Mi lista de blogs

jueves, 21 de enero de 2021

INTRODUCCIÓN.- (C) (3)

INTRODUCCIÓN.- (C) (3)

Lejos de minimizar las semejanzas entre los mitos, por una parte, y lo judeocristiano, por otra, muestro que son aún más espectaculares de lo que los viejos etnólogos pensaban. La violencia central de los mitos arcaicos es muy parecida a la que encontramos en numerosos relatos bíblicos, sobre todo en la Pasión de Cristo.

Lo más frecuente en que en los mitos tenga lugar una especie de linchamiento espontáneo, y, seguramente, eso es lo que le hubiera ocurrido a Cristo, en forma de lapidación, si Pilato, para evitar la revuelta popular, no hubiera ordenado la crucifixión "legal" de Jesús.

Creo que todas las violencias míticas y bíblicas hay que entenderlas como acontecimientos reales cuya recurrencia en cualquier cultura está ligada a la universalidad de cierto tipo de conflicto entre los hombres: las rivalidades miméticas, lo que Jesús llama los escándalos’. Y pienso asimismo que esta secuencia fenoménica, este ciclo mimético se reproduce sin cesar, a un ritmo más o menos rápido, en las comunidades arcaicas. Para detectarla, los evangelios resultan indispensables. puesto que sólo allí se describe de forma inteligible dicho ciclo y se explica su naturaleza.

Por desgracia, ni los sociólogos, que de manera sistemática se alejan de los evangelios, ni paradójicamente los teólogos, siempre dispuestos a favor de una determinada visión filosófica del hombre, tienen un espíritu lo bastante independiente para intuir la importancia antropológica del proceso que los evangelios ponen de relieve, el apasionamiento mimético contra una víctima única.

Hasta ahora sólo el anticristianismo ha reconocido que el proceso producido en innumerables mitos tiene lugar asimismo en la crucifixión de Jesús. El anticristianismo veía ahí un argumento a favor de su tesis. En realidad, lejos de confirmar la concepción mítica del cristianismo, este elemento común, esta acción común, cabalmente entendida, permite sacar a la luz la crucial divergencia nunca hasta el momento observada (salvo, de manera parcial, por Nietzsche), entre los mitos y el cristianismo.

Lejos de ser más o menos equivalentes, como inevitablemente se tiende a pensar dadas las semejanzas respecto al propio acontecimiento, los relatos bíblicos y evangélicos se diferencian de modo radical de los míticos. En los relatos míticos las víctimas de la violencia colectiva son consideradas como culpables. Son, sencillamente, falsos, ilusorios, engañosos. Mientras que en los relatos bíblicos esas mismas víctimas son consideradas inocentes. Son, esencialmente, exactos fiables, verídicos.

Como regla general, los relatos míticos no pueden descifrarse de manera directa, resultan demasiado fantásticos para ser legibles. Las comunidades que los elaboran no pueden hacer otra cosa que transfigurarlos; en todos los casos parecen cegadas por un violento contagio, por un apasionamiento mimético que las persuade de la culpabilidad de su chivo expiatorio y, así, une a sus miembros contra él en lo que puede considerarse una reconciliación. Y es esa reconciliación lo que, en una segunda fase, conduce a la divinización de la víctima, percibida como responsable de la paz finalmente recuperada.

De ahí que las comunidades míticas no comprendan qué les sucede y de ahí, también, que sus relatos parezcan indescifrables. En efecto, los etnólogos no han podido nunca descifrarlos, no han llegado nunca a darse cuenta del espejismo suscitado por la unanimidad violenta, para empezar, porque nunca han detectado, tras la violencia mítica, los fenómenos de masas.

Sólo los textos bíblicos y evangélicos permiten superar esa ilusión, porque sus propios autores la han superado. Tanto la Biblia hebraica como el relato de la Pasión hacen descripciones, en lo esencial exactas, de fenómenos de masas muy semejantes a los que aparecen en los mitos. Inicialmente seducidos y embaucados, como los autores de los mitos, por el contagio mimético, los autores bíblicos y evangélicos al fin cayeron en la cuenta de ese engaño’. Experiencia única que los hace capaces de percibir, tras ese contagio mimético que, como al resto de la masa, llegó a enturbiar también su juicio, la inocencia de la víctima.

Todo ello resulta manifiesto desde el momento mismo en que se coteja atentamente un mito como el de Edipo con un relato bíblico como el de la historia de José (capítulo IX), o con los relatos de la Pasión (capítulo X).

Con todo, para hacer un uso verdaderamente eficaz de los evangelios, se necesita, además, una mirada libre de los prejuicios modernos frente a ciertas nociones evangélicas, desvalorizadas o desacreditadas, con notoria injusticia, por una críticas con pretensiones científicas, en especial, la que se refiere en los evangelios sinópticos a la idea de Satán, alias el Diablo en el evangelio de Juan. Personaje que desempeña un papel clave en el pensamiento cristiano acerca de los conflictos y la génesis de las divinidades mitológicas, y al que el descubrimiento del mimetismo violento muestra en toda su importancia.

(René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.)

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario