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martes, 19 de enero de 2021

EL CHIVO EXPIATORIO.- (B) (66)

EL CHIVO EXPIATORIO.- (B) (66)

Y hay, además, otra expresión muy reveladora, que Jesús se aplica a sí mismo, procedente de los Salmos: "La piedra rechazada por los constructores se ha convertido en la piedra que remata el edificio". Una frase que no sólo expresa la expulsión de la víctima única, sino el posterior trastocamiento que convierte al expulsado en la piedra angular de la comunidad.

En un mundo en el que la violencia ha dejado de estar ritualizada y es objeto de una severa prohibición, como regla general, la cólera y el resentimiento no pueden, o no osan, saciarse en el objeto que directamente los excita. Esa patada que el empleado no se ha atrevido a dar a su patrón, se la dará a su perro, cuando vuelva por la tarde a casa, o quizá maltratará a su mujer o a sus hijos, sin darse cuenta totalmente de que así está haciendo de ellos sus chivos expiatorios.

Las víctimas que sustituyen al blanco real son el equivalente moderno de las víctimas sacrificiales de antaño. Para designar ese tipo de fenómenos, utilizamos espontáneamente la expresión "chivo expiatorio".

La verdadera fuente de sustituciones victimarias es el apetito de violencia que se despierta en los hombres cuando la cólera se apodera de ellos y, por una u otra razón, el objeto real de esa cólera resulta intocable. El campo de los objetos susceptibles de satisfacer el apetito de violencia se amplía proporcionalmente a la intensidad de la cólera, de la misma manera que, en caso de una hambre extremada, aceptamos alimentos que, en circunstancias normales, rechazaríamos.

La eficacia de las sustituciones sacrificiales aumenta cuanto mayor es el número de escándalos individuales aglutinados contra una sola y misma víctima. Así pues, aunque apenas estudiados en cuanto tales, los fenómenos de chivo expiatorio siguen desempeñando cierto papel en nuestro mundo, tanto desde un punto de vista individual como comunitario.

La mayor parte de nuestros sociólogos y antropólogos reconocerían, si se lo preguntáramos, la existencia e importancia de estos fenómenos. Pero, personalmente, dicen, no se sienten lo bastante interesados en ellos para convertirlos en objeto de sus investigaciones. La razón profunda de esta actitud no es otra que el miedo a encontrarse de nuevo con lo religioso, algo, en efecto, imposible de evitar en cuanto se profundiza un poco en la cuestión.

En nuestra época, debido a la influencia judaica y cristiana, el fenómeno de los chivos expiatorios sólo ocurre de forma vergonzante, furtiva, clandestina. Aunque no hayamos renunciado a ellos, nuestra creencia en ese fenómeno se ha desmoronado, y hoy nos parece tan moralmente cobarde, tan reprensible, que, cuando nos sorprendemos en trance de desquitarnos con un inocente, nos avergonzamos de nosotros mismos.

Por una parte, la observación de las transferencias colectivas es hoy, hasta cierto punto, más fácil que antes, porque esos fenómenos no están ya sancionados y cubiertos por lo religioso. Pero, por otra, es también más difícil, porque los individuos que las practican hacen todo lo posible para disimularlo y, por regla general, lo consiguen. Hoy, como en el pasado, tener un chivo expiatorio lleva aparejado fingir que se carece de él.

El fenómeno no suele desembocar ahora en violencias físicas, sino "psicológicas", fáciles de camuflar. Los acusados de participar en fenómenos de transferencia colectiva de violencia no dejan nunca de protestar acerca de su inocencia, con toda sinceridad.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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