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miércoles, 20 de enero de 2021

EL ASESINATO FUNDADOR.- (A) (38)

VII.- EL ASESINATO FUNDADOR   

EL ASESINATO FUNDADOR.- (A) (38)   

Detrás de la Pasión de Cristo, detrás de cierto número de dramas bíblicos, detrás de un enorme número de dramas míticos, detrás, en fin, de los ritos arcaicos, descubrimos el mismo proceso de crisis y resolución basado en el malentendido de la víctima única, el mismo "ciclo mimético".

Si se analizan los grandes relatos originales y los mitos fundadores, es posible darse cuenta de hasta qué punto éstos proclaman el papel fundamental y fundador de la víctima única y su asesinato unánime. Una idea común a todos ellos.

En la mitología sumeria las instituciones culturales surgen del cuerpo de una víctima única, Ea, Tiamat, Kingu. Y lo mismo ocurre en la India: el sistema de castas tiene su origen en el despedazamiento de la víctima primordial. Purusha, a manos de una multitud enloquecida. Mitos similares aparecen también en Egipto, China, los pueblos germánicos, prácticamente en todas partes.

La potencia creadora del asesinato se concreta a menudo en la importancia concedida a los fragmentos de la víctima. Se considera que de ellos se originan determinadas instituciones, clanes totémicos, subdivisiones territoriales e incluso el vegetal o animal que proporciona el alimento principal de la comunidad.

El cuerpo de la víctima se compara en ocasiones a una simiente que habrá de descomponerse para germinar. Germinación inseparable de la restauración del sistema cultural, deteriorado por la crisis anterior, o de la creación de un sistema totalmente nuevo, que suele aparecer como el primero jamás engendrado, como una especie de invención de la humanidad. "Si el grano no muere antes de ser sembrado, quedará solo, pero si muere, producirá muchos frutos".

Los mitos que afirman el papel fundador del asesinato son tantos que incluso a un mitólogo en principio tan poco inclinado a las generalizaciones como Mircea Eliade le parecía indispensable inventariarlos. En su Historia de las creencias y las ideas religiosas’, habla de un asesinato creador’ que aparece en numerosos relatos de orígenes y mitos fundadores de todo el planeta. Un fenómeno en alguna medida "transmitológico" cuya frecuente presencia es tan evidente que sorprende al mitólogo, y respecto al cual Mircea Eliade, fiel a su práctica puramente especulativa, nunca ha señalado, que yo sepa, esa explicación universal que en mi opinión puede ofrecerse.

La doctrina del asesinato fundador no es sólo mítica, sino también bíblica. En el Génesis resulta inseparable del asesinato de Abel por su hermano Caín. La narración de este asesinato no es un mito fundador, es la interpretación bíblica de todos los mitos fundadores. Nos cuenta la sangrienta fundación de la primera cultura y la sucesión de hechos que la siguió, todo lo cual constituye el primer ciclo mimético representado en la Biblia.

¿Cómo se las arregla Caín para fundar la primera cultura? El texto no plantea esta pregunta, pero la contesta de forma implícita por el sólo hecho de limitarse a dos asuntos: el primero es el asesinato de Abel, y el segundo, la atribución a Caín de la primera cultura, que se sitúa visiblemente en la prolongación directa del asesinato y resulta, en rigor, inseparable de sus consecuencias no vengativas sino rituales.

Su propia violencia inspira a los asesinos un saludable temor: Les hace comprender la naturaleza contagiosa de los comportamientos miméticos y entrever las desastrosas consecuencias que puede tener en el futuro: ahora que he matado a mi hermano, se dice Caín, "cualquiera que me encuentra me asesinará" (Gn 4,14).

Esta última expresión "cualquiera que me encuentre", muestra claramente que, en ese momento, la raza humana no se limita a Caín y a sus padres Adán y Eva. La palabra Caín designa la primera comunidad constituida por el primer asesinato fundador. De ahí que haya muchos asesinos potenciales y sea preciso impedir que maten.

El asesinato enseña al asesino o asesinos una especie de sabiduría, una prudencia que modera su violencia. Aprovechándose de la calma momentánea que sigue al asesinato de Abel, Dios promulga la primera ley contra el homicidio: "si alguien mata a Caín, será vengado siete veces" (Gn 4,15).

Y esta primera ley constituye la base de la cultura cainita: cada vez que se cometa un nuevo asesinato, se inmolarán siete víctimas en honor de la víctima inicial, Abel. Más aún que al carácter abrumador de la retribución, lo que restablece la paz es la naturaleza ritual de la séptuple inmolación, su enraizamiento en la calma que sigue al asesinato inicial, la comunión unánime de la comunidad en el recuerdo de ese asesinato.

La ley contra el asesinato no es otra cosa que la reedición del asesinato. Más que su naturaleza intrínseca, lo que la diferencia de la venganza salvaje es su espíritu. En lugar de ser una repetición vengadora, que suscite nuevos vengadores, es una repetición ritual, sacrificial, una repetición de la unidad forjada en la unanimidad, una ceremonia en la que participa toda la comunidad. Por tenue y precaria que pueda parecer la diferencia entre repetición ritual y repetición vengadora, no deja por ello de tener una enorme importancia, de contener ya en su seno todas las diferencias que posteriormente aparecerán. Es una invención de la cultura humana.

Hay que evitar toda interpretación de la historia de Caín que vea en ella una "confusión" entre el sacrificio y la pena de muerte, como si ambas instituciones preexistieran a su invención. La ley que surge del apaciguamiento suscitado por el asesinato de Abel es la matriz común de todas las instituciones. Es el fruto del asesinato de Abel aprehendido en su papel fundador. El asesinato colectivo se convierte en fundador por medio de sus repeticiones rituales.

No sólo la pena capital, ley contra el asesinato, debe concebirse como domesticación y limitación de la violencia salvaje por la violencia ritual, sino también todas las grandes instituciones humanas.

Como ha señalado James Willians, el "signo de Caín es el signo de la civilización. Es el signo del homicida protegido por Dios".

La idea del asesinato fundador vuelve a aparecer en los evangelios. Se presupone en dos pasajes similares de Mateo y Lucas que dejan constancia de una cadena de asesinatos análogos al de la Pasión y que se remontan "a la creación del mundo".

Mateo registra "todos los asesinatos de profetas cometidos desde la creación del mundo". Lucas aporta una precisión suplementaria: "desde Abel el justo". El último eslabón de esta cadena es la Pasión, que se asemeja a todos los asesinatos anteriores. Se trata de la misma estructura de apasionamiento mimético y mecanismo victimario.

La alusión de Lucas al asesinato de Abel es importante, como mínimo, por dos razones. La primera es que dicha alusión debería desacreditar de una vez por todas la muy mezquina tesis según la cual las observaciones evangélicas sobre los asesinatos de los profetas serían ataques contra el pueblo judío, manifestaciones de "antisemitismo".

Puesto que el pueblo judío no existía en la época de Caín y Abel, y puesto que Abel está considerado como el primero de los profetas colectivamente asesinados, es evidente que esos asesinatos no pueden atribuirse de manera exclusiva al pueblo judío, y que si Jesús subraya esas violencias, no lo hace para atacar a sus compatriotas. Sus palabras en ese sentido, como siempre, tienen una significación universalmente humana.

La segunda razón que hace muy importante la alusión a Abel, en el contexto de la "creación del mundo", es que constituye una repetición de lo que dice el Génesis al narrar la historia de Caín, una deliberada adopción de la tesis que acabo de exponer, a saber, que la primera cultura humana arraiga en un primer asesinato colectivo, un asesinato semejante al de la crucifixión.

Y la expresión, común a Mateo y Lucas, "desde la creación del mundo", muestra que, efectivamente, así es. Lo que va a cometerse a partir de la creación del mundo, es decir, desde la fundación violenta de la primera cultura, son asesinatos siempre similares al de la crucifixión, asesinatos basados en el mimetismo, asesinatos, por consiguiente, fundadores como consecuencia del malentendido reinante respecto al tema de la víctima a causa del mimetismo.

Las dos frases sugieren que la cadena de asesinatos de hombres es extremadamente larga, puesto que se remonta a la fundación de la primera cultura. Esta clase de asesinatos, común al asesinato de Abel y a la crucifixión, desempeña un papel fundador en toda la historia humana. Y no es una casualidad que los evangelios relacionen ese asesinato con la katabolé toû kósmou’, la creación del mundo. Mateo y Lucas señalan que el asesinato tiene un carácter fundador, que el primer asesinato es inseparable de la fundación de la primera cultura.

Hay en el evangelio de Juan una frase equivalente a las de Mateo y Lucas, y que confirma la interpretación que acabo de hacer: la que aparece en el centro del gran discurso de Jesús sobre el Diablo y que he comentado en el capítulo III. Una definición, también, de lo que Mircea Eliade llama el asesinato creador:

«Él [el diablo] era homicida desde el principio». 

La palabra griega que significa origen, inicio, principio, es arché’. Y esa palabra no puede referirse a la creación ex nihilo, que, al ser divina, está exenta de violencia, sino que remite forzosamente a la primera cultura humana. La palabra arché’ tiene, pues, el mismo sentido que    ‘katabolé toû kósmou’ en los evangelios sinópticos: ‘se trata de la fundación de la primera cultura’.

Si la relación del asesinato con el principio fuera fortuita, si sólo significara que, desde que hubo hombres en la tierra, Satán los instó a dar muerte a sus semejantes, Juan no utilizaría la palabra "principio" para referirse al primer homicidio. Y ni Mateo ni Lucas relacionarían la creación del mundo con el asesinato de Abel.

Esas tres frases, las de Mateo y Lucas por un lado, la de Juan por otro, significan lo mismo: las tres nos indican que entre el principio y el primer asesinato colectivo hay una relación que no es casual. El asesinato y el principio son inseparables. Si el diablo es homicida desde’ el principio, lo es también en la sucesión de los tiempos. Cada vez que aparece una cultura, comienza con el mismo tipo de asesinato. Tenemos, pues, que habérnoslas con una serie de asesinatos semejantes al de la Pasión, todos los cuales son fundadores. Si el primero da principio a la primera cultura, los siguientes deberán ser el principio de las subsiguientes culturas.

Todo lo cual concuerda perfectamente con lo que antes hemos aprendido acerca de Satán o el Diablo, a saber, que es una especie de personificación del "mimetismo malo" tanto en sus aspectos conflictivos y disgregadores como en sus aspectos reconciliadores y unificadores. Satán o el Diablo, sucesivamente, es el que fomenta el desorden, el sembrador de escándalos, y el que, en el paroxismo de las crisis por él provocadas, las resuelve de pronto expulsando al desorden. Satán expulsa a Satán por medio de las víctimas inocentes cuya condena siempre logra. Como señor que es del mecanismo victimario, lo es también de todas las culturas humanas que tienen como principio ese asesinato. En última instancia, es el Diablo, o, dicho con otras palabras, el mimetismo malo, el que está en el principio no ya de la cultura cainita sino de todas las culturas humanas.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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