XII.-
EL CHIVO EXPIATORIO
EL CHIVO EXPIATORIO.- (A) (65)
Los relatos de la Pasión proyectan una luz
sobre la aceleración mimética que priva al mecanismo victimario de la
inconsciencia necesaria para ser verdaderamente unánime y originar sistemas
mítico-rituales. Así pues, la difusión de los Evangelios y la Biblia debería
llevar aparejada la desaparición de las religiones arcaicas. Y, en efecto, eso
es lo que ocurre. Allí donde el cristianismo penetra, los sistemas
mítico-rituales se extinguen hasta desaparecer.
Más allá de la desaparición, ¿cuál es la
acción del cristianismo en nuestro mundo? Tal es la cuestión que tenemos ahora
que plantear.
La compleja influencia del cristianismo se
extiende en forma de un saber desconocido por las sociedades precristianas y
que constantemente va profundizándose. En ese saber que, según Pablo, procede
de la Cruz y no tiene nada de esotérico. Para aprehenderlo, basta con que
advirtamos y comprendamos con plena conciencia situaciones de opresión y
persecución que las sociedades anteriores a la nuestra no advertían y
consideraban inevitables.
El poder bíblico y cristiano de comprender
los fenómenos victimarios se transparentaba en la significación moderna de
expresiones tales como "chivo expiatorio".
Un chivo expiatorio es, en primer lugar,
la víctima del rito judío que se celebraba durante las grandes ceremonias de
expiación (Levítico 16,21). Un rito que debe ser muy antiguo, puesto que
resulta, sin duda, ajeno a la inspiración específicamente bíblica en el sentido
más arriba definido.
Consistía en expulsar al desierto un chivo
cargado con todos los pecados de Israel. El gran sacerdote posaba sus manos
sobre la cabeza del chivo, gesto con el que se pretendía transferir al animal
todo lo que fuera susceptible de envenenar las relaciones entre los miembros de
la comunidad. Se pensaba, y en esto residía la eficacia del mito, que con la
expulsión del chivo se expulsaban también los pecados de la comunidad, que
quedaba así liberada de ellos.
Se trataba de un rito de expulsión
semejante al del ‘pharmakós’
griego, pero mucho menos siniestro, puesto que la víctima no es humana. En el
caso del sacrificio de un animal, en efecto, la injusticia resulta para
nosotros menor e incluso nula. De ahí que el rito del chivo expiatorio no nos
inspire la misma repugnancia que la lapidación "milagrosa" instigada
por Apolonio de Tiana.
Lo cual no quiere decir que el principio
de transferencia sea distinto. En la muy lejana época en que el rito era eficaz
en tanto que tal, la transferencia colectiva real contra el chivo debió de
verse favorecida por la mala reputación de este animal, a causa de su
nauseabundo olor y embarazosa sexualidad.
En el mundo arcaico proliferaban los ritos
de expulsión, que hoy nos parecen combinar un enorme cinismo con una infantil
ingenuidad. En el caso del chivo expiatorio, el proceso de sustitución resulta
tan transparente que lo comprendemos a primera vista. Comprensión que se
expresa en el uso moderno de la expresión "chivo expiatorio",
interpretación espontánea de las relaciones entre el rito judaico y las
transferencias de hostilidad en nuestro mundo. Transferencias que, aunque ya no
ritualizadas, siguen existiendo, por lo general en forma atenuada.
Los pueblos rituales no comprendían esos
fenómenos como nosotros los comprendemos hoy, pero eran conscientes de sus
efectos reconciliadores y los apreciaban. Hasta tal punto los apreciaban, que,
como ya hemos visto, se esforzaban por reproducirlos sin ningún empacho, por
cuanto pensaban que la operación transferencial era algo ajeno a ellos, algo en
lo que, realmente, no participaban.
La comprensión moderna de los chivos
expiatorios es inseparable del conocimiento cada día mayor sobre el mimetismo
que rige los fenómenos victimarios. Y si nosotros hoy comprendemos, y
condenamos, dichos fenómenos, es gracias a que nuestros antepasados han venido
nutriéndose durante mucho tiempo de la Biblia y los Evangelios.
Pero nunca, me argüirán, recurre el Nuevo
Testamento a la expresión "chivo expiatorio" para designar a Jesús
como la víctima inocente de un apasionamiento mimético. Y es cierto, pues
dispone de una expresión semejante y superior a la de "chivo
expiatorio": la de ‘cordero
de Dios’. Una expresión que elimina los atributos negativos y antipáticos
del chivo y, por ello, se ajusta mejor a la idea de víctima inocente
injustamente sacrificada.
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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