentarnos con especulaciones, sobre todo la referida a la noción de resto’ fiel, que debe designar a las minorías reveladoras correspondientes al grupo de los apóstoles en los evangelios...

Los relatos evangélicos son los únicos textos en los que la quiebra de la unanimidad ocurre, por así decirlo, ante nuestros ojos. Una ruptura que forma parte de un dato revelado. Y que resulta tanto más asombrosa cuanto que sucede, repito, tras los momentos de flaqueza de los discípulos, tras la demostración de la extrema fuerza del mimetismo violento incluso en el caso de los apóstoles, y a pesar de la enseñanza prodigada por Jesús.

Los cuatro relatos de la Pasión nos hacen ver los efectos del apasionamiento mimético no sólo sobre la multitud y las autoridades judías y romanas, sino sobre los dos pobres crucificados con Jesús y los propios discípulos, es decir, sobre todos los testigos, sin excepción (salvo algunas mujeres, cuyo testimonio carece de valor).

Los evangelios revelan, por tanto, la verdad plena y total sobre la génesis de los mitos, sobre el poder de ilusión de los apasionamientos miméticos, sobre todo lo que los mitos no pueden revelar por cuanto están siempre sumidos en el engaño.

De ahí que haya comenzado este libro con la exposición de nociones extraídas de los evangelios, la imitación de Cristo, la teoría del escándalo y la teoría de Satán. Sólo así podría proveerme de lo que necesitaba para mostrar que la noción evangélica de revelación, lejos de ser una ilusión o una superchería, corresponde a una formidable realidad antropológica.

Lo más asombroso es que la Resurrección y la divinización de Jesús por los cristianos corresponden muy exactamente en el plano estructural a las divinizaciones míticas cuya falsedad revelan. Lejos de suscitar una transfiguración, desfiguración, falsificación u ocultación de los procesos miméticos, la resurrección de Cristo reintroduce a la luz de la verdad aquello que desde siempre había permanecido oculto a los hombres. Sólo ella revelaba por completo lo que está escondido desde la fundación misma del mundo, inseparable de ese secreto de Satán nunca desvelado desde el inicio de la cultura humana: el asesinato fundador y la génesis de esa cultura.

Sólo, en fin, la revelación evangélica me ha permitido llegar a una interpretación coherente de los sistemas míticos rituales y de la cultura humana en su conjunto. Trabajo al que he dedicado las dos primeras partes de la presente obra.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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