VII.-
EL ASESINATO FUNDADOR
EL
ASESINATO FUNDADOR.- (A) (38)
Detrás de la Pasión de Cristo, detrás de cierto
número de dramas bíblicos, detrás de un enorme número de dramas míticos,
detrás, en fin, de los ritos arcaicos, descubrimos el mismo proceso de crisis y
resolución basado en el malentendido de la víctima única, el mismo "ciclo
mimético".
Si se analizan los grandes relatos
originales y los mitos fundadores, es posible darse cuenta de hasta qué punto
éstos proclaman el papel fundamental y fundador de la víctima única y su
asesinato unánime. Una idea común a todos ellos.
En la mitología sumeria las instituciones
culturales surgen del cuerpo de una víctima única, Ea, Tiamat, Kingu. Y lo
mismo ocurre en la India: el sistema de castas tiene su origen en el
despedazamiento de la víctima primordial. Purusha, a manos de una multitud
enloquecida. Mitos similares aparecen también en Egipto, China, los pueblos
germánicos, prácticamente en todas partes.
La potencia creadora del asesinato se
concreta a menudo en la importancia concedida a los fragmentos de la víctima.
Se considera que de ellos se originan determinadas instituciones, clanes
totémicos, subdivisiones territoriales e incluso el vegetal o animal que
proporciona el alimento principal de la comunidad.
El cuerpo de la víctima se compara en
ocasiones a una simiente que habrá de descomponerse para germinar. Germinación
inseparable de la restauración del sistema cultural, deteriorado por la crisis
anterior, o de la creación de un sistema totalmente nuevo, que suele aparecer
como el primero jamás engendrado, como una especie de invención de la
humanidad. "Si el grano no muere antes de ser sembrado, quedará solo, pero
si muere, producirá muchos frutos".
Los mitos que afirman el papel fundador
del asesinato son tantos que incluso a un mitólogo en principio tan poco
inclinado a las generalizaciones como Mircea Eliade le parecía indispensable
inventariarlos. En su ‘Historia de
las creencias y las ideas religiosas’, habla de un ‘asesinato creador’ que aparece en
numerosos relatos de orígenes y mitos fundadores de todo el planeta. Un
fenómeno en alguna medida "transmitológico" cuya frecuente presencia
es tan evidente que sorprende al mitólogo, y respecto al cual Mircea Eliade,
fiel a su práctica puramente especulativa, nunca ha señalado, que yo sepa, esa
explicación universal que en mi opinión puede ofrecerse.
La doctrina del asesinato fundador no es
sólo mítica, sino también bíblica. En el Génesis resulta inseparable del
asesinato de Abel por su hermano Caín. La narración de este asesinato no es un
mito fundador, es la interpretación bíblica de todos los mitos fundadores. Nos
cuenta la sangrienta fundación de la primera cultura y la sucesión de hechos
que la siguió, todo lo cual constituye el primer ciclo mimético representado en
la Biblia.
¿Cómo se las arregla Caín para fundar la
primera cultura? El texto no plantea esta pregunta, pero la contesta de forma
implícita por el sólo hecho de limitarse a dos asuntos: el primero es el
asesinato de Abel, y el segundo, la atribución a Caín de la primera cultura,
que se sitúa visiblemente en la prolongación directa del asesinato y resulta,
en rigor, inseparable de sus consecuencias no vengativas sino rituales.
Su propia violencia inspira a los asesinos
un saludable temor: Les hace comprender la naturaleza contagiosa de los
comportamientos miméticos y entrever las desastrosas consecuencias que puede
tener en el futuro: ahora que he matado a mi hermano, se dice Caín,
"cualquiera que me encuentra me asesinará" (Gn 4,14).
Esta última expresión "cualquiera que
me encuentre", muestra claramente que, en ese momento, la raza humana no
se limita a Caín y a sus padres Adán y Eva. La palabra Caín designa la primera
comunidad constituida por el primer asesinato fundador. De ahí que haya muchos
asesinos potenciales y sea preciso impedir que maten.
El asesinato enseña al asesino o asesinos
una especie de sabiduría, una prudencia que modera su violencia. Aprovechándose
de la calma momentánea que sigue al asesinato de Abel, Dios promulga la primera
ley contra el homicidio: "si alguien mata a Caín, será vengado siete
veces" (Gn 4,15).
Y esta primera ley constituye la base de
la cultura cainita: cada vez que se cometa un nuevo asesinato, se inmolarán
siete víctimas en honor de la víctima inicial, Abel. Más aún que al carácter
abrumador de la retribución, lo que restablece la paz es la naturaleza ritual
de la séptuple inmolación, su enraizamiento en la calma que sigue al asesinato
inicial, la comunión unánime de la comunidad en el recuerdo de ese asesinato.
La ley contra el asesinato no es otra cosa
que la reedición del asesinato. Más que su naturaleza intrínseca, lo que la
diferencia de la venganza salvaje es su espíritu. En lugar de ser una
repetición vengadora, que suscite nuevos vengadores, es una repetición ritual,
sacrificial, una repetición de la unidad forjada en la unanimidad, una
ceremonia en la que participa toda la comunidad. Por tenue y precaria que pueda
parecer la diferencia entre repetición ritual y repetición vengadora, no deja
por ello de tener una enorme importancia, de contener ya en su seno todas las
diferencias que posteriormente aparecerán. Es una invención de la cultura
humana.
Hay que evitar toda interpretación de la
historia de Caín que vea en ella una "confusión" entre el sacrificio
y la pena de muerte, como si ambas instituciones preexistieran a su invención.
La ley que surge del apaciguamiento suscitado por el asesinato de Abel es la
matriz común de todas las instituciones. Es el fruto del asesinato de Abel
aprehendido en su papel fundador. El asesinato colectivo se convierte en
fundador por medio de sus repeticiones rituales.
No sólo la pena capital, ley contra el
asesinato, debe concebirse como domesticación y limitación de la violencia
salvaje por la violencia ritual, sino también todas las grandes instituciones
humanas.
Como ha señalado James Willians, el
"signo de Caín es el signo de la civilización. Es el signo del homicida
protegido por Dios".
La idea del asesinato fundador vuelve a
aparecer en los evangelios. Se presupone en dos pasajes similares de Mateo y
Lucas que dejan constancia de una cadena de asesinatos análogos al de la Pasión
y que se remontan "a la creación del mundo".
Mateo registra "todos los asesinatos
de profetas cometidos desde la creación del mundo". Lucas aporta una
precisión suplementaria: "desde Abel el justo". El último eslabón de
esta cadena es la Pasión, que se asemeja a todos los asesinatos anteriores. Se
trata de la misma estructura de apasionamiento mimético y mecanismo victimario.
La alusión de Lucas al asesinato de Abel
es importante, como mínimo, por dos razones. La primera es que dicha alusión
debería desacreditar de una vez por todas la muy mezquina tesis según la cual
las observaciones evangélicas sobre los asesinatos de los profetas serían
ataques contra el pueblo judío, manifestaciones de "antisemitismo".
Puesto que el pueblo judío no existía en
la época de Caín y Abel, y puesto que Abel está considerado como el primero de
los profetas colectivamente asesinados, es evidente que esos asesinatos no
pueden atribuirse de manera exclusiva al pueblo judío, y que si Jesús subraya
esas violencias, no lo hace para atacar a sus compatriotas. Sus palabras en ese
sentido, como siempre, tienen una significación universalmente humana.
La segunda razón que hace muy importante
la alusión a Abel, en el contexto de la "creación del mundo", es que
constituye una repetición de lo que dice el Génesis al narrar la historia de
Caín, una deliberada adopción de la tesis que acabo de exponer, a saber, que la
primera cultura humana arraiga en un primer asesinato colectivo, un asesinato
semejante al de la crucifixión.
Y la expresión, común a Mateo y Lucas, "desde
la creación del mundo", muestra que, efectivamente, así es. Lo que
va a cometerse a partir de la creación del mundo, es decir, desde la fundación
violenta de la primera cultura, son asesinatos siempre similares al de la
crucifixión, asesinatos basados en el mimetismo, asesinatos, por consiguiente,
fundadores como consecuencia del malentendido reinante respecto al tema de la
víctima a causa del mimetismo.
Las dos frases sugieren que la cadena de
asesinatos de hombres es extremadamente larga, puesto que se remonta a la
fundación de la primera cultura. Esta clase de asesinatos, común al asesinato
de Abel y a la crucifixión, desempeña un papel fundador en toda la historia
humana. Y no es una casualidad que los evangelios relacionen ese asesinato con
la ‘katabolé toû kósmou’,
la creación del mundo. Mateo y Lucas señalan que el asesinato tiene un carácter
fundador, que el primer asesinato es inseparable de la fundación de la primera
cultura.
Hay en el evangelio de Juan una frase equivalente a las de Mateo y Lucas, y que confirma la interpretación que acabo de hacer: la que aparece en el centro del gran discurso de Jesús sobre el Diablo y que he comentado en el capítulo III. Una definición, también, de lo que Mircea Eliade llama el asesinato creador:
«Él [el diablo] era homicida desde el principio».
La palabra griega que significa origen,
inicio, principio, es ‘arché’.
Y esa palabra no puede referirse a la creación ex nihilo, que, al ser divina,
está exenta de violencia, sino que remite forzosamente a la primera cultura
humana. La palabra ‘arché’
tiene, pues, el mismo sentido que ‘katabolé
toû kósmou’ en los evangelios sinópticos: ‘se trata de la fundación de la
primera cultura’.
Si la relación del asesinato con el
principio fuera fortuita, si sólo significara que, desde que hubo hombres en la
tierra, Satán los instó a dar muerte a sus semejantes, Juan no utilizaría la
palabra "principio" para referirse al primer homicidio. Y ni Mateo ni
Lucas relacionarían la creación del mundo con el asesinato de Abel.
Esas tres frases, las de Mateo y Lucas por
un lado, la de Juan por otro, significan lo mismo: las tres nos indican que
entre el principio y el primer asesinato colectivo hay una relación que no es
casual. El asesinato y el principio son inseparables. Si el diablo es homicida ‘desde’ el principio, lo es también en la
sucesión de los tiempos. Cada vez que aparece una cultura, comienza con el
mismo tipo de asesinato. Tenemos, pues, que habérnoslas con una serie de
asesinatos semejantes al de la Pasión, todos los cuales son fundadores. Si el
primero da principio a la primera cultura, los siguientes deberán ser el
principio de las subsiguientes culturas.
Todo lo cual concuerda perfectamente con
lo que antes hemos aprendido acerca de Satán o el Diablo, a saber, que es una
especie de personificación del "mimetismo malo" tanto en sus aspectos
conflictivos y disgregadores como en sus aspectos reconciliadores y
unificadores. Satán o el Diablo, sucesivamente, es el que fomenta el desorden,
el sembrador de escándalos, y el que, en el paroxismo de las crisis por él
provocadas, las resuelve de pronto expulsando al desorden. Satán expulsa a
Satán por medio de las víctimas inocentes cuya condena siempre logra. Como
señor que es del mecanismo victimario, lo es también de todas las culturas
humanas que tienen como principio ese asesinato. En última instancia, es el
Diablo, o, dicho con otras palabras, el mimetismo malo, el que está en el
principio no ya de la cultura cainita sino de todas las culturas humanas.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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