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martes, 19 de enero de 2021

SINGULARIDAD DE LA BIBLIA.- (E) (50)

SINGULARIDAD DE LA BIBLIA.- (E) (50)

¿Se me puede acusar de manipular mi análisis en favor de las tesis que sostengo y del relato bíblico? No lo creo. Si el mito y el relato bíblico fueran obras ficticias y de pura fantasía, "relatos" en el sentido de la crítica posmoderna, su desacuerdo respecto a las dos víctimas, Edipo y José, podría perfectamente no significar nada. Las diferencias podrían ser, sencillamente, resultado del capricho individual de cada uno de los autores, de la preferencia, en un caso, por las historias que "acaban mal", y, en el otro, por las que "acaban bien". Los textos constituyen inasibles proteos, se repiten incansablemente y no se les puede reducir a una temática estable.

Siempre encantados de entenderlo todo al revés, nuestros deconstructores y otros posmodernos no quieren aceptar que los mitos y los textos bíblicos encarnen dos tomas de posición opuestas sobre la cuestión de la violencia colectiva.

Pero a esa negativa respondo que el rechazo de las expulsiones de que es objeto José no puede ser fortuito. Tiene que ser por fuerza una crítica deliberada de la actitud mítica, no sólo por el último episodio, sino porque se inscribe en el contexto de lo que es común a lo mítico y lo bíblico, eso mismo que hemos analizado detenidamente en los capítulos precedentes, antes de volver a encontrarlo en nuestros dos relatos. Hay aquí un tejido de correspondencia demasiado tupido para ser sólo fruto de la casualidad. Las múltiples convergencias garantizan la significación de la única, pero decisiva, divergencia. Lo que el relato bíblico nos enseña es, sin duda, un rechazo sistemático de las expulsiones míticas.

La comparación del mito y la historia de José pone de manifiesto por parte del autor bíblico una intención deliberada de criticar no ya el propio mito de Edipo. El relato bíblico condena la tendencia general de los mitos a justificar las violencias colectivas, la naturaleza acusadora, vindicativa de la mitología.

No hay que considerar la relación entre el mito y el relato bíblico sólo en función de la divergencia respecto a víctimas y verdugos, ni tampoco únicamente en función de las convergencias. Para llegar a su verdadera significación es preciso considerar la divergencia en el contexto de todas las convergencias.

Tanto en los mitos como en el relato bíblico las expulsiones de individuos a los que se considera dañinos desempeñan un considerable papel. Pero, por más que mitos y relato bíblico coincidan en este punto, aquellos son incapaces de criticar ese papel, incapaces de cuestionar la expulsión colectiva en cuanto tal. Por el contrario, el relato bíblico alcanza ese nivel de cuestionamiento y afirma decididamente la injusticia de las expulsiones.

Lejos de demostrar la equivalencia del mito de Edipo y la historia de José, el descubrimiento de lo que tienen en común, el ciclo mimético, permite descartar las ociosas diferencias del diferencialismo contemporáneo y concentrarse en la divergencia esencial entre lo que bien puede llamarse la verdad bíblica y la mentira de la mitología.

Una verdad que trasciende la cuestión de la fiabilidad del relato, de la realidad o no realidad de los acontecimientos que narra. Lo que constituye la verdad de ese relato no es su posible correspondencia con el dato extratextual, sino su crítica de las expulsiones míticas, forzosamente pertinente por cuanto esas expulsiones son siempre tributarias de contagios miméticos y no pueden, por tanto, ser fruto de prejuicios racionales, imparciales

No se trata, pues, de una diferencia menor. Al contrario, la diferencia entre el relato bíblico y el mito de Edipo, o cualquier otro, es tan grande que no puede haber ninguna mayor. Es la diferencia entre un mundo donde triunfa la violencia arbitraria sin ser reconocida como tal y un mundo en el que, al contrario, esa misma violencia es expuesta, denunciada y, finalmente, perdonada. La diferencia entre una verdad y una mentira, ambas absolutas. O bien se sucumbe al contagio de los apasionamientos miméticos y se está en la mentira con los mitos, o bien se resiste a ese contagio y se está en la verdad con la Biblia.

La historia de José constituye una negación de las ilusiones religiosas del paganismo. Revela una verdad universalmente humana que no remite a la fiabilidad o inverosimilitud del relato, ni a un sistema de creencias, ni al período histórico, ni al lenguaje, ni al contexto cultural. Una verdad, por tanto, absoluta. Y, sin embargo, no una verdad "religiosa" en el sentido estrecho del término.

¿Acaso la historia de José no da pruebas de parcialidad en favor del joven judío separado de su pueblo, aislado entre los gentiles? Incluso concediendo a Nietzsche y al Max Weber del Judaísmo antiguo’ que el relato bíblico favorece sistemáticamente a las víctimas -sobre todo si son judías-, eso no significa que haya que poner a la Biblia y a los mitos en un mismo plano, so pretexto de la equivalencia de sus prejuicios contrarios.

Zarandeado de expulsión en expulsión, el pueblo judío está, ciertamente, en buena posición para poner en tela de juicio a los mitos y descubrir antes que otros muchos pueblos los fenómenos victimarios de que a menudo es víctima. Ha dado pruebas de una excepcional perspicacia respecto a las multitudes perseguidoras y su tendencia a polarizarse frente a los extranjeros, los aislados, los incapacitados, los inválidos de todo tipo. Pero esta ventaja que tan cara ha pagado no disminuye en nada la universalidad de la verdad bíblica, ni es razón para considerarla poco fiable.

Ni el resentimiento, ese resentimiento constantemente invocado por Nietzsche, ni tampoco el "chauvinismo" o el "etnocentrismo" judío, pueden alumbrar la historia de José. La Biblia se niega a demonizar-divinizar a las víctimas de las masas sedientas de sangre. Los verdaderos responsables de las expulsiones no son las víctimas, sino sus perseguidores, las masas o los grupos presa de apasionamientos miméticos, los hermanos envidiosos, los egipcios borreguiles y gregarios, las mujeres, como la de Putifar, llenas de lujuria.

 Reconocer la clase de verdad propia del relato bíblico no es caer en el dogmatismo, el fanatismo y el etnocentrismo, sino dar prueba de verdadera objetividad. Todavía no hace mucho tiempo, la palabra "mito" era sinónimo en nuestra sociedad de mentira. Nuestros intelectuales después han hecho todo lo posible por rehabilitar los mitos a expensas de lo bíblico, aunque, en lenguaje popular, "mito" signifique siempre mentira. Es la lengua popular la que tiene razón.

En la Biblia no todas las víctimas tienen tanta suerte como José, no siempre logran escapar de sus perseguidores y sacar partido de la persecución mejorando su suerte. Lo más frecuente es que perezcan. Como están solas, abandonadas de todos, cercadas por numerosos y poderosos perseguidores, acaban aplastadas por éstos.

La historia de José concluye felizmente, es "optimista", puesto que la víctima triunfa sobre todos sus enemigos. Por el contrario otros relatos bíblicos son "pesimistas", lo que no les impide dar fe en favor de la misma verdad que aparece en la historia de José y oponerse a lo mítico exactamente de la misma manera.

La especificidad de lo bíblico no consiste en pintar la realidad con alegres colores y minimizar el poder del mal, sino en interpretar’ objetivamente el todos contra uno mimético, en descubrir el papel desempeñado por el contagio en las estructuras de un mundo donde aún no hay más que mitos.

En el universo bíblico, como regla general, los hombres son tan violentos como en el de los mitos, y abundan también en él los mecanismos victimarios. Lo que es distinto, en cambio, es la Biblia, la interpretación bíblica de esos fenómenos.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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