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miércoles, 20 de enero de 2021

MITOLOGÍA.- (B) (31)

MITOLOGÍA.- (B) (31)

Las violencias colectivas de las que he hablado, la lapidación de Éfeso, la Pasión, la decapitación de Juan Bautista, están más menos manipuladas. Pero hay también, y observando los mitos se adivina, muchos linchamientos espontáneos, que seguramente corresponden a apasionamientos miméticos muy intensos que no encuentran frente a sí ningún obstáculo, legal o institucional. En alguna parte se enciende la cólera, cunde el pánico, y la comunidad en pleno, por un efecto de contagio instantáneo, se precipita en la violencia

En las sociedades que carecen de sistema judicial, la indignación contagiosa estalla en forma de linchamiento. Louis Gernet considera el linchamiento una forma arcaica de justicia. Pero aunque eso sea mejor que nada a la hora de entender el linchamiento, a mi juicio este investigador invierte el proceso genético. No ve que el punto de partida de lo religioso mítico, como asimismo, posteriormente, de todo lo que llamamos "sistema judicial", es la unanimidad violenta del linchamiento espontáneo, no premeditado, que de modo automático restablece la paz y que, por medio de la víctima, infunde a esa paz una significación religiosa, divina.

A partir del momento en que la víctima muere a manos de sus linchadores, la crisis concluye, se restablece la paz, desaparece la peste, se apaciguan los elementos, retrocede el caos, se desbloque lo bloqueado, concluye lo inacabado, lo incompleto se completa, lo indiferenciado se diferencia.

La metamorfosis del malhechor en bienhechor divino constituye un momento a la vez prodigioso y habitual puesto que, en la mayor parte de los casos, los mitos ni siquiera la subrayan. Quien al principio del mito era linchado por considerarlo responsable de la destrucción del sistema totémico, al final preside la reconstrucción de ese mismo sistema o la construcción de uno nuevo. La violencia unánime ha metamorfoseado al malhechor en bienhechor divino de forma tan extraordinaria, y, sin embargo, tan corriente, que la mayor parte de los mitos no dicen nada de esa metamorfosis: queda sobreentendida.

Todo se explica con sólo comprender que, al final de esos mitos, la unanimidad violenta ha reconciliado a la comunidad y el poder reconciliador es atribuido a la víctima, bien "culpable", bien "responsable" de la crisis.

Así pues, la víctima se transfigura dos veces: la primera de forma negativa, maléfica, y la segunda de manera positiva, benéfica.

Se creía que esa víctima había perecido, pero por fuerza ha de estar viva, puesto que reconstruye la comunidad inmediatamente después de haberla destruido. Lo cual, evidentemente, quiere decir que es inmortal y, por tanto, divina.

Debemos, pues, pensar que también los mitos, aunque de forma más confusa y transfigurada, reflejan ese proceso que gracias a los evangelios hemos podido descubrir y que después hemos vuelto a encontrar en la lapidación de Éfeso.

Este proceso, seguramente, es característico de los mitos en general. Los mismos grupos humanos que expulsan y asesinan a los individuos en quienes las sospechas convergen de manera mimética, se ponen a adorarlos en cuanto se sienten apaciguados y reconciliados. Lo que los reconcilia, ya lo he dicho, no puede ser otra cosa que la proyección sobre la víctima primero de todos sus temores y después, una vez que se sienten reconciliados, de todas sus esperanzas.

Así, paradójicamente, al agravarse cada vez más, los desórdenes característicos de los grupos humanos proporcionan a los hombres los medios de darse formas de organización en alguna medida surgidas de la violencia paroxística y que al mismo tiempo le ponen fin. Los linchamientos traen la paz a expensas de la víctima divinizada. De ahí que figuren como epifanías de esa divinidad y que las comunidades los rememoren en esos relatos transfigurados que llamamos mitos.

René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.

 

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