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miércoles, 20 de enero de 2021

SACRIFICIO.- (A) (34)

VI.- SACRIFICO

SACRIFICO.- (A) (34)

Gracias al talento de Filóstrato, la violencia de los efesios, al principio emocionados por un movimiento de compasión respecto a su víctima, aparece expuesta con un realismo tan moderno que no podemos de ninguna manera eludirla. Por enamorado de los mitos que se esté, es imposible no darse cuenta del papel desempeñado por la unanimidad violenta en la ilusión mitológica.

La génesis de lo sagrado arcaico, antiguo, es, sin duda, fruto de un apasionamiento mimético y de un mecanismo victimario en el sentido que se desprende de los evangelios. Las comunidades apaciguadas y reconciliadas por medio de sus propias víctimas son demasiado conscientes de su impotencia para reconciliarse por sí mismas, demasiado modestas en suma, para atribuirse a sí mismas el mérito de su reconciliación, el cual no puede ser otro que esa misma víctima que antes les trajo el mal y ahora les trae el bien.

En el milagro de Apolonio la experiencia no es lo bastante intensa para producir la segunda transfiguración. Y de ahí que haya que recurrir, para sostener el milagro, a un dios del panteón tradicional. Si la experiencia mimética fuera más intensa, los perseguidores atribuirían la liberación directamente a su víctima, que acumularía así los papeles de ‘demonio maléfico y divinidad benéfica’.

Cuando la potencia transfiguradora se debilita, la segunda transfiguración es la primera en desaparecer, porque es la más precaria y frágil de las dos. Encubre lo demoníaco y oculta a la mirada de los hombres lo que Filóstrato nos obligaba a contemplar: la proyección de todos los escándalos sobre el infortunado mendigo, la violencia mimética, la base subyacente de lo religioso arcaico en su conjunto.

Filóstrato no se halla sensibilizado ante la violencia en el sentido en que nuestra época histórica nos obliga a estarlo. Su insensibilidad, por chocante que hoy nos parezca, es uno de los problemas que nuestros análisis ayudan a comprender mejor.

Pienso que la doble transfiguración de lo sagrado arcaico explica la fractura lógica característica de muchos mitos. Al principio, el héroe es tan sólo un peligroso malhechor. Tras la violencia destinada a inutilizarlo como tal, cuando el mito concluye, ese mismo malhechor aparece como salvador divino sin que semejante cambio de identidad llegue en ningún momento a justificarse y ni siquiera a comentarse. Al final del mito, el malhechor inicial, debidamente divinizado, preside, en efecto, la reconstrucción del sistema cultural que se supone que había destruido en la fase inicial, cuando era objeto de una proyección hostil, cuando era chivo expiatorio.

Ayer se calificaba a lo religioso de "onírico" y "fantasmagórico"; hoy se lo exalta como "creación lúdica". La mitología mundial está, realmente, muy próxima al tipo de fabulación del que las violencias colectivas han sido siempre objeto en todas las sociedades arcaicas y aun en la Edad Media, durante los grandes pánicos’ ocasionados por calamidades tales como la peste negra. Las víctimas eran entonces los judíos, los leprosos, los extranjeros, los lisiados, los marginados de todo tipo, los excluidos, como hoy se dice.

En los fenómenos medievales la transfiguración mítica es aún más débil que en el texto de Filóstrato, y la desmitificación que propongo, lejos de escandalizar a nadie, parece tan evidente que no sólo es recomendable, sino que resulta obligatoria.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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