MITOLOGÍA.-
(B) (31)
Las violencias colectivas de las que he
hablado, la lapidación de Éfeso, la Pasión, la decapitación de Juan Bautista,
están más menos manipuladas. Pero hay también, y observando los mitos se
adivina, muchos linchamientos espontáneos, que seguramente corresponden a
apasionamientos miméticos muy intensos que no encuentran frente a sí ningún
obstáculo, legal o institucional. En alguna parte se enciende la cólera, cunde
el pánico, y la comunidad en pleno, por un efecto de contagio instantáneo, se
precipita en la violencia
En las sociedades que carecen de sistema
judicial, la indignación contagiosa estalla en forma de linchamiento. Louis
Gernet considera el linchamiento una forma arcaica de justicia. Pero aunque eso
sea mejor que nada a la hora de entender el linchamiento, a mi juicio este
investigador invierte el proceso genético. No ve que el punto de partida de lo
religioso mítico, como asimismo, posteriormente, de todo lo que llamamos
"sistema judicial", es la unanimidad violenta del linchamiento
espontáneo, no premeditado, que de modo automático restablece la paz y que, por
medio de la víctima, infunde a esa paz una significación religiosa, divina.
A partir del momento en que la víctima
muere a manos de sus linchadores, la crisis concluye, se restablece la paz,
desaparece la peste, se apaciguan los elementos, retrocede el caos, se
desbloque lo bloqueado, concluye lo inacabado, lo incompleto se completa, lo
indiferenciado se diferencia.
La metamorfosis del malhechor en
bienhechor divino constituye un momento a la vez prodigioso y habitual puesto
que, en la mayor parte de los casos, los mitos ni siquiera la subrayan. Quien
al principio del mito era linchado por considerarlo responsable de la
destrucción del sistema totémico, al final preside la reconstrucción de ese
mismo sistema o la construcción de uno nuevo. La violencia unánime ha
metamorfoseado al malhechor en bienhechor divino de forma tan extraordinaria,
y, sin embargo, tan corriente, que la mayor parte de los mitos no dicen nada de
esa metamorfosis: queda sobreentendida.
Todo se explica con sólo comprender que,
al final de esos mitos, la unanimidad violenta ha reconciliado a la comunidad y
el poder reconciliador es atribuido a la víctima, bien "culpable",
bien "responsable" de la crisis.
Así pues, la víctima se transfigura
dos veces: la primera de forma negativa, maléfica, y la segunda de manera
positiva, benéfica.
Se creía que esa víctima había perecido,
pero por fuerza ha de estar viva, puesto que reconstruye la comunidad
inmediatamente después de haberla destruido. Lo cual, evidentemente, quiere
decir que es inmortal y, por tanto, divina.
Debemos, pues, pensar que también los
mitos, aunque de forma más confusa y transfigurada, reflejan ese proceso que
gracias a los evangelios hemos podido descubrir y que después hemos vuelto a
encontrar en la lapidación de Éfeso.
Este proceso, seguramente, es
característico de los mitos en general. Los mismos grupos humanos que expulsan
y asesinan a los individuos en quienes las sospechas convergen de manera
mimética, se ponen a adorarlos en cuanto se sienten apaciguados y
reconciliados. Lo que los reconcilia, ya lo he dicho, no puede ser otra cosa
que la proyección sobre la víctima primero de todos sus temores y después, una
vez que se sienten reconciliados, de todas sus esperanzas.
Así, paradójicamente, al agravarse cada
vez más, los desórdenes característicos de los grupos humanos proporcionan a
los hombres los medios de darse formas de organización en alguna medida
surgidas de la violencia paroxística y que al mismo tiempo le ponen fin. Los
linchamientos traen la paz a expensas de la víctima divinizada. De ahí que
figuren como epifanías de esa divinidad y que las comunidades los rememoren en
esos relatos transfigurados que llamamos mitos.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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