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miércoles, 20 de enero de 2021

SATÁN.- (B) (22)

SATÁN.- (B) (22)

¿Cómo comprender esta idea? Volvamos al momento en que la comunidad escindida, en el paroxismo del proceso mimético, rehace su unidad contra una víctima única que se convierte en escándalo supremo porque todo el mundo, miméticamente lo considera culpable.

Satán es el mimetismo porque convence a la comunidad entera, de forma unánime, de que esa culpabilidad es real. Y a ese arte de convencer debe uno de sus nombres más antiguos, más tradicionales, el de Acusador’ del héroe en el Libro de Job. Acusador ante Dios y, más aún, ante el pueblo. Con la transformación de una comunidad diferenciada en una masa histérica, Satán crea los mitos. Representa el principio de acusación sistemática que surge del mimetismo exasperado por los escándalos. Una vez que la infortunada víctima ha quedado aislada, privada de defensores, nada puede ya protegerla de la masa desenfrenada. Todo el mundo puede encarnizarse con ella sin temor a represalia alguna.

Aunque la víctima única parezca quizá poca cosa para los apetitos de violencia que convergen sobre ella, en ese instante la comunidad sólo aspira a su destrucción. Así pues, esa víctima sustituye efectivamente a quienes poco antes se oponían entre sí en mil escándalos diseminados aquí y allá, y ahora se unen contra ese blanco único.

Como en la comunidad nadie tiene ya más enemigo que esa víctima, tras su rechazo, expulsión y aniquilación la multitud, privada de enemigo, se siente liberada. Sólo quedaba uno, y se ha librado de él. Al menos provisionalmente, esa comunidad no experimenta ya odio ni resentimiento alguno respecto a nadie, se siente purificada’ de todas sus tensiones, escisiones y fragmentaciones.

Los perseguidores ignoran que su súbita concordia, como su anterior discordia, es producto del mimetismo. Piensan que se enfrenta con un ser peligroso, maléfico, alguien de quien la comunidad tiene que librarse. Nada más sincero que su odio.

Así pues, el todos contra uno mimético o mecanismo victimario tiene la asombrosa, espectacular propiedad, por lo demás lógicamente explicable, de traer de nuevo la calma a una comunidad momentos antes tan perturbada que nada parecía capaz de apaciguarla

Entender ese mecanismo como algo propio de Satán significa entender que la fórmula de Jesús: "Satán expulsa a Satán", tiene un sentido preciso y racionalmente explicable. Lo que esa fórmula define es la eficacia del mecanismo victimario. Y a ese mecanismo alude el gran sacerdote Caifás cuando dice: "Mejor es que muera un solo hombre a que todo el pueblo perezca".

Los cuatro relatos de la crucifixión nos hacen, por tanto, asistir al desarrollo de un mecanismo victimario. La secuencia, como he dicho se asemeja a los innumerables fenómenos análogos puestos en escena por Satán.

La prueba de que la Cruz y el mecanismo de Satán son lo mismo nos la aporta el propio Jesús al decir estas palabras justo antes de su prendimiento: "La hora de Satán ha llegado". Frase que no hay que entender como una fórmula retórica, como una manera pintoresca de señalar el carácter reprensible de lo que los hombres van a hacer con Jesús. Como todas las demás frases evangélicas sobre Satán, ésta tiene también un sentido preciso e incluso casi "técnico". Es una de las frases que en la crucifixión designan un mecanismo victimario.

La crucifixión es uno de esos momentos en que Satán restaura y consolida su poder sobre los hombres. El paso del "todos contra todos" al "todos contra uno mimético", al aplacar la cólera de la masa aportando de nuevo la tranquilidad indispensable para la supervivencia de toda comunidad humana, permite al Príncipe de este mundo prevenir la destrucción total de su reino.

Satán puede, por tanto, restaurar el suficiente orden en el mundo para prevenir la destrucción total de su bien, sin tener que privarse durante demasiado tiempo de su pasatiempo favorito: sembrar el desorden, la violencia y el infortunio entre sus súbditos.

Y aunque la muerte de Jesús deshaga el cálculo satánico, en lo inmediato, por razones que no tardaremos en ver, tiene los efectos previstos por quien la ha provocado. En los evangelios puede comprobarse que ejerce sobre la multitud ese efecto tranquilizador que Pilato, como Satán, espera de ella. Lo que puede apreciarse desde el punto de vista de esa pax romana’ cuyo guardián es Pilato. El procurador temía una revuelta que, gracias a la crucifixión, no estalla.

El suplicio transforma a la masa amenazadora en un público de teatro antiguo o de cine moderno, tan seducido por el sangriento espectáculo como nuestros contemporáneos por los horrores hollywoodianos. Una vez saciados de esa violencia que Aristóteles califica de catártica, sea real o imaginaria, los espectadores vuelven apaciblemente a su casa para dormir en ella el sueño de los justos.

La palabra catarsis’ designa, en primer lugar, la "purificación" que procura la sangre derramada en los sacrificios rituales. Sacrificios que constituyen la deliberada repetición, enseguida lo veremos, del proceso descrito en la Pasión, es decir, del mecanismo satánico. Y el debate que brinda ocasión a Jesús de preguntarse sobre la expulsión satánica de Satán tiene, sin duda, el sentido de un exorcismo.

Los evangelios nos hacen comprender que las comunidades humanas están sujetas a desórdenes que se repiten periódicamente y que, cuando se cumplen ciertas condiciones, pueden resolverse por fenómenos de masas en que éstas obran de modo unánime’. Esta unanimidad se halla enraizada en el deseo mimético y en los escándalos que una y otra vez deterioran las comunidades.

El ciclo mimético comienza con el deseo y las rivalidades, continúa con la multiplicación de escándalos y la crisis mimética y concluye con un mecanismo victimario, que constituye la respuesta a la pregunta hecha por Jesús: "¿Cómo puede Satán expulsar a Satán?".

Ciertas leyendas medievales y cuentos tradicionales contienen ecos de la concepción evangélica de Satán. Aparece en esos relatos un hombre amable, generoso, siempre dispuesto a colmar de venturas a los humanos a cambio, al parecer, de muy poca cosa. Su única petición es que se le reserve un alma, nada más que un alma. A veces exige la de la hija del rey, pero, generalmente, no le importa cuál sea. El primero que llega vale tanto para él como la más bella de las princesas.

Su exigencia parece modesta, casi ínfima, comparada con los beneficios que promete, pero ocurre que el misterioso caballero la considera irrenunciable. Si no es satisfecha, todas las venturas ofrecidas por el generoso bienhechor desaparecen al instante, y él con ellas. El caballero no es otro que Satán, naturalmente, y, para ponerlo en fuga, basta con no ceder a su chantaje. Hay aquí una alusión bastante clara a la omnipotencia del mecanismo victimario en las sociedades paganas y su perpetuación en formas veladas, a menudo atenuadas en las sociedades cristianas.

(René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)

 

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