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martes, 19 de enero de 2021

EL CHIVO EXPIATORIO.- (C) (67)

EL CHIVO EXPIATORIO.- (C) (67)  

Cuando los grupos humanos se dividen y fragmentan, tras un período de malestar y conflictos, suele ocurrir que se pongan de acuerdo a expensas de una víctima cuya falta de responsabilidad respecto a los hechos que se le imputan es fácilmente comprobada por todos los observadores, siempre y cuando no pertenezcan al grupo perseguidor. Lo cual no es óbice para que el grupo acusador considere a esa víctima culpable, en virtud de un contagio mimético análogo al de los fenómenos ritualizados.

Los miembros del grupo implicado acusan a su chivo expiatorio fogosa y sinceramente. Casi siempre, un incidente cualquiera, fantasioso o poco significativo, desencadena contra esa víctima un movimiento de opinión, versión suavizada del apasionamiento mimético y el mecanismo victimario.

Aunque el recurso metafórico o la expresión ritual sea a menudo arbitrario en sus modalidades, los principios que lo justifican son siempre los mismos. Entre los fenómenos de expulsión atenuada que podemos ver todos los días en nuestro mundo y el rito antiguo o del chivo expiatorio, u otros mil ritos similares, las analogías son demasiado perfectas para no ser reales.

Cuando sospechamos que nuestros vecinos ceden a la tentación del chivo expiatorio, los denunciamos con indignación. Estigmatizados con ferocidad los fenómenos de chivo expiatorio de los que nuestros vecinos son culpables, sin que por ello lleguemos a prescindir de víctimas de recambio. Y aunque intentemos creer que nuestros rencores y odios son justificados, nuestras certezas en este sentido son más frágiles que las de nuestros antepasados.

Podríamos utilizar con delicadeza esa perspicacia de que hacemos gala respecto de nuestros vecinos, sin humillar demasiado a quienes sorprendemos en flagrante delito de caza de chivo expiatorio, y, sin embargo, las más de las veces hacemos de nuestro saber un arma, un medio no sólo de perpetuar los viejos conflictos, sino de elevarlos al nivel superior de sutileza exigido por la existencia misma de ese saber y su difusión en la sociedad. En suma, integramos en nuestro sistema de defensas la problemática judeocristiana. Y en lugar de autocriticarnos, utilizamos mal nuestro saber volviéndolo contra los demás y practicando, a otro nivel, una caza del chivo expiatorio, en este caso, la caza de los cazadores del chivo expiatorio. La compasión obligatoria reinante en nuestra sociedad permite nuevas formas de crueldad.

Todo esto lo resume de manera fulgurante Pablo en la Epístola a los Romanos: "No juzgues, hombre, pues tú mismo haces aquello que juzgas". Si condenar al pecador es hacer lo mismo que aquello que se le reprocha, el pecado consiste forzosamente, en ambos casos, en condenar al prójimo.

En un universo desritualizado las sustituciones clandestinas, los deslizamientos de una víctima a otra, nos permiten observar en estado puro, por así decirlo, el funcionamiento de los mecanismos relacionales (interindividuales) que subyacen en la organización ritual de los universos arcaicos. Mecanismos que entre nosotros suelen perpetuarse en forma de vestigio, pero que a veces pueden resurgir de manera más virulenta que nunca y a escala gigantesca, como en la destrucción sistemática por las hordas hitlerianas de los judíos europeos y en los demás genocidios o semigenocidios ocurridos en el siglo XX. Más adelante volveré a hablar de esto.

La perspicacia de nuestra sociedad respecto a los chivos expiatorios supone una verdadera superioridad sobre las sociedades anteriores, pero, como todos los progresos del saber, puede ser también ocasión de un agravamiento del mal. Yo, que con malvada satisfacción denuncio a mis vecinos por su utilización de chivos expiatorios, sigo considerando los míos como objetivamente culpables. Mis vecinos, por supuesto, no dejan de denunciar en mí la misma perspicacia selectiva que denuncio en ellos.

En muchos casos los fenómenos de chivo expiatorio sólo pueden sobrevivir haciéndose más sutiles, perdiendo en meandros cada vez más complejos la reflexión moral que los sigue como su sombra. Pues para liberarnos de nuestros resentimientos no podríamos ya recurrir a un infortunado chivo expiatorio: necesitamos otras formas no tan cómicamente evidentes.

Cuando Jesús presenta el porvenir del mundo cristianizado en términos de conflicto entre los seres más próximos, alude, en mi opinión, a la privación de los mecanismos victimarios y sus terribles consecuencias:

«No penséis que vine a traer paz a la tierra; no vine a traer paz, sino espada; pues vine a desunir: el hombre contra su padre, la hija contra su madre, la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre: los de su casa». (Mateo 10,34-36)

En un universo privado de protecciones sacrificiales, las rivalidades miméticas, aunque suelan ser menos violentas, se insinúan hasta en las relaciones más íntimas. Lo que explica el detallismo del texto que acabo de citar: los hijos en guerra contra su padre, las hijas contra su madre, etcétera. Las relaciones más íntimas se transforman en oposiciones simétricas, en relaciones de dobles, de mellizos enemigos. Un texto que nos permite descubrir la verdadera génesis de lo que se conoce como psicología moderna.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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