EL HORRIBLE MILAGRO DE
APOLONIO DE TIANA.- (C) (27)
Los
evangelios nos enseñan que la causa de las violencias colectivas son las
rivalidades miméticas. Aceptado que la lapidación del mendigo de Éfeso
pertenece a la misma categoría de fenómenos que la Pasión, en el relato de
Filóstrato debemos encontrar, sino todo lo que hemos encontrado en la Pasión,
sí, al menos, las suficientes indicaciones que faciliten y justifiquen esa
semejanza con los evangelios.
Y,
en efecto, tales indicaciones aparecen. Justo antes del relato de la lapidación
milagrosa, Apolonio está en un puerto de mar con algunos fieles y el
espectáculo de un barco que parte le inspira notables observaciones sobre el
orden y el desorden en las sociedades. Para Apolonio la tripulación del barco
constituye una comunidad cuyo éxito o fracaso dependen de la naturaleza de las
relaciones entre sus miembros:
«Si un solo miembro de esta comunidad desatendiera su tarea [...] el viaje acabaría mal y todas esas gentes encarnarían en sí mismas la tempestad. Si, por el contrario, estuvieran animados por un espíritu de sana emulación, si rivalizaran exclusivamente por la eficacia en el respectivo cumplimiento del deber, garantizarían la seguridad de su barco; el tiempo sería bueno y la navegación resultaría fácil. Mediante el dominio de sí mismos los marineros lograría los mismos resultados que si Poseidón, el dios que hace propicia la mar, velara constantemente por ellos».
Hay,
en suma, buenas y malas rivalidades. Hay la sana emulación de los hombres que
"rivalizan exclusivamente por la eficacia en el respectivo cumplimiento
del deber", y las malas rivalidades de quienes "no se dominan a sí
mismos". Y estas últimas, rivalidades sin freno, no contribuyen a la buena
marcha de las sociedades, sino que, al contrario, las debilitan. Quienes se
entregan a ellas, ‘encarnan la
tempestad’.
No
son los enemigos exteriores los que llevan a las sociedades a su perdición,
sino las ambiciones ilimitadas, la competición desenfrenada: tal es lo que
divide a los hombres en lugar de unirlos. Aunque Filóstrato no defina los
conflictos miméticos tan detenida e intensamente como Jesús en su discurso
sobre el escándalo, es evidente que habla de la misma clase de conflictos y que
lo hace con indudable competencia.
Ya
he señalado anteriormente que la peste de Éfeso no debía ser bacteriana. Era
una epidemia de rivalidades miméticas, un entrecruzamiento de escándalos, una
lucha de ‘todos contra todos’
que, gracias a la víctima seleccionada por la diabólica astucia de Apolonio, se
transformó "milagrosamente" en un ‘todos contra uno’ reconciliador. Consciente del sufrimiento de los
efesios, el gurú suscita a costa de un pobre diablo una violencia de la que
espera un efecto ‘catártico’
superior al de los sacrificios corrientes o las representaciones trágicas que,
seguramente, se desarrollaban, en el siglo II de nuestra era, en el teatro de
Éfeso.
La
idea de considerar la advertencia de Apolonio frente a las rivalidades
miméticas como una introducción al milagro me parece tanto más verosímil por
cuanto los dos textos se suceden sin la menor transición. El pasaje que acabo
de transcribir viene inmediatamente antes de la descripción de la lapidación
milagrosa, citada con tantos pormenores al principio de este capítulo.
La
lapidación es un mecanismo victimario, al igual que la Pasión, y más eficaz
incluso que ésta en cuanto a la violencia se refiere, puesto que se realiza con
absoluta unanimidad y la comunidad se cree inmediatamente liberada de su
"epidemia de peste".
René Girard, Veo a Satán caer como el
relámpago, Barcelona, Ed. Anagrama.
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