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martes, 19 de enero de 2021

EL TRIUNFO DE LA CRUZ.- (D) (63)

EL TRIUNFO DE LA CRUZ.- (D) (63)    

El mecanismo victimario no es una cuestión como las demás, simplemente literaria. Es un principio de percepción engañosa que no puede aparecer claramente en los textos que él mismo rige. Y aunque aparezca explícitamente, en tanto que principio engañoso, como ocurre en la Biblia y los Evangelios, no es, desde luego, algo predominante en éstos, en el sentido en que pueda siempre serlo en los textos en que no aparece.

Ningún texto puede aclarar el apasionamiento mimético en que descansa, ningún texto puede descansar en el apasionamiento mimético que declara. No hay, pues, que confundir la cuestión de la víctima unánime con esa de la que habla la crítica literaria, a saber, uno de esos temas o motivos’ que se atribuye a un escritor cuando se comprueba su presencia en sus escritos, o, por el contrario, no le es atribuido cuando se observa su ausencia.

Si el error en este sentido es fácil de reconocer, más fácil aún es desconocerlo, y en todas partes se desconoce. Nadie sospecha que si los mitos no hablan nunca de violencia arbitraria, podría muy bien ser porque reflejan, sin saberlo, la virulencia de una persecución que no ve víctimas por ninguna parte sino sólo culpables justamente expulsados, Edipos que siempre han cometido "realmente" sus parricidios y sus incestos.

Los contenidos míticos están totalmente determinados por apasionamientos miméticos. Apasionamientos a los que los mitos quedan demasiado sometidos para sospechar su propia sumisión. Ningún texto puede aludir al principio de ilusión que lo gobierna.

Ser víctima de una ilusión es considerarla verdadera, ser, por tanto, incapaz de señalarla en tanto que tal. Al señalar la primera ilusión perseguidora, la Biblia inicia una revolución que, por medio del cristianismo, se extenderá poco a poco a toda la humanidad, sin ser verdaderamente comprendida por los profesionales de la comprensión total. Aquí reside, en mi opinión, el sentido principal de una de las frases capitales de los Evangelios desde el punto de vista "epistemológico": "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la Tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y entendidos y se las revelaste a los pequeñuelos" (Mateo 11,25).

La condición sine qua non’ para que el mecanismo victimario se imponga en un texto es que no aparezca en él como una cuestión explícita. Y lo contrario es igualmente cierto. Un mecanismo victimario no puede dominar un texto -los Evangelios- donde aparece explícitamente.

Hay aquí una paradoja cuyo horror hay que comprender, pues es el horror de la Pasión. Siempre son el individuo o el texto revelador los considerados responsables de la violencia inexcusable que revelan. Siempre es el mensajero, en suma, quien es considerado responsable, como hace la Cleopatra de Shakespeare, de las desagradables noticias que trae. Lo propio de los mitos es ocultar la violencia. Lo propio de la Escritura judeocristiana es revelarla y sufrir las consecuencias.

Ese principio de lo ilusorio en que consiste el mecanismo victimario no puede salir a la luz del día sin perder su poder estructurante. Exige la ignorancia de los perseguidores "que no saben lo que están haciendo". Exige, para funcionar bien, las tinieblas de Satán.

Los mitos no tienen conciencia de su propia violencia, que traspasan al nivel trascendental divinizando-demonizando a sus propias víctimas. Y son justamente esas violencias las que en la Biblia resultan visibles. Las víctimas se convierten en verdaderas víctimas, víctimas que no son ya culpables, sino inocentes. Los perseguidores se convierten en verdaderos perseguidores, ahora no inocentes, sino culpables. Esos predecesores muestran que aquellos a quienes constantemente acusamos de culpables no lo son. Los inexcusables somos nosotros.

Un mito constituye la no representación mentirosa que un apasionamiento mimético y su mecanismo victimario brindan de sí mismo por medio de la comunidad que es juguete de aquel. El apasionamiento mimético no es nunca algo objetivado, no es nunca algo representado en el seno del discurso mítico: es el verdadero sujeto’ de éste, siempre oculto. Es lo que los Evangelios denominan Satán o el Diablo.

Si me repito tanto es porque el error que señalo aparece constantemente repetido a mi alrededor y desempeña un papel esencial en la paradoja de la Cruz.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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