EL
CHIVO EXPIATORIO.- (B) (66)
Y hay, además, otra expresión muy
reveladora, que Jesús se aplica a sí mismo, procedente de los Salmos: "La
piedra rechazada por los constructores se ha convertido en la piedra que remata
el edificio". Una frase que no sólo expresa la expulsión de la víctima
única, sino el posterior trastocamiento que convierte al expulsado en la piedra
angular de la comunidad.
En un mundo en el que la violencia ha
dejado de estar ritualizada y es objeto de una severa prohibición, como regla
general, la cólera y el resentimiento no pueden, o no osan, saciarse en el
objeto que directamente los excita. Esa patada que el empleado no se ha
atrevido a dar a su patrón, se la dará a su perro, cuando vuelva por la tarde a
casa, o quizá maltratará a su mujer o a sus hijos, sin darse cuenta totalmente
de que así está haciendo de ellos sus chivos expiatorios.
Las víctimas que sustituyen al blanco real
son el equivalente moderno de las víctimas sacrificiales de antaño. Para
designar ese tipo de fenómenos, utilizamos espontáneamente la expresión
"chivo expiatorio".
La verdadera fuente de sustituciones
victimarias es el apetito de violencia que se despierta en los hombres cuando
la cólera se apodera de ellos y, por una u otra razón, el objeto real de esa
cólera resulta intocable. El campo de los objetos susceptibles de satisfacer el
apetito de violencia se amplía proporcionalmente a la intensidad de la cólera,
de la misma manera que, en caso de una hambre extremada, aceptamos alimentos
que, en circunstancias normales, rechazaríamos.
La eficacia de las sustituciones
sacrificiales aumenta cuanto mayor es el número de escándalos individuales
aglutinados contra una sola y misma víctima. Así pues, aunque apenas estudiados
en cuanto tales, los fenómenos de chivo expiatorio siguen desempeñando cierto
papel en nuestro mundo, tanto desde un punto de vista individual como
comunitario.
La mayor parte de nuestros sociólogos y
antropólogos reconocerían, si se lo preguntáramos, la existencia e importancia
de estos fenómenos. Pero, personalmente, dicen, no se sienten lo bastante
interesados en ellos para convertirlos en objeto de sus investigaciones. La
razón profunda de esta actitud no es otra que el miedo a encontrarse de nuevo
con lo religioso, algo, en efecto, imposible de evitar en cuanto se profundiza
un poco en la cuestión.
En nuestra época, debido a la influencia
judaica y cristiana, el fenómeno de los chivos expiatorios sólo ocurre de forma
vergonzante, furtiva, clandestina. Aunque no hayamos renunciado a ellos,
nuestra creencia en ese fenómeno se ha desmoronado, y hoy nos parece tan
moralmente cobarde, tan reprensible, que, cuando nos sorprendemos en trance de
desquitarnos con un inocente, nos avergonzamos de nosotros mismos.
Por una parte, la observación de las
transferencias colectivas es hoy, hasta cierto punto, más fácil que antes,
porque esos fenómenos no están ya sancionados y cubiertos por lo religioso.
Pero, por otra, es también más difícil, porque los individuos que las practican
hacen todo lo posible para disimularlo y, por regla general, lo consiguen. Hoy,
como en el pasado, tener un chivo expiatorio lleva aparejado fingir que se
carece de él.
El fenómeno no suele desembocar ahora en
violencias físicas, sino "psicológicas", fáciles de camuflar. Los
acusados de participar en fenómenos de transferencia colectiva de violencia no
dejan nunca de protestar acerca de su inocencia, con toda sinceridad.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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