EL
CHIVO EXPIATORIO.- (C) (67)
Cuando los grupos humanos se dividen y
fragmentan, tras un período de malestar y conflictos, suele ocurrir que se
pongan de acuerdo a expensas de una víctima cuya falta de responsabilidad
respecto a los hechos que se le imputan es fácilmente comprobada por todos los
observadores, siempre y cuando no pertenezcan al grupo perseguidor. Lo cual no
es óbice para que el grupo acusador considere a esa víctima culpable, en virtud
de un contagio mimético análogo al de los fenómenos ritualizados.
Los miembros del grupo implicado acusan a
su chivo expiatorio fogosa y sinceramente. Casi siempre, un incidente
cualquiera, fantasioso o poco significativo, desencadena contra esa víctima un
movimiento de opinión, versión suavizada del apasionamiento mimético y el
mecanismo victimario.
Aunque el recurso metafórico o la
expresión ritual sea a menudo arbitrario en sus modalidades, los principios que
lo justifican son siempre los mismos. Entre los fenómenos de expulsión atenuada
que podemos ver todos los días en nuestro mundo y el rito antiguo o del chivo
expiatorio, u otros mil ritos similares, las analogías son demasiado perfectas
para no ser reales.
Cuando sospechamos que nuestros vecinos
ceden a la tentación del chivo expiatorio, los denunciamos con indignación.
Estigmatizados con ferocidad los fenómenos de chivo expiatorio de los que
nuestros vecinos son culpables, sin que por ello lleguemos a prescindir de
víctimas de recambio. Y aunque intentemos creer que nuestros rencores y odios
son justificados, nuestras certezas en este sentido son más frágiles que las de
nuestros antepasados.
Podríamos utilizar con delicadeza esa
perspicacia de que hacemos gala respecto de nuestros vecinos, sin humillar
demasiado a quienes sorprendemos en flagrante delito de caza de chivo
expiatorio, y, sin embargo, las más de las veces hacemos de nuestro saber un
arma, un medio no sólo de perpetuar los viejos conflictos, sino de elevarlos al
nivel superior de sutileza exigido por la existencia misma de ese saber y su
difusión en la sociedad. En suma, integramos en nuestro sistema de defensas la
problemática judeocristiana. Y en lugar de autocriticarnos, utilizamos mal
nuestro saber volviéndolo contra los demás y practicando, a otro nivel, una
caza del chivo expiatorio, en este caso, la caza de los cazadores del chivo
expiatorio. La compasión obligatoria reinante en nuestra sociedad permite
nuevas formas de crueldad.
Todo esto lo resume de manera fulgurante
Pablo en la Epístola a los Romanos: "No juzgues, hombre, pues tú mismo
haces aquello que juzgas". Si condenar al pecador es hacer lo mismo que
aquello que se le reprocha, el pecado consiste forzosamente, en ambos casos, en
condenar al prójimo.
En un universo desritualizado las
sustituciones clandestinas, los deslizamientos de una víctima a otra, nos
permiten observar en estado puro, por así decirlo, el funcionamiento de los
mecanismos relacionales (interindividuales)
que subyacen en la organización ritual de los universos arcaicos. Mecanismos
que entre nosotros suelen perpetuarse en forma de vestigio, pero que a veces
pueden resurgir de manera más virulenta que nunca y a escala gigantesca, como
en la destrucción sistemática por las hordas hitlerianas de los judíos europeos
y en los demás genocidios o semigenocidios ocurridos en el siglo XX. Más
adelante volveré a hablar de esto.
La perspicacia de nuestra sociedad
respecto a los chivos expiatorios supone una verdadera superioridad sobre las
sociedades anteriores, pero, como todos los progresos del saber, puede ser
también ocasión de un agravamiento del mal. Yo, que con malvada satisfacción
denuncio a mis vecinos por su utilización de chivos expiatorios, sigo
considerando los míos como objetivamente culpables. Mis vecinos, por supuesto,
no dejan de denunciar en mí la misma perspicacia selectiva que denuncio en
ellos.
En muchos casos los fenómenos de chivo
expiatorio sólo pueden sobrevivir haciéndose más sutiles, perdiendo en meandros
cada vez más complejos la reflexión moral que los sigue como su sombra. Pues
para liberarnos de nuestros resentimientos no podríamos ya recurrir a un
infortunado chivo expiatorio: necesitamos otras formas no tan cómicamente
evidentes.
Cuando Jesús presenta el porvenir del
mundo cristianizado en términos de conflicto entre los seres más próximos,
alude, en mi opinión, a la privación de los mecanismos victimarios y sus
terribles consecuencias:
«No penséis que vine a traer paz a la
tierra; no vine a traer paz, sino espada; pues vine a desunir: el hombre contra
su padre, la hija contra su madre, la nuera contra su suegra; y los enemigos
del hombre: los de su casa». (Mateo 10,34-36)
En un universo privado de protecciones
sacrificiales, las rivalidades miméticas, aunque suelan ser menos violentas, se
insinúan hasta en las relaciones más íntimas. Lo que explica el detallismo del
texto que acabo de citar: los hijos en guerra contra su padre, las hijas contra
su madre, etcétera. Las relaciones más íntimas se transforman en oposiciones
simétricas, en relaciones de dobles, de mellizos enemigos. Un texto que nos
permite descubrir la verdadera génesis de lo que se conoce como psicología
moderna.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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