LA
DOBLE HERENCIA DE NIETZSCHE.- (B) (74)
Es lo mismo que vengo diciendo y
repitiendo: los mitos se basan en la persecución unánime. El judaísmo y el
cristianismo destruyen esa unanimidad para defender a las víctimas injustamente
condenadas, para condenar a los verdugos legitimados contra toda justicia.
Una constatación simple y fundamental,
pero que, antes de Nietzsche, y por increíble que parezca, nadie, ningún
cristiano, había hecho. Así pues, en este punto, hay que rendir a Nietzsche el
homenaje que merece. Pero ¡ay!, más allá de este punto, el filósofo no hace
otra cosa que delirar. Y, en lugar de reconocer en la inversión del esquema
mítico una ‘indudable’ verdad
sólo proclamada por el judeocristianismo, hace todo lo posible por desacreditar
la toma de posición en favor de las víctimas.
Comprende perfectamente que en ambos casos
tiene que habérselas con la misma violencia ("No se trata de una
diferencia respecto al martirio"), pero no ve, o no quiere ver, la
injusticia de esa violencia. No ve, o no quiere confesar, que esa unanimidad
siempre presente en los mitos descansa por fuerza en contagios miméticos
pasivamente sufridos y desconocidos, mientras que, al contrario, ese mimetismo
violento es conocido y denunciado en los Evangelios, tras serlo también en la
historia de José y otros grandes textos veterotestamentarios.
Para desacreditar a los judeocristianos,
Nietzsche se esfuerza en demostrar que su toma de posición en favor de las
víctimas tiene sus raíces en un mezquino resentimiento. Señala que los primeros
cristianos pertenecían, sobre todo, a las clases inferiores, y los acusa de
simpatizar con las víctimas para satisfacer su resentimiento contra el
paganismo aristocrático. La famosa "moral de los esclavos".
Así entiende Nietzsche la
"genealogía" del cristianismo. Cree oponerse al espíritu gregario sin
reconocer en su dionisíaca disertación la expresión suprema de la masa en lo
que ésta tiene de más brutal, más estúpido.
Al rehabilitar a las víctimas de los
mecanismos victimarios, el cristianismo no obedece a sospechosas segundas
intenciones. No se deja seducir por ningún humanitarismo contaminado de
resentimiento social. Rectifica la ilusión de los mitos, revela la mentira de
la "acusación satánica".
Ciego ante el mimetismo y sus contagios,
Nietzsche no puede comprender que, lejos de proceder de un prejuicio de los
débiles frente a los fuertes, la toma de posición evangélica constituye la
resistencia heroica al contagio de la violencia, representa la clarividencia de
una pequeña minoría que osa oponerse al monstruoso gregarismo del linchamiento
dionisíaco.
Para librarse de las consecuencias de su
propio descubrimiento y persistir en su desesperada negación de la verdad
judeocristiana, Nietzsche recurre a una triquiñuela tan tosca, tan indigna de
sus mejores análisis, que su inteligencia no lo resistirá.
Creo que no es casual que el
descubrimiento explícito de Nietzsche de lo que Dionisio y la crucifixión
tienen en común, y de lo que los separa, preceda en tan poco tiempo a su
definitivo hundimiento. Los devotos nietzscheanos se esfuerzan en despojar a su
demencia de toda significación. Se comprende perfectamente por qué. El no
sentido de la locura desempeña en su pensamiento el papel protector que la
propia locura desempeña para Nietzsche. Al no poder instalarse confortablemente
en las monstruosidades en que iba acorralándolo la necesidad de minimizar su
propio descubrimiento, el filósofo se refugió en la locura.
Un inexorable avance histórico de la
verdad cristiana se está dando en nuestro mundo. Algo, paradójicamente,
inseparable del aparente debilitamiento del cristianismo. Cuanto más asedia el
cristianismo a nuestro mundo, en el sentido en que asedia al último Nietzsche,
más difícil resulta escapar de él mediante medios relativamente anodinos,
mediante compromisos "humanistas" al modo de nuestros venerables
positivistas.
Para eludir su propio descubrimiento y defender la violencia mitológica, Nietzsche tiene que justificar el ‘sacrificio humano’, lo que no duda en hacer, recurriendo para ello a argumentos monstruosos. Sobrepasa el peor darwinismo social. So pena de degenerar, afirma, las sociedades tienen que librarse de los desechos humanos que les estorban:
«El cristianismo ha tomado tan en serio al individuo, lo ha planteado tan bien como un absoluto, que no podía ya "sacrificarlo"; pero la especie sólo sobrevive mediante los sacrificios humanos [...]. La verdadera filantropía exige el sacrificio por el bien de la especie; la verdadera filantropía es dura, se obliga al dominio de sí misma, porque necesita el sacrificio humano. ¡Y esta pseudohumanidad llamada cristianismo quiere imponernos precisamente "que no se sacrifique a nadie"» (Friedrich Nietzsche; Obras Completas, vol. XIV: Fragments posthumes début 1888-janvier 1889, Gallimard, Paris, págs.224-225).
Por débil y enfermo que estuviera,
Nietzsche no perdía ocasión de fustigar la preocupación por los débiles y
enfermos. Verdadero don Quijote de la muerte, condena toda medida en favor de
los desheredados. Y denuncia la preocupación por las víctimas como causa de lo
que considera envejecimiento precoz de nuestra civilización, el acelerador de
nuestra decadencia.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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