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lunes, 18 de enero de 2021

CONCLUSIÓN.- (C) (81)

CONCLUSIÓN.- (C) (81)

En la Epístola a los Tesalonicenses Pablo define lo que retrasa el "desencadenamiento de Satán" como un kathéchon’, o, dicho de otra forma, como lo que contiene’ el Apocalipsis en el doble sentido de la palabra señalado por J.P. Dupuy: ‘encerrar en sí mismo y retener dentro de ciertos límites’.

Se trata, forzosamente, de un conjunto en el que las cualidades más contrarias armonizan, tanto la fuerza de inercia de las potestades de este mundo como su facultad de adaptación, tanto su incomprensión como su comprensión de la Revelación. Y el retraso del Apocalipsis tal vez se deba igualmente, o quizá sobre todo, al comportamiento de los individuos que se esfuerzan en renunciar a la violencia y no fomentar el espíritu de represalia.

Contrariamente a lo que Bultman pensaba, la verdadera desmitificación no tiene nada que ver con los automóviles y la electricidad: procede de nuestra tradición religiosa. Modernos como somos, creemos estar en posesión de la ciencia infusa por el solo hecho de bañarnos en nuestra "modernidad". Y esta tautología (repetición de un mismo pensamiento expresado de distintas maneras: inútil y viciosa) que venimos repitiendo desde hace tres siglos nos dispensa de pensar.

¿Por qué el verdadero principio de desmitificación se expresa exclusivamente en una determinada tradición religiosa, la nuestra? ¿Acaso no constituye esto, en la época de los "pluralismos" y los "multiculturalismos", una insoportable injusticia? ¿No es acaso esencial evitar la aparición de los celos? Aunque defendamos lo que, según nosotros, constituye la verdad, ¿no es cierto que hay que sacrificar esa verdad en aras de la paz del mundo, para evitar las terribles guerras de religión que, como en todas partes se afirma estamos preparando?

Para responder a esta cuestión, dejo la palabra a Giuseppe Fornari:

«El hecho de que poseamos [con el cristianismo] un instrumento de conocimiento ignorado por los griegos no nos da ningún derecho a creernos mejores que ellos, y lo mismo puede decirse de todas las culturas no cristianas. Lo que da al cristianismo su enorme fuerza de penetración no es una determinada identidad cultural, sino su poder de rescatar toda’ la historia humana, resumiendo y trascendiendo todas sus formas sacrificiales. En esto reside el verdadero metalenguaje espiritual, único capaz de describir y superar el lenguaje de la violencia [...]. Y esto es lo que explica la extraordinaria rapidez de difusión de esta religión en el mundo pagano, que le ha permitido absorber la fuerza viva de sus símbolos y sus costumbres». (Laberinto de la estrategia del sacrificio)

La verdad es algo rarísimo en esta tierra. E incluso hay motivos para pensar que está totalmente ausente de ella. En efecto, los apasionamientos miméticos son, por definición, unánimes. Cada vez que ocurre uno, convence a todos los testigos, sin excepción. Y hace de todos los miembros de la comunidad falsos testigos inquebrantables por cuanto incapaces de percibir la verdad.

Habida cuenta de las propiedades del mimetismo, el secreto de Satán debería estar al abrigo de toda revelación. En efecto, o una cosa u otra: o bien se desencadena el mecanismo victimario y su unanimidad elimina a todos los testigos lúcidos, o bien no se desencadena, y los testigos permanecen lúcidos, pero no tienen nada que revelar. En condiciones normales, el mecanismo victimario es imposible de conocer. El secreto de Satán es inviolable.

A diferencia de los demás fenómenos, cuya propiedad fundamental es aparecer (la palabra "fenómeno" viene de phainésthai: brillar, aparecer), el mecanismo victimario desaparece necesariamente tras las significaciones míticas que alumbra. Es, pues, en tanto que fenómeno, paradójico, excepcional, único

La inviolabilidad del mecanismo explica la extrema seguridad de Satán ante la revelación cristiana. El Dueño del mundo se creía capaz de sustraer para siempre su secreto de las miradas indiscretas, capaz de conservar intacto el instrumento de su dominación. Y, sin embargo, erraba. En definitiva, ya lo hemos visto, " la Cruz lo engañó".

Para que la revelación evangélica sea posible, es preciso que el contagio violento contra Jesús sea y no sea unánime. Que sea unánime para que el mecanismo funcione, que no lo sea para que pueda ser revelado. Dos condiciones irrealizables de forma simultánea, pero que pueden realizarse sucesivamente.

Y eso es lo que ocurrió, con toda evidencia, en el caso de la crucifixión. Y por eso el mecanismo victimario pudo al final ser revelado

En el momento del prendimiento de Jesús, ya se ha producido la traición de Judas, los discípulos se dispersan, Pedro se dispone a renegar de su maestro. Como de costumbre, el apasionamiento mimético parece estar a punto de bascular hacia la unanimidad. Si eso hubiera ocurrido, si el mimetismo violento hubiera triunfado, no habría habido Evangelio, sólo un mito más.

Sin embargo, al tercer día de la Pasión los discípulos dispersos se agrupan de nuevo entorno a Jesús, a quien consideran resucitado. Algo ha ocurrido in extremis’ que no ocurre en los mitos. Aparece una minoría contestataria decididamente alzada contra la unanimidad persecutoria, que a partir de ese momento no es ya más que una mayoría, una mayoría, sí, que sigue siendo aplastante por su fuerza numérica, pero que desde entonces resulta incapaz -y hoy lo sabemos- de imponer de manera universal su representación de lo ocurrido.

La minoría contestataria es tan minúscula, está tan desprovista de prestigio y, sobre todo, es tan tardía, que no afecta para nada al proceso victimario. Pero su heroísmo va a permitirle no sólo mantenerse, sino escribir, o hacer escribir, los relatos de los sucedido, más tarde difundidos por el mundo entero y que extenderán por todas partes el saber subversivo de los chivos expiatorios injustamente condenados.

El pequeño grupo de los últimos fieles estaba ya más que a medias atrapado por el contagio violento. ¿De dónde ha sacado, pues, de pronto, la fuerza para oponerse a la multitud y a las autoridades de Jerusalén? ¿Cómo explicar ese cambio súbito, contrario a todo lo que sabemos sobre la fuerza irresistible de los apasionamientos miméticos?

Hasta este momento he podido encontrar respuestas plausibles a todas las cuestiones planteadas en el presente ensayo sin abandonar un contexto puramente humano, "antropológico", pero debo decir con toda franqueza que ahora eso es imposible’.

Para romper la unanimidad mimética, hay que disponer de una fuerza superior al contagio violento. Ahora bien, si en este ensayo hemos aprendido algo, es que no hay en toda la tierra fuerza superior a él. Y por eso lo religioso arcaico lo ha divinizado, por su omnipotencia entre los hombres antes del día de la Resurrección. Las sociedades arcaicas no eran tan simples como creen los modernos. Tenían muy buenas razones para considerar divina la unanimidad violenta.

La Resurrección no es sólo un milagro, un prodigio, la transgresión de las leyes naturales. Es también un signo espectacular de la entrada en escena, a escala mundial, de una fuerza superior a la de los apasionamientos miméticos. A diferencia de éstos, esa fuerza no tiene nada de alucinatorio ni de mentiroso. Lejos de engañar a sus discípulos, los hace capaces de descubrir lo que antes no habían descubierto y de reprocharse su lamentable desbandada de los días anteriores, los hace capaces de reconocerse culpables de participar en el apasionamiento mimético contra Jesús.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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